La UNAM es demasiado grande para ser calificada y criticada de manera superficial. Su grandeza no sólo proviene de sus números, sino de sus logros institucionales, académicos y morales. La UNAM no es sólo la universidad más grande de Hispanoamérica, con 367 mil estudiantes, más de la mitad de la investigación científica del país, con 46 institutos donde laboran unos 10 mil académicos, y 26 museos para la difusión de la cultura, es sobre todo una “isla de libertad” en una nación dominada por la coerción y la explotación provenientes del poder político y económico. Su grandeza se la otorga haber creado y mantenido un ámbito para la libre creación de las ciencias, las humanidades, el arte y las tecnologías, que se expresa de mil maneras (sólo en 2020 los académicos de la UNAM ofrecimos al mundo ¡mil 500 libros!). Esta atmósfera de pluralidad y tolerancia fue la que me permitió realizar aportes e innovaciones a lo largo de 50 años. Como universitario cuestionador y crítico fui inicialmente rechazado por mi propia comunidad académica (de biólogos y ecólogos), pero años después, aceptado y reconocido por mis colegas cuando mis contribuciones multidisciplinarias fueron avaladas y premiadas en el ámbito internacional. Para 2017 fui el investigador de la UNAM más citado en la literatura mundial en ciencias sociales y mis publicaciones hoy rebasan las 19 mil citas (Google Scholar). Mi caso es sólo uno entre decenas. Los sectores más avanzados, progresistas y hasta libertarios de la UNAM han florecido en estas décadas, lo cual no habría sido posible en una institución sectaria o monolítica.
Ahí están las monumentales obras contra la modernidad capitalista de Pablo González Casanova y Bolívar Echeverría (1941-2010), cuyas herencias siguen vigentes. La gran revolución epistemológica de las ciencias, el pensamiento complejo, fue desarrollado por Rolando García (1919-2012) y continúa. En economía están las contribuciones de Alejandro Álvarez ( Cómo el neoliberalismo enjauló a México), Boris Marañón y su trabajo en comunidades, y de Andrés Barreda, creador de la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales y del Tribunal Permanente de los Pueblos. Sergio Zermeño impulsó el proyecto Pro-Regiones (2000 a 2020) efectuando investigación participativa en Guerrero, Michoacán, Nayarit y estado de México, y Leticia Merino ha develado por décadas la importancia de los ejidos y comunidades forestales. Ana Esther Ceceña y Ana de Ita realizan estudios críticos sobre geopolítica y seguridad alimentaria. En la búsqueda de energías renovables con sentido social están los valiosos aportes de Luca Ferrari y Omar Masera, mientras Claudio Estrada creó el Instituto de Energías Renovables. En esa tesitura están Carlos Gay y Amparo Martínez sobre el cambio climático. El poder subversivo de la ecología política ha sido largamente desplegado por Enrique Leff, Leticia Durand, Patricia Ávila, Gian Carlo Delgado y quien esto escribe, mientras la minería depredadora ha sido develada por Claudio Garibay. En las ciencias jurídicas destacan las contribuciones de John Ackerman sobre democracia y de Orlando Aragón en la defensa de las autonomías indígenas. No podemos dejar de señalar la obra inmensa del politólogo Raúl Olmedo sobre democracia participativa, organización vecinal y desafío municipal, así como los aportes de Alejandro Labrador sobre gobernabilidad. La UNAM en Cuernavaca hace presencia con el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias donde 78 académicos realizan investigación comprometida sobre equidad y género, conflictos socioambientales, globalización y demografía. La UNAM creó un posgrado sobre sustentabilidad y 10 carreras innovadoras en su campus de Morelia. La defensa del maíz contra las corporaciones biotecnológicas proviene de los estudios sobre genética evolutiva de Elena Álvarez-Buylla, y de los tres libros editados por Julio Muñoz, filósofo de la ciencia. Uno de los mayores cambios de paradigma en México ha sido el reconocimiento de los pueblos indígenas como herederos de la civilización mesoamericana y actores centrales de la historia del país. Ello se nutre de los estudios de innumerables investigadores comenzando por los de Miguel León-Portilla (1926-2019) y Alfredo López Austin (1936-2021) y siguiendo con los de Arturo Argueta, Alejandro Casas, Ana Isabel Moreno Calles, Alberto Betancourt y quien esto escribe. Bajo esta atmósfera construimos con Narciso Barrera-Bassols el concepto de “memoria biocultural”, reconocido internacionalmente, que induce la emancipación de los pueblos.
Concluyendo. La supuesta “derechización” de la UNAM es una opinión sin fundamentos, igual que la de que el ecologismo y el feminismo son un invento neoliberal. Por fortuna la política es parte de la cultura y no lo contrario. Nunca las ideologías han logrado someter al conocimiento. Recuérdese 1968.