Hay un sonido, un crepitar manso de fogata, una ola azul que viaja a velocidad de calma y paz. Sosiego. El sonido flota, asciende, avanza, se curva. Crece.
Es la guitarra de Pat Metheny.
Una manera de definir a un maestro de la música es preguntar si puede estar sonando, en cualquier lugar, en cualquier momento, alguno de sus muchísimos y variados discos, y si alguien es capaz de decir: “¡Metheny!”, es que estamos frente a un gigante.
El sonido de un gigante suele ser sereno. Es el caso de Metheny.
(En alguna de las entrevistas que he realizado con Pat Metheny, aprovechando que es una persona muy sencilla, generosa, accesible, de plano le pregunté: “¿Cómo es tu apellido, Méteni, Meteni, Metini? La mayoría te dice Metini”. Y él respondió: “Es como tú quieras, Pablo, da igual, Méteni, Meteni, Metini; como quieran llamarme está bien”.)
Vasta discografía, 45 años en los estudios de grabación. Maestro consumado y en plenitud de sus capacidades creativas.
En sus inicios fue maestro en el Berklee College of Music, donde hizo crecer a jóvenes que prometían. Al DiMeola fue uno de ellos.
Hoy, que nadie duda que se trata de una de las personalidades definitivas de la música contemporánea, retoma la tradición donde se forjan los maestros: enseñar a los jóvenes, darles la oportunidad que él recibió cuando fue un joven desconocido y otros creyeron en él.
Esa es la naturaleza de su nuevo disco: Side-Eye NYC (V1.IV).
Se trata de una grabación en vivo, realizada antes de la pandemia, en Nueva York, en 2019.
Es uno de los resultados de su acariciado Side Eye Project, que consiste en largas sesiones con músicos jóvenes con talento suficiente como para cultivarlo en la mismísima casa de Pat Metheny, a invitación de él, y de esa casa salen derechito a los grandes escenarios.
Siguió el método creado por Miles Davis: reclutar jóvenes talentosos, ponerlos a tocar piezas de jazz clásico y, de repente, meterlos en el estudio de grabación para crear cosas nuevas.
El disco Side-Eye NYC comprende poliedro: su subtítulo (V1.IV) indica las permutaciones posibles: es el primer volumen con cuatro capítulos; es decir, se trata de un work in progress con variantes a placer, tanto en el contenido como en los integrantes del grupo, en este caso el formato clásico de trío de jazz.
De manera que conocemos ahora a dos de los jóvenes a quien Pat Metheny está dando la oportunidad de su vida, los que grabaron con él este disco y conoceremos a otros que participarán en la gira de 100 conciertos que está en curso en distintas ciudades de Estados Unidos y seguirá en 2022 en Europa y del que, por cierto, México fue desterrado, pues en principio se había prometido que el concierto que Metheny tuvo que cancelar en México el año pasado por la pandemia se repondría este diciembre, pero el calendario de conciertos anunciado en su página web no contempla nuestro país. Será hasta octubre de 2022 cuando lo volvamos a escuchar en vivo en México.
Por lo pronto, disfrutemos su nueva obra maestra, el disco Side-Eye, término cuyos significados nos conducen a lo que sucede en un concierto en vivo, cuando los músicos se miran de reojo (side-eye) para establecer diálogos, en este caso triálogos. Side-Eye también implica mirada periférica, que desarrollamos al jugar basquetbol, por ejemplo. Play, to play, en música significa interpretar, pero también jugar.
La bonhomía de Pat Metini (llamémosle así) rebosa en su nuevo álbum. La pieza inicial, It Starts When We Disappear, es un arbotante, géiser, arcoiris.
Al sonido inconfundible de la guitarra de Metini se suman los nuevos talentos: el fabuloso tecladista James Francies, de 26 años, y el súper baterista Marcus Gilmore, en cuyo árbol genealógico brilla un genio: Roy Haynes, su abuelo, de cuyo fulgor basta citar tres nombres para cifrar su importancia: Charlie Parker, Thelonious Monk y Miles Davis. Para ellos tocó la batería, antes de formar su propio trío.
Estos chavitos, Francies y Gilmore, a quienes Metini ofrece la oportunidad de su vida, otorgan vitalidad, turgencia, espectacular maestría en el derroche de recursos técnicos, invenciones al instante, dominio estilístico, a esta media hora de grabación de gran música.
Hay signos evidentes de la gran cultura musical de estos jóvenes, capaces de acometer composiciones nuevas de Metini al mismo tiempo que retrabajar piezas del repertorio de su maestro y mecenas.
El maestro y sus alumnos nos sumergen en un baño muy agradable de agua fresca: jazz clásico, sin edad, y jazz nuevo, novísimo.
James Francies enlaza abalorios con las teclas blancas y negras de un piano eléctrico y en un momento dado pone en acción un órgano en el más puro estilo Oscar Peterson, de cuando el gran marsupial canadiense introdujo ese instrumento como la gran novedad en el jazz a principios de los años 60.
Marcus Gilmore hace lo propio con los tambores y un uso escalofriante por sutil, de los platillos.
El balance armónico de entrambos tiende tapetes persas al maestro Metini, cuya sonrisa escuchamos en el sonido inconfundible de su guitarra.
El grupo incursiona en distintos territorios estilísticos y etapas de la discografía de Metini, por ejemplo, la pieza Timeline originalmente es del álbum Time is of the Essence, con Michael Brecker al sax, y aquí el todo retrabajado, al igual que la obra Lodger, prácticamente un homenaje a Jimi Hendrix, que figura en el primer disco de Metini: Bright Size Life, de 1976, de hace 45 años.
El método que usó Miles Davis para forjar a jóvenes que se convirtieron en leyendas lo vivió en carne propia el contrabajista Ron Carter, quien durante una larga gira de conciertos con Pat Metini le transmitió el mensaje completo: Miles los ponía a tocar “standards” como una disciplina que les permitiera “entrar a estancias sagradas” y así lograr las obras maestras que inmortalizaron a Miles Davis (así nació Bitches Brew, por ejemplo) y remolcaron a jóvenes promesas hoy convertidas en realidad.
El encuentro de Pat Metini con jóvenes talentosos es, en palabras del guitarrista, “el crisol de las experiencias”. Trabajar con jóvenes, me consta, es siempre una experiencia muy enriquecedora. Supuestamente hay un maestro, el experimentado, y unos alumnos, los jóvenes, pero en realidad se trata, efectivamente, de “un crisol de experiencias”, donde el que ha vivido más aprende igual que lo que aprenden quienes comienzan a vivir.
El nuevo disco de Pat Metheny (méteni, meteni, metini) es una obra maestra de invención musical. Es una de esas obras de las que se aprenden cosas nuevas aunque llevemos ya semanas enteras escuchando el disco. Es mi caso.
Cada nueva escucha de este disco depara sorpresas; por ejemplo, encontramos de cuerpo completo, estilo e idea, a Thelonious Monk, y enseguida a Ornette Coleman y después a Charlie Parker y a continuación el estilo inconfundible de Pat Metheny.
Este álbum es una suerte de reivindicación del arte del jazz: revisita estilos, periodos, personalidades, improntas, de manera muy amena, gozosa y divertida.
El buen talante del nuevo disco de Metheny es como un ave, una presencia alada, majestuosa, imponente, que cuida y protege y cobija y nos hace sonreír. Todo fluye en calma, incluso en los momentos de gran intensidad, y todo el tiempo divisamos las tres aves: la guitarra de Metheny, la batería de Gilmore y los teclados de Francies, desplazándose con elegancia y nitidez en el firmamento.
Es una continuación óptima de su disco anterior, Road to the Sun, donde Pat Metheny nos entrega una versión bellísima de Für Alina, de Arvo Pärt, y composiciones de música de concierto que escribió en plena pandemia, una de ellas titulada Four Paths of Light. Música espiritual, producto de toda esta temporada de lecciones que está recibiendo la humanidad entera.
Tenemos en el nuevo disco de Pat Metheny, Side-Eye NYC, música optimista (una de las composiciones se titula, por cierto, Better Days Ahead), plena de luz, alegría y esperanza, todo eso condensado en un sonido:
Un crepitar manso de fogata, una ola azul que viaja a velocidad de calma y paz. Sosiego. Un sonido que flota, asciende, avanza, se curva. Crece.
La guitarra de Pat Metheny.