El elenco, con Kristen Stewart como la princesa Diana, es brillante, y el final en un convertible es sublime. Entonces, ¿por qué el resto de Spencer de Pablo Larraín es un ejercicio tan superficial?
No fue hace mucho tiempo que el director chileno hizo otra reflexión sobre la creación de un mito en la similarmente conceptual Jackie. También fue una película elegante con una cautivadora interpretación protagónica de Natalie Portman como Jaqueline Kennedy y una música original discordante y desgarradora de Mica Levi. Aquí, nuevamente realiza un estudio de carácter empático (en esta ocasión con una banda sonora con toques de jazz de Jonny Greenwood) sobre una figura y personalidad en la cima de la fama y la tragedia del siglo XX.
Historia fantasmal
Jackie tenía las espinosas aristas de un thriller sicológico envuelto en los recuerdos de un pasado doloroso. Spencer es una historia más fantasmal: una versión onírica y lujosa de The shining (El resplandor), en la que el Hotel Overlook es la residencia de la reina Isabel II en Sandringham, donde la princesa Diana suele deambular aislada y con una inquietud sofocante. Cuando se escapa una noche y se le acercan guardias con linternas, Diana les dice: “Digan que vieron a un fantasma”.
Así suele ser Spencer, escrita por Steven Knight (Eastern Promises, Locke) con una angustia apabullante. Todo está entre comillas. Todo es metafórico y premonitorio. Es el año 1991, seis años antes de la muerte de Diana, en la cúspide de su discordia con la familia real. Diana está consciente de la relación de Carlos con Camila Parker Bowles; esta reunión navideña es cuando supuestamente decidió poner fin a su matrimonio. En Spencer, la familia ya ha desenfundado sus cuchillos para Diana. Ellos la culpan.
“Soy un imán para la locura”, dice. “La locura de otras personas”.
Pero pasa un tiempo antes de que Diana entre en contacto con cualquier persona. Larraín comienza la película con una caravana del ejército sobre una carretera arbolada hacia Sandringham, durante los preparativos para las fiestas. Todos los adornos reales son militaristas y, pensamos, posiblemente fatales para Diana. Su guardaespaldas sospechoso es un oficial (Timothy Spall) y el cocinero (Sean Harris) cita el diálogo de batalla de Enrique V. “¿Me matarán?”, le pregunta Diana en referencia a la familia real.
Fábula de una verdadera tragedia
Pero antes de que aparezcan, Diana deambula rápidamente por las colinas cercanas en su convertible. Entra a un café a pedir direcciones. Mientras todos la miran boquiabiertos, ella finge ser la princesa perdida, comiéndose la escena. Una vez que llega tarde, Diana permanece solitaria. Spencer incluye breves apariciones de Carlos (Jack Farthing) y la reina Isabel II (Stella Gonet), pero la película de Larraín existe en un paraje onírico y estiloso creado completamente a partir del angustiado interior de Diana. Spencer es presentada como una “fábula de una verdadera tragedia”.
Tanto en Jackie como en Spencer, Larraín merece crédito por evitar la estructura común de una película biográfica. (Algunos incluso se han comenzado a preguntar si su siguiente filme será sobre Britney Spears). Cada retrato es sensible y explora a sus personajes. Pero las conjeturas abstractas no son un sustituto especialmente revelador para las convenciones biográficas. El drama se dibuja tan crudamente –con una Diana oprimida por las tradiciones y restricciones de la familia real– que cae en una serie repetitiva de encuentros con miembros chismosos del personal (Sally Hawkins, dama de compañía en la que confía Diana), momentos más dulces con sus hijos (Jack Nielen y Freddie Spry) y escenas cada vez más abstractas de la bulimia de Diana y su trágico destino, con apariciones de Ana Bolena (Amy Manson).
¿Se desdibuja algo de esto? En realidad, no. Pero Spencer, juguetona al punto del absurdo por momentos, es tan simbólica que su tenue relación con cualquier realidad histórica podría quedar de lado. En realidad, la cinta podría ser más sobre Kristen Stewart que sobre Lady Di. La inteligencia del reparto radica en los muchos paralelismos entre Stewart y Diana, ambas mujeres jóvenes que quedaron bajo el microscopio con sus propias cargas y placeres de la fama. Algunos han elogiado la maestría técnica de la actuación de Stewart –el acento, los gestos– pero la interpretación no se trata sólo de transformación. En ningún momento olvida uno de que es Stewart interpretando a Diana.