El libro Depredadores sagrados se refiere, en sus nueve capítulos, a la práctica reiterada de la pederastia clerical, concretamente la que se ha generado en los Legionarios de Cristo y su entramado social, eclesial y penal.
A su presentación en Nuevo León fue convocada una selecta audiencia. El evento tuvo lugar en Chipinque, agreste paraje del municipio de San Pedro Garza García popularizado por la reunión de un grupo de grandes empresarios en torno al objetivo de influir en las elecciones de 1976 y en la orientación política del gobierno que de ellas resultaría.
El dramaturgo Xavier Araiza, entre los asistentes, definió a la reunión para presentar el libro con la conocida frase mentar la soga en la casa del ahorcado, por lo que en la mesa expusieron Cristina Sada, Bernardo Barranco Villafán (coordinador de la edición), Álvaro Delgado y el religioso Julián Cruzalta.
Y en verdad lo era. Los Legionarios de Cristo, la orden pontificia de la Iglesia católica tiene, en ese municipio, a uno de sus principales baluartes sociales. Marcial Maciel, el llamado padre fundador de los legionarios, obtuvo de los principales potentados que allí residen cientos si no es que miles de millones de pesos para el Vaticano y para sí mismo, según las fortunas dejadas a sus hijos. Con ello adquiría, además, poder y cobertura para sus abusos sexuales; sobre todo durante el papado de Juan Pablo II. Aunque privado de sus facultades sacerdotales por orden del papa Benedicto XVI, gozó de impunidad eclesial y legal hasta su muerte, en 2008.
Si el marqués de Sade pudiera resucitar se rascaría la cabeza al descubrirse, más de dos siglos después, como escritor costumbrista.
La “macielización” en el análisis y la denuncia del fenómeno de la pederastia clerical dio lugar a un doble efecto. Por una parte, a una de las más graves crisis que haya enfrentado la Iglesia católica; por la otra, a la continuidad delictiva e impune de la pederastia clerical y al crecimiento de los Legionarios de Cristo y ramas filiales en la Federación Regnum Christi, organización creada por Maciel en 1959. Tras su muerte, todo este universo se benefició de la personalización excesiva de sus abusos. Muerto el perro se acabó la rabia. Hasta ahora se siguen registrando casos de pederastia clerical.
Los Legionarios han recibido las indulgencias, aun del papa Francisco –más efectivas que sus llamados de alerta y sanciones contra la pederastia–, lo cual los pone a salvo de cualquier contingencia dentro y fuera de la Iglesia católica.
Aspecto ese analizado por Bernardo Barranco, el del crecimiento de los Legionarios de Cristo, absurdo como pareciera, lo explicó Cristina Sada. Los padres de familia que envían a sus hijos a los colegios que ellos han formado lo hacen por razones de conveniencia social, de una actitud propia de una aristocracia fundada en el dinero –la timocracia del Estado mexicano– y en buena medida en la endogamia. A pesar, sí, de los riesgos espirituales, físicos y sicológicos que esos niños puedan sufrir.
Por ello la élite y la sociedad de San Pedro, en general, no dejan de ser cómplices de los abusos suscitados en esa congregación. Autora de uno de los capítulos del libro, concluye: los Legionarios de Cristo es una organización criminal. No es una conclusión propiamente suya, sino una afirmación de las personas que ella entrevistó para su trabajo. Y no sólo por las prácticas de pederastia, sino por las experiencias traumáticas expresadas por esas personas en su vida sicológica y espiritual. Elena Sada, la autora de Ave negra, es una de tales víctimas.
Los de la casta sampetrina son vicios y excrecencias compartidos por las de otras zonas del país y otros países definidos por el poder capitalista y sus cabalgaduras (medios, partidos, iglesias, instituciones empresariales, sindicales, ciudadanas, etcétera). Su argamasa es la propiedad y el dinero. De la Iglesia católica han adoptado su pacto de secreto y silencio y sus protagonistas más conservadores lo han convertido en una omertà mafiosa y sectaria.
Si también pudiera resucitar Max Weber, al igual que Sade se rascaría la cabeza. En su teoría, Weber afirma que la ética protestante es más racional al capitalismo y propicia mejor su desarrollo que otras religiones. No menor sería su sorpresa: en la sociedad capitalista todas las religiones hegemónicas son racionales al desarrollo de las relaciones capitalistas. Raro será el capitalista mexicano que no se declare católico o algún miembro de la casta despótica de Arabia Saudita que no sea islámico. El uso oligárquico de la religión es el mismo en una y otra organización devocional predominante: controlar a la población que pueda manifestar inconformidad, disenso o sedición. Un uso que está inscrito en nuestra historia desde hace más de 500 años.
En el caso de los Legionarios de Cristo, la educación que se imparte en sus escuelas supone métodos intimidatorios, autoritarios, culpígenos, amenazantes y opresivos, cuyo objetivo es la obediencia incondicional y su fruto: la sumisión. Ya lo ha establecido con claridad el Yunque: “quien obedece no se equivoca”. Al cabo son simples medios; el fin es lo que la timocracia persigue: condiciones sociales, ideológicas, licenciosas y lucrativas para reproducirse puntualmente. Cuando la realidad resulta contraria a estos intereses (las acusaciones de pederastia o una corriente eclesial minoritaria pero poderosa como la teología de la liberación) recurren a la evasión moral, la negación sicológica individual y/o el ataque político despiadado.
Dedicado a las iglesias protestantes, en el libro destaca el análisis de Leopoldo Cervantes-Ortiz sobre La Luz del Mundo y aquellas donde la corriente de derecha se ha impuesto. La Luz, dominada por una dinastía de líderes –los Joaquín–, tiene su sede en un “territorio identitario” de Jalisco, como lo es San Pedro para los legionarios. También en ella y en otras de credo evangélico se han registrado abusos sexuales semejantes a los de la organización católica sobre la cual han corrido ríos de tinta y kilómetros de pietaje cinematográfico.
En Chipinque se escucharon voces reveladoras de una crisis de valores cuya defensa por la Federación Regnum Christi suena a un título de Maciel: Mi vida es Cristo.