Villa Guerrero, Jal., El festejo por la autonomía de San Lorenzo Azqueltán, ocho años después que fue obtenida, tuvo de nuevo a Lenchito o “el niñito Lorenzo” –como llaman de manera afectuosa a la imagen de San Lorenzo– como centro de una celebración que incluyó peregrinaciones, cánticos, danzas, ofrendas, tejuino y una noche de sincretismo.
La comunidad de tepehuanos y wixaritari celebró también la puesta en operación de la primera clínica autónoma con influencia del autogobierno zapatista en Chiapas fuera de ese territorio.
Después de una peregrinación al cerro Colotlán, ubicado a unos kilómetros del poblado y punto sagrado al cual llevaron en andas al patrono Lenchito, los lugareños se instalaron en el atrio de la iglesia, donde encendieron una fogata y comenzaron el ritual para comunicarse con sus deidades, con los marakames (chamanes) como guías de un cántico que no cesó durante horas.
La velada al aire libre, bajo una luna con Venus acompañante, incluyó bebidas como tejuino y un preparado con peyote, un altar a San Lorenzo, al que ambos grupos indígenas le dedicaron danzas guiadas con música de percusión y violín wixárika.
Sentados a la intemperie, sin dejar de cantar con voz apenas audible a ratos, los marakame instalaron los elementos para su ritual; un cantador hizo lo propio y guió con su voz a los presentes durante las horas de desvelo.
Fiesta hasta el alba
Mario y Saúl, de origen wixárika, intentaron explicar a los visitantes extranjeros y locales lo que estaba sucediendo y el porqué. Durante un buen rato contestaron las preguntas de los invitados y luego continuaron con el ritual hasta el amanecer, cuando el frío se intensificó, instante en el cual el cielo se dividía en el horizonte entre la noche y el día.
Fue la hora de las ofrendas: Un becerro, un borrego y un guajolote. Se saludó a los puntos cardinales: norte, sur, este, oeste, y al centro.
Al final se dio de comer al fuego velas, galletas de animalitos... De todo, porque el fuego se come cuanto encuentra. Y en el oriente la estrella de la mañana marca el momento para que se abran las botellas, el tejuino fluya y los marakame lo beban, poniendo término a la ceremonia.