Moscú. La tensión en la frontera entre Minsk y Varsovia –o, si se prefiere, en términos de confrontación geopolítica entre uno de los principales aliados de Rusia, por un lado, y por el otro, un miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE)– no disminuye, incrementando el riesgo de que estalle un conflicto armado entre ellos.
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Esto ocurre cuando miles de migrantes continúan atrapados en la crisis humanitaria que se agrava en el linde –separado por alambre de púas– de un país, Polonia, que rechaza abrir la puerta para que lleguen a su anhelado destino, Alemania, y otro, Bielorrusia, que no quiere que se queden en su territorio.
Hambre y frío –drama especialmente impactante por los estragos que causa a los más indefensos: mujeres, ancianos y niños pequeños– es el precio que pagan en este momento los refugiados que, perdiendo todo, huyeron de los horrores de la guerra en su patria en busca de una vida mejor, en tanto Bielorrusia y Polonia, con el respaldo de sus socios, se echan la culpa por la crisis migratoria y lanzan todo tipo de advertencias y amenazas.
Cada día se añade una página al ya abultado catálogo de desencuentros y este jueves, cuando Bruselas prepara instrumentar el quinto paquete de sanciones contra Minsk, responsabilizando al gobierno bielorruso de estimular el flujo de migrantes para desestabilizar la Unión Europea, el presidente Aleksandr Lukashenko, que rechaza esa acusación y atribuye a Estados Unidos y la OTAN ser el origen del problema, respondió con la posibilidad de impedir el tránsito del gas natural ruso que llega a clientes europeos a través del gasoducto “Yamal-Europa” que pasa por su territorio.
Esta perspectiva alarma sobre todo a Alemania, el destino final de ese gasoducto, y motivó que la todavía canciller federal Angela Merkel hay telefoneado este jueves al presidente Vladimir Putin para pedir que ejerza presión sobre Lukashenko.
El titular del Kremlin –según un comunicado de su servicio de prensa– aprovechó la ocasión para culpar a la OTAN de ”llevar a acabo acciones desestabilizadoras y de provocación” en el mar Negro, donde Estados Unidos envió tres buques de guerra para participar en unas maniobras navales con contingentes de Bulgaria, Rumania y Turquía, así como dos países de la antigua Unión Soviética enemistados con Rusia, Georgia y Ucrania.
Rusia y Bielorrusia comparten la obligación de prestarse ayuda militar en caso de sufrir una agresión, por lo cual Lukashenko –en una entrevista a un medio ruso, transmitida por la televisión bielorrusa–, recordó esta semana que, en caso de estallar una guerra con Polonia, “Rusia se vería inmediatamente envuelta en este torbellino y es la mayor potencia nuclear”.
En Bielorrusia no hay ni bases ni tropas rusas, pero en cuestión de horas podrían llegar hasta la frontera con Polonia y hace poco Lukashenko aceptó ampliar otros 25 años la presencia en su territorio del personal militar que opera el sistema de radares y otras instalaciones similares del ejército ruso en suelo bielorruso.