Roma. En verano de 1964, el buque pesquero Ferru-ccio Ferri, levantó entre sus redes por accidente una obra maestra de bronce de la estatuaria griega que terminaría en el mercado ilegal. La escultura encontrada en las costas del mar Adriático representa a un joven atleta en acto de coronarse. Mide un metro y medio de altura y carece de pies que debieron haberse perdido al momento de la pesca.
Conocida como el Atleta de Fano, se convirtió en una obra célebre no sólo por su calidad artística y rareza sino, sobre todo, porque se la disputan Italia y el Museo Getty, que la adquirió en 1977. Por medio siglo, Italia no ha dejado de pedir su restitución.
El congreso Un atleta del mar: críticas y perspectivas del regreso, que tuvo lugar el 4 y 5 de octubre pasado, y cuya organización estuvo a cargo de la Universidad de Ferrara y la revista The Journal of Cultural Heritage Crime, profundizó en los temas legales, históricos y de conservación más espinosos, en vista de la posible devolución de la estatua, después de que Italia determinó la incautación desde 2010, a la cual el Getty ha apelado tres veces para evitarlo.
Queda la vía diplomática como el arma más eficaz para lograrlo. Por medios legales, según afirmó el abogado Lorenzo D’Ascia, de la Fiscalía General del Estado, sería necesario al menos un año “para que se defina el contencioso frente a la Corte Europea de los Derechos Humanos”.
Los dos únicos datos ciertos de la pieza son que después de su descubrimiento en el mar fue llevada a la ciudad de Fano, de donde toma su nombre, entre otros, como El atleta victorioso. Fano era el hogar de los pescadores. A pesar de que la obra permaneció ahí un tiempo en clandestinidad, fue mostrada a mucha gente en el intento de venderla. En Fano se creó un fuerte lazo con la estatua y la comunidad local, donde existe un par de copias modernas en bronce. El segundo dato es la fecha aproximada de realización según una atribución estilística situada entre mediados del siglo IV y principios del I aC.
Discrepancia sobre su autoría
Una parte de la crítica considera que fue realizada por Lisipo, uno de los mayores escultores griegos de época clásica; otra piensa que es una copia de un original griego de altísima calidad, posiblemente dirigida al mercado coleccionista romano en la antigüedad.
En espera de un proceso penal en Italia sobre la propiedad del Estado, la estatua se trasladó a distintos lugares de Italia, y Europa en general (1971-1976), antes de llegar al Museo Getty, en Malibú, California, donde se expone hasta la actualidad. La obra fue vendida al recinto en Estados Unidos por una cifra considerada astronómica en ese entonces: 4 millones de dólares. Hoy la estima se ha triplicado.
El Getty arguye que ha cooperado con Italia habiendo devuelto decenas de piezas adquiridas de manera ilícita según los parámetros de la Convención de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura de 1970, entre ellas, la Venus de Morgantina.
La firme postura del Getty es que la obra no le pertenece a Italia porque fue encontrada en aguas internacionales. En un comunicado, afirmó: “La estatua no forma ni ha formado nunca parte del patrimonio cultural de Italia. El descubrimiento accidental de ciudadanos italianos no convierte a la estatua en un objeto italiano. Encontrada fuera del territorio de cualquier estado moderno, y sumergida en el mar durante dos milenios, el bronce sólo tiene una conexión fugaz e incidental con Italia”.
Silvia Cecchi, representante de la fiscalía, señaló que en los procesos de Gubbio “los pescadores declararon que la estatua fue encontrada en aguas territoriales y no internacionales. En nombre de la ley, la obra debe regresar a Italia”, sostuvo.
El abogado Giuditta Giardini destacó que existen en el contencioso de la estatua dos escuelas de pensamiento del patrimonio: el Getty tiene una visión internacionalista, que considera que los bienes deben circular libremente para llegar a un público donde existe un patrimonio menos rico; en tanto, Italia maneja la visión nacionalista, la cual considera que los bienes deben permanecer en el propio territorio porque crean un vínculo de identidad con la comunidad.
Giardini subrayó asimismo de qué manera “el Getty manipuló, en una especie de operación de mercadeo, la labor de estudio y restauración que realizó a la pieza a partir de los primeros estudios de Jiri Frel, curador de antigüedades del museo, conocido también por el tráfico ilegal de obras de arte” y quien “bautizó a la estatua como El bronce del Getty”, relacionándolo así con el museo “para romper su lazo con Italia y la negativa imagen de saqueo”.
En el congreso se discutió también sobre la sede que resguardará la obra, en caso de su regreso, y su conservación adecuada, pues “Italia tiene una gran responsabilidad respecto de la estatua”. Las tres ciudades probables son Fano, Ancona o Roma, que en ninguno de los casos podría alcanzar mínimamente los 300 mil visitantes que se logran en el Getty, donde la estatua está colocada en un lugar de “honor”.