Sin mayores titubeos, Morena apura el mismo veneno que mantiene al borde del deceso a su referente anterior: el PRD. Los ingredientes tóxicos no han cambiado mucho, aunque se les puede considerar más letales. Al factor Chucho, se ha conseguido su propio elemento dañino: Ricardo Monreal.
Para las tribus, como la legendaria que encabezaban René Bejarano y Dolores Padierna, ese partido da vida a un grupo voraz con Bertha Luján a la cabeza, quien pretende, por ejemplo, manejar la campaña de afiliación.
Y el asunto no es menor, quien dirija el padrón manipula una buena parte de la vida de Morena, y aunque no se dijo por qué el asunto era llevar la discusión hacia otros frentes, en el fondo lo que realmente importaba era en manos de quién quedaría la lista de militantes.
La campaña de afiliación tiene que hacerse, entre otras cosas, porque ese partido –no el movimiento– lo necesita, pero hay opiniones de rango muy alto que ven la posibilidad de cancelarla para no distraer los esfuerzos de esa organización en lo que ahora es prioridad: la consulta sobre revocación de mandato y la reforma eléctrica.
Muy pocos dirigentes de ese partido, como Mario Delgado –y eso hay que reconocerlo–, están metidos de cabeza en la tarea para apoyar la agenda que desde la Presidencia de la República se ha convocado, y esto porque no hay noticias de que otros líderes se muevan en el mismo sentido.
La grilla estéril en la que se ha empeñado una buena parte de la cúpula partidista ha menoscabado a Morena y la confianza que despertaba va a la baja sin que esa dirigencia quiera darse cuenta del peligro que se corre.
Más allá de la discusión que cada vez se hace más necesaria y que en algún momento deberá definir la identidad de Morena, está la necesidad de abandonar por completo las prácticas que dieron al traste con los intentos de las organizaciones que se decían de izquierda por definir su perfil ideológico y terminaron a la deriva política arropados por la derecha.
La definición tendrá que darse luego de la votación sobre la revocación de mandato, aunque se insiste en tratar de crear conflictos adentro para restar fuerza al impulso que se ha dado a ese asunto.
No hace mucho, después de las elecciones, Delgado aseguraba que su partido necesitaba repensar en su militancia y advertía que no todos los que están en él tenían un compromiso con la organización. Nada pasó, pero tiene que suceder para evitar que el veneno haga efecto.
De pasadita
El encarcelamiento de Emilio Lozoya, para muchos más que necesario, nos recuerda la situación de Miguel Ángel Vásquez.
El ex titular de Pemex habló mucho de lo que había pasado en la empresa estatal, hizo una serie de acusaciones que no sólo sonaban a verdad, sino que parecían llevar a muy altos niveles de la política donde la corrupción había permeado.
Llegó el momento de probar los dichos y Lozoya no ha demostrado nada. Desde anoche duerme en la cárcel.
Vásquez ha clonado las actitudes del ex funcionario de Enrique Peña Nieto. Él ofreció dar los datos sobre hechos de corrupción que supuestamente sucedieron en la Ciudad de México. Hasta el momento no se sabe nada, pero el servidor público de Miguel Ángel Mancera sigue su proceso en casa. ¿Será que es necesario que alguna cámara furtiva atrape la imagen del sujeto para que vuelva al reclusorio?
Por lo pronto no hay ningún viento justiciero que mueva el árbol de la corrupción y Vásquez goza de los beneficios de sus dichos, al parecer, sin comprobar.