Ciudad de México. El compositor Mario Lavista, protagonista de la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo XX, falleció a los 78 años la mañana de este jueves.
Su hija, la coreógrafa Claudia Lavista, informó a La Jornada que el deceso ocurrió a las 7:48 horas en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, donde su padre se encontraba internado debido a una enfermedad que lo aquejaba desde hace tiempo.
Por la tarde, la Secretaría de Cultura (SC) federal y el Instituto Nacional de Bellas Artes (Inbal), le rindieron un homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, reconocimiento que se extendió con la programación especial que preparó el Canal 22 de televisión.
La Fonoteca Nacional anunció que en fechas próximas difundirá grabaciones con obras inéditas de su autoría, donadas por el propio maestro, así como algunas de las sesiones de escucha que él encabezó en ese recinto, adelantó a este diario Theo Hernández, coordinador del Catálogo de Música de Concierto de esa dependencia.
Alumno de grandes
Mario Lavista, uno de los más destacados creadores de la patria musical del país, nació el 3 de abril de 1943 en la Ciudad de México.
Estudió composición con Carlos Chávez y Héctor Quintanar en el Conservatorio Nacional de Música, adonde pudo ingresar luego de haber sido rechazado, gracias “al buen ojo” y la intervención del primero, con quien trabajó de manera directa, según contaba él mismo.
De 1967 a 1969 fue becado por el gobierno francés para estudiar con Jean-Étienne Marie en la Schola Cantorum. En 1969 fue alumno en el curso de Música Nueva dictado por Karlheinz Stockhausen en la Reininsche Musikschule de Colonia, y participó en los cursos internacionales de Música Nueva en Darmstadt, Alemania. En 1970 fundó el grupo de improvisación Quanta, interesado en las relaciones entre la música en vivo y la electroacústica.
Especialistas definieron a Lavista como “un músico completo”, que lo mismo abarcó la escritura musical que la difusión de esa disciplina y la promoción cultural.
Desde 1982 editó la revista Pauta: cuadernos de teoría y crítica musical y organizó multitudinarios ciclos dedicados al análisis y la escucha de la obra de diversos autores en El Colegio Nacional, del cual fue miembro desde 1998.
En el terreno docente formó a la mayor parte de compositores mexicanos de las siguientes generaciones.
Para Lavista, la música representaba “una sustancia compuesta de tiempo y de sonidos, que encierra una verdad que no puede ser dicha, sólo escuchada”, como expresó en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, en el que además aseguró que cada obra “es la página de un diario íntimo en el que el músico narra, sobre un fondo de silencios, la historia de los sonidos. Un diario cuya escritura vuelve innecesarias las palabras”.
Se decía privilegiado de vivir dentro del gran misterio del arte sonoro; aseguraba que había valido “mucho la pena” consagrar su existencia a ella: “Siempre he pensado que la música es la gran depositaria del hombre. La historia de la humanidad está cifrada en la música. Un filósofo ruso decía que ésta es a la vez un lenguaje cifrado y el misterio de un jeroglífico”.
Su producción musical ha sido ensalzada por la crítica especializada debido a su originalidad, exquisita factura y diversidad, con un catálogo que incluye música de cámara, de concierto, sinfónica, electrónica y ópera.
También se le reconoció por explorar e investigar las nuevas posibilidades técnicas y expresivas que ofrecen los instrumentos tradicionales, aunque sin atentar contra la naturaleza de éstos ni utilizar recursos efectistas ni hacer concesiones.
Obra de profundidad espiritual
El refinamiento y la delicadeza de su escritura se asociaron por momentos con una naturaleza profundamente espiritual, acaso religiosa. Aunque se confesaba anticlerical, sostenía que lo religioso es un aspecto que siempre le había atraído desde el punto de vista artístico.
Lavista decía que la música es una forma de tender un puente espiritual entre la divinidad y el hombre; incluso, consideraba que existen obras que ayudan a desprender el alma del cuerpo en el momento de la muerte.
Sobre escribir música litúrgica, pensaba que para los autores contemporáneos representa casi un acto subversivo, “de impugnación”, ante “la incultura generalizada” que prevalece en la Iglesia católica.
A lo largo de su trayectoria, desarrolló un profundo interés por otras artes, como la literatura, y por la interdisciplina. Así, realizó trabajos gráfico-musicales con los pintores Arnaldo Coen y Sandra Pani, su pareja más reciente, además de componer para diversos proyectos que desarrolló con su hija, la bailarina y coreógrafa Claudia Lavista, entre ellos, Divertimento para una bruja, escrita para la obra coreográfica Memoria ciega, dentro del Homenaje Nacional a Guillermina Bravo en 2020.
Su gusto por el cine –heredado de su tío, el compositor Raúl Lavista, uno de sus grandes referentes y prolífico autor de música para el séptimo arte– se refleja en las bandas sonoras de las películas Vivir mata; Eco de la montaña; Semana Santa entre los coras; María Sabina, mujer espíritu; El niño Fidencio; Sor Juana Inés de la Cruz y Cabeza de Vaca.
En 1987 ingresó a la Academia de Artes y la Fundación Guggenheim le otorgó una beca para escribir la ópera Aura, basada en el cuento de Carlos Fuentes. En 1991 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes y la Medalla Mozart; dos años después, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes lo distinguió como creador emérito.