En la violencia de género no importan la edad ni posición social. Marisol sufrió durante 20 años maltrato físico, sicológico, económico y hasta laboral que ejerció en su contra su ex esposo, para quien tenía la obligación de trabajar en un puesto de frutas y verduras, además de hacer talacha para mantener en óptimas condiciones vehículos acondicionados como taxis, sin recibir sueldo.
El entorno violento en el que vivía la mujer de 37 años era bien conocido por propios y extraños. Pero su situación comenzó a cambiar cuando, en diciembre pasado, una clienta le dijo que su situación tenía salida. Le entregó en propia mano trípticos de las Lunas, que son lugares creados en la capital para la prevención de feminicidios.
Marisol se casó a los 17 años y a pesar de que en tres ocasiones pidió el apoyo de la policía –que nunca llegó– e intentó presentar una denuncia por violencia familiar, el agente del Ministerio Público la ignoró porque no presentaba golpes.
En febrero pasado llegó a la Luna Coatlicue, en la colonia Agrícola Oriental, alcaldía Iztacalco, donde su extrema delgadez, baja estatura, desaliñada y con pérdida considerable de cabello tan solo con deslizar la mano por su cabeza por el estrés, encendieron la alarma del personal de la Secretaría de las Mujeres, que identifica que seis de cada 10 mujeres de entre 10 a 40 años tienen riesgo feminicida.
Ahí Marisol recibió asesoría jurídica y sicológica; además fue incluida en el programa Bienestar para las Mujeres, por lo que recibió 4 mil 230 pesos cada 30 días por seis meses.
“Ahora vivo tan feliz, estoy tan tranquila de vivir sin él, yo ya no regreso”, expresó en entrevista, al señalar que su vida cambió porque ya no tiene miedo de vivir sola o caminar por la calle, pero lo más importante es que estudia la preparatoria en línea y se organiza con sus hijos varones de 18 y 17 años, y una adolescente de 15, para utilizar la computadora; además, tiene ahora su propio taxi y trabaja para acondicionar otro vehículo.
Entrelazando los dedos de sus manos maltratadas y las uñas negras por los cambios de aceite y de llantas, recordó que sus padres le pedían pensar “en que dirá la gente” si abandonaba a su ex pareja, oriundo de Puebla y mayor 16 años que ella, de quien se divorció hace cinco, pero siguió viviendo con él creyendo que había cambiado.
Fue el lustro en el que vivió más agresión, a la que puso fin cuando la amenazó de muerte y a sus hijos. Las autoridades iniciaron carpetas de investigación por los delitos de acoso sexual y violencia familiar.
“Normalicé la violencia desde que nos casamos. Lo acepté. No podía salir sola, no me podía arreglar, así viví durante 20 años porque para mí era algo normal”. Las vecinas le decían ¿por qué no sale a la calle, güera?, comentó, al referir que ahora su reto es terminar la preparatoria, estudiar la licenciatura en derecho y rescatar a otras mujeres víctimas de violencia.