Ciudad de México. El destino del saxofonista Germán Bringas como músico estuvo predestinado fuera del camino convencional desde el principio, gracias a la sinestesia: “Desde niño veo colores en la música, así empecé a tocar, juntando varias notas lograba colores diferentes, el azul metálico, el verde claro, el naranja, necesito mezclar ciertas notas para producir eso en mi cabeza; lo mismo pasó con los sintetizadores, buscaba colores específicos con mis composiciones. Tengo dos discos que son de piano y saxofón y sólo esos instrumentos servían para lograr las combinaciones buscadas”.
Dueño del espacio de improvisación Jazzorca, en la colonia Portales, parte del disparador de Bringas es el quiebre entre el bebop y el free jazz: “El bebop es un juego muy divertido, pero siento que es un estilo que ya se desarrolló hace casi 70 años. El free jazz es una música con una estética grotesca, donde lo que importa es comunicarse mediante una energía verdadera, que exprime a los músicos hacia cierta forma de ejecución, por eso el free jazz tiene muchos estigmas. El bebop fue hace tanto tiempo que ya se enseña en las escuelas, y quienes lo practican viven vidas de estudiante, por eso las jams suenan lo mismo que toda la vida, mucho con esa atmósfera de hijos de papi seguros, seguritos, a partir de tener las estructuras armadas no poseen muchas preocupaciones”.
Con toda una historia de rupturas a cuestas, el jazz también tuvo moldes para romper que persisten en la actualidad: “Lo que me ha mantenido más alejado es la insistencia en una estética de glamour del jazz y sus lugares comunes: el gato negro en la noche, la copa de vino escuchando buena música, todas esas estupideces me hacen enojar, eso de ligar el saxofón a la cuestión sensual y melosa es un asunto muy aberrante, que distraen la historia de lo que es el inicio del jazz, de la gente rebelde: Charlie Parker fue incomprendido, Ornette Coleman fue burlado, Monk despreciado por su forma de tocar. Esa idea de la música suave es una excusa para no prestar atención, en cambio el free jazz te obliga a callarte la boca, como el noise japonés. Finalmente el free jazz es el único estilo que rompió con todo”.
Bringas parece un músico que saca conclusiones lógicas a través de circunstancias extraordinarias: “A partir de una experiencia telepática con el baterista suizo-mexicano Gabriel Lauber, tuvimos la visión de una bola de filamentos plateados que venían hacia mí a toda velocidad, una visión que me hizo tocar ciertas frases. Cuando terminamos no podíamos ni hablar, esa jam me hizo meterme de lleno en el free jazz y abandonar la necesidad de la electrónica. Cada que sale un disco es porque hay una energía acumulada, yo no pensaba que íbamos a llegar a las 70 ediciones con discos Jazzorca. Soy supermal empresario, pésimo administrador, no tengo plan, mi trabajo de músico me lleva”. Cuando le comento que un músico que editó 70 discos entre proyectos propios y ajenos no puede ser tan mal empresario, cuenta esta anécdota: “Una vez me invitaron de un restaurante de jazz a una reunión de directores de foros; fue junto con otra docena de personas y pude ver que no tenemos nada en común, sólo les importa el negocio de sus lugares carísimos, el manejo de sus inversiones, en esa conversación no se habló de música”.
Más allá de ser un punto de referencia para los músicos extranjeros, el Jazzorca cumple el rol de ofrecer un lugar todos los sábados a músicos no convencionales, no necesariamente académicos, que se acercan desde diferentes colonias para sumarse a un proyecto en el que estuvieron involucrados también los hijos de Bringas: “Parte de mi desarrollo fue la familia, mis hijos, que empezaron a tocar de chicos, fueron una generación que se integró de manera muy orgánica y de repente yo terminé tocando con sus cuates de la prepa”.
El último trabajo de Bringas es Un túnel hacia ti, que compila sus trabajos de 1991 a 2000: “lo editó un joven de California que nació en el 94 y mi música le recordaba a cuando él era niño; le encantó ese sonido lo-fi analógico, la electrónica mezclada con lo acústico; no tenía ningún prejuicio y sentía que lograba cosas que no había escuchado. El nombre viene de algo literal, en el tiempo en que viví en el campo, mi hijo tenía tres años y nos íbamos a caminar, en esas excursiones llegamos a una cañada y al fondo había un túnel, parecido a la zona en la película Stalker de Tarkovsky. Muchos años después unos vecinos o unos militares nos amenazaron de muerte con no volver a ese lugar, eran ocho tipos, así que ese fue el final del túnel como lugar de grabación”.