La tarde del 15 de abril de 2019, un incendio en la Catedral de Notre Dame, que comenzó en el tejado del edificio, ocasionando graves daños –la aguja de la catedral y el tejado se derrumbaron–, marcó el final de una época. Al menos así lo sintió y lo entendió Mario Lavista. La aguja de la catedral y el tejado se derrumbaron y tanto el espacio interior como muchos bienes muebles se dañaron gravemente. Para sorpresa de todos, el órgano de 8 mil tubos sobrevivió el incendio. Sin embargo, las llamas y el humo cubrieron el instrumento de polvo de plomo tóxico.
En mayo de 2018 le escribía yo a Mario desde París, después de una visita dominical a la incomparable catedral: “Querido Mario, ¡hemos tenido la inmensa fortuna de escuchar otra vez el órgano monumental, imponente, trascendental, de Notre-Dame!”
A lo que Mario Lavista me respondió: “Querido Alberto, qué gran cosa escuchar ‘la voz de Dios’ a través del órgano de Notre Dame, que, como sabemos, es un espacio sagrado. Gracias por compartirlo conmigo”.
La misma tarde en que sucedió el infortunado incendio, le escribí a Mario, quien de inmediato me respondió con toda el alma, dolido por la pérdida y dictando cátedra, un mensaje que vale la pena reproducir completo, pues es una verdadera declaración de principios de este compositor insustituible y fundamental:
“Querido Alberto: no he dejado de recordar ese día en que, en compañía de ustedes, escuchamos la misa cantada en Notre Dame. Fue mi última visita a la catedral.
“Qué día más triste es hoy. Yo creo que el derrumbe de Notre Dame es la mayor desgracia que ha sufrido la gran tradición religiosa occidental. Todos aquellos que hemos visitado –y somos millones– esa catedral recordamos siempre el espacio sagrado a que esa arquitectura convoca. Todo en ella (como el color y la geometría) está (o estaba) ahí para tejer una red de proporciones perfectas que hacían posible tender un puente entre nosotros y eso que llamamos Divinidad (algo que no pertenece a nuestro mundo ‘racional’).
“No puedo no pensar que durante su construcción floreció la célebre École de Nôtre Dame, con Leonin y Perotin a la cabeza. Ellos llevaron el arte del organum y el discantus a su esplendor, a su perfección última. Sus proporciones numéricas e interválicas hicieron posible la creación de un nuevo espacio sonoro sagrado, ahora polifónico, no monofónico como el canto gregoriano.
“En fin, lo que quiero decir es que la construcción de Notre Dame, y su nuevo espacio arquitectónico sagrado, coincide con la fundación de una escuela de música polifónica: la École de Nôtre Dame y su nuevo espacio sonoro sagrado.
“Para terminar, querido Alberto, déjame añadir que me resulta imposible imaginar la gran tradición religiosa de Occidente sin la presencia de esa maravillosa catedral que resguardaba hasta el día de hoy el mejor, el más perfecto espacio arquitectónico sagrado, y que fue la depositaria también de las primeras formas polifónicas sagradas de Occidente.
“Perdón por no callarme ya, pero sigo pensando que el derrumbe de Notre Dame es lo peor que le pudo haber pasado a nuestra civilización y cultura.
“A quién, sino es a ti, le puedo escribir esto.
“Es un triste día, para todos nosotros.
“Mario.”
A lo largo de los 40 años o más que duró nuestra amistad, la cantidad de música y de pensamientos en torno a la misma que compartimos fue asombrosa. Pero no nada más la música, también la poesía, las artes visuales, el cine, por no hablar de la comida, la familia, los viajes… Y durante todo ese tiempo me pude dar cuenta de que la música de Mario Lavista es eminentemente nocturna (le gustaba trabajar a altas horas de la noche), pero no es oscura. Es música luminosa que se aviene perfectamente a los espacios que él mismo describe como “sagrados”.
La bella música que el compositor nos ha legado parece acompañarnos desde siempre con sus largos y muy significativos silencios. Al menos desde que Webern le mostrara el camino: “Su música y su pensamiento me ayudaron a descubrir nuevas formas de expresión.
“Lo que Webern me estaba enseñando era a trabajar con base en una economía de medios: con el mínimo material producir una obra.”
Mario Lavista puso en práctica esta enseñanza durante décadas, y predicó con el ejemplo, aplicando a su música uno de los principios fundamentales del arte: hacer mucho con poco. Nuevos sonidos a partir de los instrumentos de siempre, sonidos extraños, inaudi-tos, intervalos fantásticos, microtonos personalísimos, figuras etéreas y, en el centro, silencio. Como en Notre Dame.