Moscú. Al asistir en Sebastopol, Crimea, a un acto para conmemorar el Día de la Unidad del Pueblo, una de las fiestas nacionales de Rusia, el titular del Kremlin, Vladimir Putin, afirmó ayer que Crimea “será siempre rusa” porque “esa es la voluntad soberana, libre e inquebrantable de todo nuestro pueblo”.
Putin visitó el complejo de monumentos dedicado a la guerra civil rusa (1917-1922) y, en ese histórico escenario, dijo: “la tierra de Crimea, regada con la sangre de soldados rusos, conserva el dolor y el recuerdo de esos hechos y será siempre un símbolo no sólo del conflicto fratricida, sino también –lo que es especialmente significativo– de la reconciliación posterior”.
Ucrania, que considera a Crimea “territorio temporalmente ocupado” desde 2014, cuando se produjo la incorporación de la península a Rusia, no reconocida por la inmensa mayoría de países, protestó por la visita de Putin a Sebastopol, sede de la Flota del Mar Negro de la armada rusa.
En ese contexto, Putin y su colega bielorruso, Aleksandr Lukashenko –éste desde Minsk– firmaron ayer un comprehensivo documento que ratifica la intención de profundizar la integración económica de Rusia y Bielorrusia con hojas de ruta en 28 áreas, las cuales especifican las medidas a tomar entre 2021 y 2023.
Sin el acto solemne que la ocasión ameritaría, en ceremonia transmitida por televisión, los mandatarios, que se comunicaron mediante videoconferencia, celebraron haber dado un paso más hacia una unión que se negocia desde hace muchos años y que todavía tendrá que definirse en lo político.
Los analistas que han seguido de cerca el dilatado estira y afloja entre Putin y Lukashenko, quien en este momento es considerado por el Kremlin el mejor aliado de Rusia, aunque Bielorrusia sigue considerando la península de Crimea como parte de Ucrania, no tienen claro en qué puede desembocar el proclamado acercamiento entre estos dos países eslavos vecinos.
De hecho, nadie sabe cuándo se podrá llegar a una eventual meta ni cuál de las variantes que se manejan hoy por hoy acabará imponiéndose: la creación de una confederación o de una federación, sin excluir que el más grande absorba al más chico o que la situación se quede como hasta ahora con dos países independientes, que siempre hablan de la conveniencia de que los ámbitos de política y defensa no queden al margen de los esfuerzos de integración económica.
Los documentos, que ya habían sido aprobados en septiembre anterior por los respectivos gobiernos, son más bien un catálogo de buenas intenciones. Con el tiempo se sabrá hasta qué punto están dispuestos Moscú y Minsk a hacer concesiones para ajustar sus desequilibradas economías.
El capítulo de la doctrina militar, a modo de muestra, pone de relieve que, detrás de las declaraciones de rigor acerca de la necesidad de articular una misma política en materia de defensa, emergen serias dificultades y desavenencias como la disparidad de los presupuestos militares –el de Rusia es cien veces superior– además de que Bielorrusia no acepta asumir un papel subordinado ni albergar bases militares rusas.