“¿Sabes qué es el talento? Es la maldición de ambicionar. Algo a lo que uno ha de enfrentarse en la adolescencia, y tratar de superarlo (…). Me gustará que alguien me diga por qué el haber silenciado aquella voz pueril y exigente crea una sensación tan intensa de haber muerto”
La niebla, de Stephen King
Las estadísticas literarias pueden agrupar tendencias y definir mercados, pero suelen discutirse por la crítica como quien pelea una herencia. La fascinación de las masas es vista muchas veces como el encanto del flautista, seducción vulgar que no necesariamente contiene calidad en su gran número. Sin embargo, el hecho de que un escritor de terror lleve una venta impactante de más de 350 millones de libros en el mundo, no lo riñe con el reconocimiento a los méritos literarios, cuando menos, de sus principales obras. Así, un hombre oriundo de Maine, Estados Unidos, nacido en 1947 y conocido como uno de los máximos maestros del terror, se muestra como su propio gran personaje: Stephen King.
La orfandad
El padre abandonó a la familia cuando Stephen era muy pequeño. El autor dice que fue entonces cuando conoció el terror, no en sombras, apariciones, asesinos o colmillos afilados reluciendo en un callejón en penumbra, sino en la orfandad paterna. Esa inseguridad que cubrió su casa forzó a su madre a cargar con los hijos y recibir apoyos familiares para subsistir. Huyendo mentalmente de las aprensiones económicas y la pobreza circundante, el niño se refugió en lecturas de novelas y cómics de ciencia ficción y terror. En la adolescencia tuvo su primera máquina de escribir y persistía en crear historias todos los días, así fueran de una sola página, algo que hasta la fecha recomienda a cualquier escritor: “Hay que escribir todos los días, aunque no se produzca lo mejor”. Siempre cuenta la anécdota de esos escritos, enviados a editores de distintas publicaciones con permanentes rechazos. Los acumuló sobre un clavo puesto en la pared, hasta que un día éste se derrumbó, vencido por el peso de hojas y hojas de historias que no habían interesado para su publicación.
La columna, el profesorado y un remolque
El escritor hizo sus primeras publicaciones en el periódico de la Universidad de Maine (donde ocurren o cruzan muchas de sus tramas), lo que lo acostumbró a ser estricto en tiempos y extensiones de formato. Graduado, casado muy joven con Tabatha, con un hijo y viviendo en un remolque, ganó un poco con relatos que salieron en revistas masculinas de regular distribución (tiempo después su firma se sumaría a la de distinguidos escritores en las páginas de Playboy). Proyectando su vida precaria, sus recelos, inseguridades, traumas, y en busca de la historia que lo sacara del hoyo, el escritor comenzó la historia de Carrie, el caso de una chica que posee poderes telequinéticos, es molestada por sus compañeros de escuela por ser ingenua, por aterrarse por su primera menstruación, por no encajar en los modelos de “lo popular”, con una madre atormentadora y fanática religiosa, con el deseo de encontrar pareja y el permanente temor al rechazo... sin proponérselo, establecía su visión de lo insalubre en el ánimo de la gente con la disfunción familiar y la inseguridad personal que deriva de ello, lo que permanece en su narrativa.
Carrie fue rechazada numerosas veces hasta que encontró un editor para distribuirlo en librerías, en 1973. Vendió más de un millón de ejemplares, lo que le dio a King seguridad en su porvenir inmediato y la apertura de una carrera literaria profesional. La mezcla de voces narrativas, los extensos pasajes de reflexión de los personajes, la configuración de datos duros con fusiones mediáticas (la larga “citación” del caso en los medios de comunicación), crecieron los alcances de la novela. Es una pieza de indiscutible calidad y le ganó un lugar que también lo forzaría para que la prensa de edición no lo tomara con las manos sobre la máquina ante los futuros tiempos de entrega. Casi como un suspiro inmediato, dio su primera visión del vampirismo con Salem’s Lot, donde ya se inscribió su firma como garantía, lo que es vapuleado por los enemigos del best-seller, pero King demostró que tenía mucho más que una gran historia.
Como King tenía varios libros escritos o historias en proceso antes, durante y después de Carrie, debió dosificar para no colmar el mercado, algo que sus editores desaconsejaban. Así surgió Richard Bachman, su seudónimo, hoy célebre, con el que también alcanzó gran éxito como autor de casi una decena de libros, incluyendo The Long Walk, 1979. Tiene, además, textos pantagruélicos de mucha calidad, como Apocalipsis, de 1991, publicado originalmente como La danza de la muerte en una versión mucho más reducida en 1978.
Si bien sus libros ponen a los protagonistas con un pie en lo terrenal (donde los aromas, marcas comerciales, música, películas, guisados o características físicas y urbanas tienen un apego formal casi de crónica periodística) y otro en la otredad espeluznante (el perenne llamado de fuerzas y seres que invitan al caos maligno), Stephen King pudo cruzar como nunca su amor por la ciencia ficción y el terror cuando creó La torre oscura, parte de una inspiración por la saga de El señor del anillos, de J.R.R. Tolkien, una lectura que lo marcó desde joven y que combinó con su gusto por El bueno. el malo y el feo (Sergio Leone, 1966). La saga (iniciada en 1982 y terminada 22 años después) de La torre oscura fue escrita en paralelo al resto de su obra. Es ruda, compleja, y un ejemplo de lo que hoy se define en términos de multiverso narrativo. Culminó con el tomo número 7.
Son menos conocidos sus artículos, compendios de cuentos o ensayos, como el formidable Danse Macabre (1981) o su lance biográfico con reflexiones literarias Mientras escribo (1999); en cambio, su revisión del asesinato de John F. Kennedy rompió todos los paradigmas con 22/11/63 y la posibilidad de evitar el homicidio del presidente con un viaje en el tiempo. Una novela que los seguidores suelen dejar fuera de su estante de clásicos es La historia de Lisey (2007), una maravillosa, densa y alucinante narración acerca de un linaje familiar maldito y la búsqueda sentimental y casi policiaca sobre la vida de un escritor fallecido, cuya viuda no encuentra consuelo.
Un brindis monstruoso
Frenético frente a la máquina de escribir, empujado por la maquinaria editorial con el deseo de perpetrar un nuevo éxito, el escritor pasó dificultades con el abuso del alcohol y el uso de drogas. En medio de esas nocivas alianzas creaba una de sus piezas más notables: El resplandor ( The Shining, publicado en 1977). La historia coloca al escritor Jack Torrance en crisis económica, aceptando un trabajo indeseado mientras intenta escribir. El ambiente, sus fantasmas emocionales y los ajenos, lo empujan a transformarse en un peligro demencial para su esposa, y en especial para su hijo Danny, quien posee poderes telepáticos y capacidad de ver lo que nadie mira: el talento llamado “el resplandor”. Tal y como Stephen se ha descrito en momentos críticos, Torrance vive una espiral catártica dañina que puede frustrarlo frente a la máquina de creación. Sin poder escribir, de nadie es el mejor amigo.
Jack Torrance como Stephen King
El cine hizo de King un monstruo real, pero de los mejores. El éxito de sus libros generó adaptaciones fílmicas que, para su fortuna y la de ambas industrias, parieron estupendas películas, lo que hizo que muchos se hicieran lectores y otros cinéfilos. Brian de Palma fue el iniciador al adaptar a Carrie en la cinta homónima de 1976 (Emma Lindhal hizo nueva versión en 2020), magnífico filme que muestra las mejores dotes del cineasta, considerado el heredero de Alfred Hitchcock. Otro escaño gigante daría la visión de su trabajo con El resplandor, 1980, de Stanley Kubrick, aunque se sabe que King no estuvo contento con la película en aquel tiempo. Negado a continuar sus historias para ganar contratos, sí hizo Doctor Sueño (2013), continuación que encuentra al dotado Danny en su fase adulta enfrentando nuevas fuerzas oscuras. Mike Flanagan dirigió la versión cinematográfica lanzada en 2019.
El éxito de King ha implicado la preventa de sus libros y también de los derechos de adaptación cinematográfica, por lo que sus novelas y relatos cortos llenarían parrillas de programación con series y largometrajes, entre los que destacan Christine (John Carpenter, 1983), las dos versiones de It (en 1986 y en 2015), las dos de Pet Semetery (Mary Lambert, en 1989, y Kevin Kölsch y Dennis Widmyer, en 2019), La zona muerta (David Cronenberg, 1983), Los niños del maíz (Fritz Kiersch, 1984), Dolores Claiborne (Taylor Hackford, 1995) las dos formidables películas de Rob Reiner Stand by Me (1986; inspirado en el relato El cuerpo), The Shawshank Redemption (1994) y Misery (1990), de nuevo con un escritor agobiado y en peligro (James Caan), esta vez por el fanatismo hostil de una lectora (una brillante Kathy Bates) que no desea que abandone una saga literaria y lo obliga a escribir. Otra cinta aclamada o laureada salida de sus páginas es Green Mille (Frank Darabont, en 1999). Hay varias adaptaciones de La niebla (con éxito la versión de Frank Darabont, en 2008), una de sus mejores historias, pero ni ésta ni Cujo (Lewis Teague, en 1986) se volvieron filmes memorables, aunque funcionaron bien como negocio de exhibición.
Stephen King supo de inmediato que los escritores tienen un trayecto que recorrer, con convicción o dubitación, con energía o flaquezas, pero es su sino y hay que entenderlo aun con sus durezas y contradicciones. Escribió: “El novelista ‘serio’ está buscando las llaves que lo conduzcan a sí mismo; el novelista ‘popular’ está buscando un público. Ambas clases de escritores son igualmente egoístas”.
King convirtió su frenética escritura en una prolífica posibilidad de estupendas lecturas.