Ciudad de México. La escena del frente de la Catedral Metropolitana, con un mercado de comida originada en diversas regiones del país, resulta inusual. Así es la séptima edición de la Fiesta de las Culturas Indígenas, Pueblos y Barrios Originarios de la Ciudad de México, que se desarrolla del 4 al 18 de noviembre en el Zócalo capitalino.
Ante la pluriculturalidad de los habitantes de la urbe y la conmemoración de la caída de México-Tenochtitlan, se desarrolla esta celebración de la persistencia cultural con palabra, armonía musical y movimiento, además de la producción artesana de grupos sociales asentados en la capital, con sus singularidades desarrolladas durante siglos.
La totalidad de la Plaza de la Constitución se convierte en un magno recinto que destaca la imaginación artesana materializada en piezas con distintos componentes, colores y motivos, a partir del trabajo de mil expositores. En paralelo, se realizarán 133 actividades culturales como recitales de música y danza, talleres y conversaciones sobre la diversidad cultural en la capital.
Durante la inauguración, el jueves pasado, Vanessa Bohórquez, titular de la Secretaría de Cultura local, explicó que la Ciudad de México “está absolutamente orgullosa de tener hoy esta séptima edición de una fiesta que representa la cultura de nuestros ancestros y los 500 años de una resistencia indígena que jamás permitió que se olvidara quiénes somos, quiénes seremos y quiénes hemos sido”.
Desde el centro de la plancha del Zócalo se observa la asombrosa variedad de creaciones, desde los tejidos. Por momentos recuerda algún lugar en otras localidades, quizás alguna población de Oaxaca, sensación ensalzada por los techos que semejan tejados.
Este viernes se presentaron la Banda Clásica de Oaxaca, las compañías de danza ñuu savi La Negrada, K’heris T’umbiechas y Kurpitichas.
Atravesando los pasillos se puede ver la variedad de diseños que han adquirido las blusas a lo largo de siglos, en sus colores, cortes y motivos, desde el muy generalizado blanco con bordados en las orillas, hasta los rojos y morados, con flores o pájaros, o el trazado de formas. Tan llamativos unos como los siguientes.
Vendimia en la VII Fiesta de las Culturas Indígenas, Pueblos y Barrios Originarios de la Ciudad de México. Foto Yazmín Ortega Cortés.
Explosión cromática
Un poco más adelante los tejidos conocidos como tenangos, con sus colores suaves y dibujos bordados de aves y flores sobre fondo blanco. La explosión cromática casi conceptual producida por creadores de Chiapas, Oaxaca, el estado y la Ciudad de México.
También los rebozos con igual profusión de diseños, hechuras, materiales y modelos. Aquellos casi formales, los socorridos por prácticos en diversas poblaciones, prestos a la coquetería o la seriedad.
Además de los textiles se encuentran obras de cestería, cerámica y orfebrería en cobre, así como el trabajo en pieles, piedra y madera, y chaquira, sagrada para los wixaritari. Mientras, una mujer toca un contrabajo en el escenario principal y entona: “Estrella de la mañana ilumina mi carril”.
Imposible y extensa, una descripción con más detalles de la producción imaginativa reunida en este espacio. Como ejemplo, en uno de los módulos, el calzado de piel bordado con flores y detalles artesanales mexicanos circundan unos suecos de madera pintados.
Un poco más allá, esperan comprador los sarapes con flores, gallos y otras aves, los tejidos abrigadores con abundantes motivos y colores contrastantes; las cobijas tradicionales junto a una Frida Kahlo plasmada en un jorongo.
Infaltables son las apetecibles nieves, además de bebidas como el prehispánico tejate, el agua de cacao, los atoles, el tepache y, claro, el mezcal.
Destaca la sección dedicada a la medicina tradicional, donde se ofrecen masajes, ungüentos, aceites, cremas y yerbas para algunas dolencias.
La concurrida sección dedicada a la comida es festiva, bulliciosa y bullanguera. Ahí, en frente del templo capitalino, los tamales, carnes preparadas, tlayudas, aguas de sabores tradicionales, el café y el chocolate en distintas preparaciones, los moles de arándano y manzana.
Se pueden encontrar elotes cocidos de maíz cacahuazintle, originario de México, chapulines, y a un caballero tigre devorando unas enchiladas.
Algo resuena casi en el recuerdo o el atavismo frente a la primera gran iglesia colonial, como si este fuera el lugar natural de estas expresiones de culturas resistentes, casi una reconquista contra los autos y las versiones coloniales.
La feria es organizada, también, por las secretarías locales de Gobierno y de Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades Indígenas Residentes. Cuenta con la colaboración del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.