Antes de la reunión de la COP26 en Glasgow, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) patrocinó un video en el que se ve a un dinosaurio que entra a la sala y exhorta a la asamblea a no optar por la extinción.
La afable bestia afirma que extinguirse es una mala cosa, y que al menos en su caso hubo un asteroide, pero provocar la propia extinción es de lo más ridículo.
Luego, Antonio Guterres, el secretario general de esa ONU, hizo el papel del dinosaurio en Glasgow. Su admonición parece de sentido común, pero en los primeros días de la reunión las cosas se asentaban en la realidad.
El reciente sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático –IPCC– (https://www.ipcc.ch/languages-2/spanish/) reafirma los malos pronósticos de las condiciones climáticas, al tiempo que se agrava la crisis energética y se complica la transición hacia las fuentes limpias.
Se hicieron algunos compromisos para reducir las emisiones contaminantes, pero sin planes concretos para lograrlo. El cuestionamiento es obvio: ¿Están a la altura los líderes políticos para enderezar el camino del cambio climático? ¿Serán capaces de hacerlo de modo suficiente y a tiempo? ¿Está la sociedad a la altura para hacerse cargo de sí misma?
A la reunión del COP26 no asistieron China ni Rusia. La ausencia no es menor, y exhibe gran parte del problema. China es, por mucho, el principal consumidor de carbón en el mundo, reducir su uso repercutirá en la capacidad de crecimiento, precisamente en el momento en que se están replanteando las disputas geopolíticas.
Las condiciones del uso de la energía para bajar sensiblemente las emisiones contaminantes exhiben un conflicto sistémico del capitalismo, mientras persiste el calentamiento global.
El tiempo está en contra y las medidas de contención existentes se adaptan a las necesidades de los países ricos y los consorcios que más contaminan. Las emisiones de dióxido de carbono de uno por ciento de la población mundial más rica se estima en 30 veces lo que sería compatible con un calentamiento global de 1.5 grados centígrados.
Como se reportó sobre la COP26, “el escenario se encuentra lleno de funestas advertencias, pero es ligero en cuanto a los recortes efectivos de las emisiones que provocan el calentamiento global.”
En esta fase de recuperación económica en el contexto de la pandemia de Covid-19, se ha constatado que las emisiones globales por la utilización de combustibles fósiles se han disparado ya al nivel récord que registraron en 2019. Luego de haber caído más de 5 por ciento.
En el Acuerdo de París de 2015, 1.5 grados centígrados era la cifra fijada como meta de largo plazo para limitar el incremento de la temperatura por encima de los niveles preindustriales (base que se fija en torno de 1720-1800 cuando empiezan a registrarse elevaciones constantes de la temperatura). Tal como están las cosas la tendencia es hacia un mayor nivel de contaminación.
Las grandes corporaciones, empezando por las del sector energético –fósil y renovable– toman posiciones para asegurar su futura rentabilidad; aquellas que usan la energía han ido adaptando su abasto para acomodarse al nuevo escenario. Si eso es compatible con las necesidades y el bienestar de sociedades muy desiguales internamente y entre unas y otras, es parte del escenario que está en disputa.
La situación de las fuentes y usos de la energía, su impacto en cuanto a la escasez y los precios que repercuten en las condiciones de vida de la gente, de la producción, el transporte, etcétera, hoy está desquiciada. Las presiones sobre los patrones de crecimiento del producto y la inflación son notorias.
Añádanse a eso las voraces prácticas de depredación ambiental que se registran en muchas partes del mundo. Las condiciones climáticas no pueden más que resentirse y, cuando menos en el mediano plazo, empeorar.
Una transición energética exige que los procesos involucrados se desarrollen de modo compatible; se trata de reducir sensiblemente las fuentes de carbón desde su extracción hasta su uso que, junto con el gas, son los insumos esenciales para generar hoy la electricidad. Si el futuro es eléctrico las pautas del sector energético son cruciales.
Ante el fenómeno del calentamiento global y los determinantes del sector de la energía, el escenario puede llevar a un dilema, cierto problemático, entre crecimiento y clima. Las expresiones sociales frente a lo que implica el cambio climático podrían ser un elemento clave del proceso.
¿Podrá la ciencia contener las condiciones del cambio climático como algunos sugieren? ¿La inventiva innovadora compensará la presión sobre el complejo sistema de la naturaleza? ¿Se ajustará pacíficamente la humanidad a las exigencias de temperaturas por encima de 2 grados centígrados sobre el nivel preindustrial?
El comportamiento social con respecto a la producción y consumo de bienes y servicios de alto contenido de emisiones contaminantes tendrá que adaptarse, más temprano que tarde, y ese proceso no será terso. Lo mismo deberá pasar en el ámbito de la política y la legislación.
Las corrientes de inversión en los sectores productivos habrán de reorientarse para financiar procesos energéticos más limpios. Eso ocurre de modo muy incipiente, pero es una condición necesaria para encauzar los recursos financieros a la transición energética. El principio vigente de maximizar de la rentabilidad debe replantearse.