Cuando empezaron en el raquetbol internacional, las mexicanas solían ser eliminadas en la primera ronda. Aquel deporte, primo herma-no del squash, tan poco difundido en el país, era un territorio dominado por Estados Unidos y Canadá.
Lo que sucedía hace dos décadas no tiene comparación con la escena actual en la que el raquetbol pareciera una disciplina exclusivamente mexicana. Paola Longoria se convirtió en la reina absoluta de la categoría individual, y Samantha Salas es una presencia inamovible en la categoría de dobles, tricampeona mundial y panamericana.
“Hemos alcanzado un nivel dominante, en donde las finales internacionales suelen ser entre mexicanos”, relata Salas, quien encabeza la clasificación del orbe en dobles junto a su compañera Longoria.
“Primero fue necesario tener una mentalidad ganadora”, explica Salas, “porque cuando te la crees empiezas a tener logros, pero los mexicanos hemos demostrado disciplina y garra para acaparar las clasificaciones, no sólo en rama femenil, sino varonil, en individual o dobles, estamos en el top del ranking”.
En este año de recuperación paulatina tras la parálisis que acarreó la pandemia, el US Open de raquetbol fue un torneo simbólico por su trascendencia y por su clímax. Las finales todas fueron protagonizadas entre mexicanos.
“Eso lo vemos tanto en la gira como en mundiales”, precisa; “incluso el torneo nacional para representar a México en el próximo Mundial es una representación de lo que sucede en los certámenes internacionales”.
En un país en el que el discurso del fracaso deportivo se repite de manera insistente, las narrativas de éxito indiscutible tienen un efecto social muy valioso, considera Salas.
“Nosotras, Paola y yo, pero también los otros compañeros, tenemos impacto en el semillero de los juveniles. Si un deporte que tiene tal nivel de éxito y dominio se propagara por todo el país, es evidente que tendríamos todavía mucho más talento.”