El largo periodo de pandemia por Covid-19, con sus inevitables encierros e imperativos de protección sanitaria, ha mantenido las salas de cine semivacías, pero con un paulatino, aunque incierto, regreso a la normalidad debido a la baja circulación del virus. Esta situación también ha reavivado el placer enorme de disfrutar el cine en la pantalla grande, un goce que por ser antes tan natural y cotidiano simplemente se daba por sentado. De igual modo ha permitido valorar la importancia del trabajo de restauración digital de películas clásicas o de producciones emblemáticas que en su momento provocaron fuertes debates y que hoy merecen ser rescatadas del olvido. Entre estas últimas obras figura, sin duda, La sombra del caudillo, dirigida en 1960 por Julio Bracho ( Distinto amancer, 1943), y prohibida por presiones de las fuerzas armadas las cuales, en opinión de la jerarquía superior, se consideraron denigradas por la forma en que se les representaba en la película. Durante 30 años la cinta se mantuvo enlatada y cobró un prestigio de cinta incómoda o subversiva, mismo que en la actualidad muchos de sus espectadores considerarán exagerado.
Importa que las nuevas generaciones de cinéfilos tengan hoy la oportunidad de descubrirla, en especial aquellos que jamás tuvieron acceso a esta película fuera de su copia comercial en video a partir del levantamiento de su censura en 1990 y de su metéorico pase de una semana en la hoy desaparecida sala de arte Gabriel Figueroa. El estupendo trabajo del laboratorio de Restauración Digital Elena Sánchez Valenzuela de la Cineteca Nacional permite este año apreciar en estupenda copia la película que durante seis largas décadas padeció un ostracismo inmerecido. En cuanto a su tema, a muy pocos espectadores sorprenderán las múltiples fechorías y traiciones políticas que se sucedieron durante el periodo histórico de los caudillos posrevolucionarios, un tiempo en el que, según la novela homónima de Martín Luis Guzmán, la política mexicana no conjugaba más que un sólo verbo, el verbo madrugar. Un tiempo de ajustes de cuentas, golpes bajos y reacomodos turbios en las antesalas del poder.
La cinta evoca hechos reales que involucran directamente al ejército bajo el mandato del general Álvaro Obregón, el caudillo aludido, y durante una sucesión presidencial que, al cabo de cruentas luchas por el poder, culminó en la ejecución en 1927, en el municipio de Huizilac, Morelos, del general Francisco Serrano (en la cinta, el general Ignacio Aguirre interpretado por Tito Junco). Sin ser por sus cualidades artísticas la cinta más destacada en la filmografía de Julio Bracho, ciertamente se convirtió en una radiografía muy elocuente de la manera en que en México se han combinado, desde largo tiempo y sin rubor alguno, la corrupción y la política. Por ese simple señalamiento tan lúcido y directo, cuatro décadas antes de que Luis Estrada filmara La ley de Herodes, bien vale la pena revalorar y hacer una justicia muy tardía a esta cinta notable que hoy inaugura la 70 Muestra Internacional de Cine.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional. 12 y 17 horas.