En algún lugar del valle de México, en el corazón del Anáhuac, hay un taller mecánico que se antoja eficiente, cuyo nombre, dada su especialización “en escapes”, no podría resultar más adecuado: se llama Juan Carlos I. Tal es la imagen de ese personaje al que llaman ahora “Rey emérito” de España, en medio de la difusión de la enorme cauda de latrocinios que cometió. Según se dice, son muchos millones de euros los que han pasado de manera ilícita a sus manos
No cabe duda de que alude a ese personaje de apellido Borbón, quien fungió como Rey de España desde 1975, cuando murió su padrino el dictador Francisco Franco y Bahamode, gallego para más señas, después de un gobierno de tres décadas y media llenas de prevaricaciones y asesinatos. Como es de suponer, las manos de su sucesor no quedaron del todo limpias del caudal de sangre que derramó el criminal dictador.
El taller de marras hace referencia al fin del reinado del tal Juan Carlos, que se conoció al principio de su mandato como el “rey del papelito” pues siempre llevaba uno, escrito quién sabe por quién, con lo que tenía que decir. Al parecer, al hombre, a pesar de haber sido entrenado para gobernar por su promotor, le costaba estructurar frases completas con sujeto, verbo y complementos.
No deja de llamar la atención que un pueblo que se reputa de europeo y culto se haya mantenido ciego de la ralea del personaje e, incluso, haya llegado a considerarlo como un amante de la democracia. Hasta una pluma de calidad como la de Javier Cercas cayó en el garlito de escribir, seguramente por encargo, un libro que disimulara la complicidad del sujeto con el fallido golpe de Estado de ese tal Tejeiro, en 1971. Es de admirar también el estoicismo con que se tragó el pueblo español, incluido Cercas, el camelo de que el rey tenía vocación democrática.
Lo cierto es que se mantuvo lo más posible al margen de la política con el ánimo de pasarla muy bien con amigos y amiguitas y, sobre todo, medrar a costa del dinero de todos los españoles.
Asimismo, en aras de abonar al espíritu democrático de Su Majestad, me permito recordar atentamente, las buenas relaciones que tuvo con la dictadura militar argentina, especialmente cuando ésta fue encabezada por el general Videla y la cordialidad que prevaleció con Augusto Pinochet, la versión chilena de Franco. Ahí están, en los periódicos argentinos y chilenos, las fotografías y las notas de su momento que lo comprueban.
Finalmente, la cereza del pastel se exhibió cuando, sin tener derecho a ello, el relumbrante Rey de España, digno ejemplar de su dinastía, interrumpió a un jefe de Estado, en este caso de Venezuela, con aquel famoso “¿Por qué no te callas?”
No pretendo defender a Hugo Chávez, pero en tal ocasión Juan Carlos I cometió una verdadera grosería impropia de un personaje de su nivel, aunque se explica por el hecho, ratificado por varios presentes, de que su real persona despedía un fuerte olor a alcohol. Es decir, iba borracho.
Los mexicanos estamos plenamente convencidos de que ni los demócratas españoles ni los familiares del sujeto merecen tener que soportar tales vergüenzas. No en vano, se dice que ahora la mayoría de los habitantes de dicho país ya quisieran poner a la casa real de patitas en la calle.