Incontenible es el flujo de remesas de los paisanos expulsados de su propia tierra ante la falta de oportunidades y decrecientes niveles de bienestar provocados por esa suerte de apartheid económico que representó el régimen neoliberal. Cómo olvidar, por ejemplo, al impresentable Vicente Fox cuando, como inquilino de Los Pinos, se pavoneaba: “exportamos jardineros de muy buena calidad; existe una gran necesidad en Estados Unidos de jardineros, nosotros en Guanajuato estamos entrenando gente para eso, para que luego vengan a trabajar a Estados Unidos”, sin olvidar que los migrantes mexicanos “hacen el trabajo que ni los negros quieren hacer”.
Pues bien, tampoco hay que dejar de lado que por cada minuto que Fox permaneció en Los Pinos un mexicano emigró por razones económicas, hasta sumar alrededor de 3 millones 200 mil paisanos en el sexenio.
Cierto es que el voluminoso ingreso de divisas por el concepto citado no debe presumirse como un “éxito” de la 4T, pero sí hay que reconocer que la creciente emigración de mexicanos fue consecuencia de gobiernos neoliberales que dejaron a su suerte a millones de mexicanos, quienes no tuvieron otra opción que mirar hacia el norte y buscar lo que su propio país les negó. Y lo mismo ha sucedido en toda América Latina y el Caribe.
El informe más reciente sobre el particular ( La Jornada, Dora Villanueva y Julio Gutiérrez) dice así: “los trabajadores mexicanos en el extranjero han enviado al país 37 mil 333 millones de dólares en lo que va del año. El monto no sólo implica un incremento de 24.6 por ciento anual, también es el mayor del que hay registro para un periodo similar –enero a septiembre– y de seguir la tendencia actual en un mes se batirá la cifra de todo 2020, muestran datos del Banco de México. Sólo en septiembre, las remesas sumaron 4 mil 403 millones de dólares, 23.3 por ciento más que en el mismo mes de 2020”.
Algo más: “si bien se frenó el avance de montos históricos que se registraron durante julio y agosto, el dinero que los trabajadores mandan a México lleva 17 meses seguidos de crecimiento interanual, es decir, que justo en el periodo que lleva la crisis de la pandemia de Covid-19, los trabajadores en el extranjero han aumentado sus contribuciones al país, pues desde mayo de 2020 los flujos de remesas no han dejado de avanzar, al tiempo que se recupera el empleo para migrantes en Estados Unidos. Con esta perspectiva, se espera que las entradas de remesas a México superen 50 mil millones de dólares al cierre de 2021, monto que terminaría 78.6 por ciento por arriba que la inversión extranjera directa estimada en 28 mil millones de dólares por especialistas que consulta el Banco de México” (ídem).
Esa información permite conocer que, por el concepto referido, a lo largo del gobierno del presidente López Obrador han ingresado cerca de 115 mil millones de dólares (algo así como 2 billones 300 mil millones de pesos). Como punto de referencia vale comparar ese monto con el captado por la exportación petrolera en igual periodo: alrededor de 55 mil millones de dólares, hasta septiembre pasado.
En el recuento, de 1989 a 2018 (tres gobiernos priístas y dos panistas) a México ingresaron alrededor de 440 mil millones de dólares en remesas. Hay que sumar los 115 mil millones en tiempos de la 4T, para un total de 550 mil millones de billetes verdes, monto equivalente a algo así como la mitad del producto interno bruto mexicano a precios actuales. No hay que dejar a un lado que lo que 32 años atrás se captaba en poco más de un bienio (1989-1990) hoy se registra en un mes (septiembre, por ejemplo).
Por remesas, en el sexenio salinista (el de la solidaridad) ingresaron, en números cerrados, 16 mil millones de dólares; en el Zedillo (bienestar para la familia) 32 mil millones, el doble que en el previo. Con Fox (cambio que a ti te conviene) el monto creció a 92 mil millones, con Borolas (para vivir mejor) a 140 mil millones y con Peña Nieto (mi compromiso es con México) a 160 mil millones. Y la cuenta es ascendente.
Las rebanadas del pastel
Lenta, pero segura: “de última hora, México entregó hasta el martes pasado su adhesión a la declaratoria de bosques y uso de la tierra, que en principio fue firmada por 105 países, en la que se comprometieron a detener y revertir la pérdida de estos ecosistemas y la degradación del suelo a 2030. La Cancillería no dio más detalles de por qué no la suscribió antes” ( La Jornada).