Glasgow. Glasgow es una ciudad blindada. Y el Centro de Convenciones, donde se celebra la Cumbre Climática (COP26) a la que asisten líderes mundiales y altos funcionarios de 197 países, es un fortín inexpugnable. Pero aún más: la policía decidió fraccionar a la ciudad con vallas interminables custodiadas por miles de agentes de policía, que cumplen con celo su encomienda de no dejar a pasar a nadie. ¡A nadie! Y pesar de eso, y del frío, y de la lluvia, y de las restricciones sanitarias impuestas por la pandemia, las protestas de los movimientos ecologistas van en aumento y se espera de lleguen a la cúspide los próximos viernes y sábado, cuando se prevén grandes movilizaciones.
Mientras los ciudadanos y los defensores de la causa ecologista viven esta COP26 cercados y con severas limitaciones para moverse, al mismo tiempo han sido testigos con sus propios ojos de la forma en la que se mueven por el mundo los grandes líderes mundiales, los mismos que están llamados a adoptar las medidas urgentes para salvar al planeta. Entre las 197 delegaciones y los 120 mandatarios que visitaron Glasgow se informó que llegaron al aeropuerto de la capital escocesa hasta 400 aviones o jets privados.
El caso más exagerado es el del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y la delegación de su país, que sólo para moverse por el país han utilizado el avión presidencial, cuatro aviones más, un helicóptero Marine One y una flota de vehículos de alta cilindrada y contaminante que supera las 80 unidades, incluidas varias blindadas y con estética militar.
Sólo cuando el presidente de EU se desplaza, además de blindar más que nunca las calles y no dejar pasar o cruzar a ningun ciudadano por las calles en la que tiene previsto circular -cuyo horario siempre se mantiene como información reservada y en ocasiones ni siquiera lo saben las autoridades locales-, se utilizan hasta 25 vehículos de alta cilindrada, incluidas varias limosinas. También indignó el caso del presidente anfitrión, Boris Johnson, que para desplazarse de Londres a Glasgow utilizó un avión.
Pero cada vez que esas grandes comitivas de vehículos de coches de alta clindrada, con los vidrios polarizados y que circulan a una velocidad altísima bajo la custodia de esa fila interminable de miles de policías, la gente desde la calle, con sus banderas, con su desesperación por no poder cruzar al otro lado, se dedican a silvarles, a gritarles “fuera” o a recriminarles que se sientan “los amos del Universo”.
Ayer por la noche este enviado fue testigo de dos escenas absurdas: un anciano, con bastón y enfermo, decidió bajar de su casa, cruzar la calle -que en ese momento no había sido blindada-, ir a la farmacia, después ir a la cafeteria más próxima a tomarse un cafe y un pan tostado. Y a platicar a lo mejor con algún amigo. Pero cuando intentó regresar a su hogar se encontró con las vallas, con la fila interminable de policías y con una respuesta contundente e inamovible a su petición de dejarle cruzar los diez metros de calle para llegar a su vivienda: “No es posible”. El hombre, ya acompañado de su hija, que acudió a verle ante la situación, se quedó así hasta pasadas las ocho y media de la noche.
O el caso de dos niños, casi adolescentes de 12 y 13 años, que aprovecharon unos rayos de sol para salir a dar una vuelta en bicicleta. Fueron a un parque cercano, que también está cruzando la calle. Ahí estuvieron un rato y cuando intentaron volver a casa, la respuesta de los policías fue la misma. Ni el llanto desesperado de los pequeños les hizo cambiar de opinión. Las órdenes eran no dejar pasar a nadie y blindar la zona por la que pasarían las comitivas de vehículos contaminantes de los grandes líderes del planeta.
Aún así las protestas se hicieron escuchar, como la ocurrida en una calle aledaña a la sede la COP, en la que un grupo ecologista desplegó sus banderas e interpeló a los participantes para que no “participaran de esa farsa”. O de los grupos de afectados por la violencia en Sudán, que también pidieron, con unas pancartas, que se pusiera fin “a las violaciones masivas” que se perpetran en ese país. O la de los jóvenes escocesés que pidieron un cambio radical del “sistema”, que es en realidad lo que necesita el mundo.
O el caso del líder indígena Tuntiak Katan, de Ecuador, que viajó hasta Glasgow para para decirles algo muy claro a los líderes mundiales: “Hemos cruzado el planeta para decirles a los líderes mundiales que queremos hacer un pacto por la vida, que no hay más tiempo, que no vamos a tolerar que hagan más promesas de políticas o de financiamiento que no van a cumplir”.
A las protestas también se sumó la organización ecologista Greenpeace, que movilizó su buque insignia y más conocido el Rainbow warrior, que en estos momentos se encuentra en Liverpool y que lleva a bordo a ciudadanos de todos los rincones del mundo, como Bernard Ewekia, Jakapita Kandanga, Edwin Namakanga, Maria Reyes y Farzana Faruk Jhumu, que son a su vez de Namibia, Bangladesh, Uganda, Mexico y Tuvalu. Y que van a denunciar la situación de sus comunidades por el cambio climático, como que tienen amigos que han tenido que abandonar la escuela porque sus familias quedaron en situación de pobreza y abandono por las catástrofes naturales, o que los niños no tienen los enseres mínimos para tener una infancia feliz o que muchos pueblos han sido desplazados y arrancados de sus territorios originales. fin de la segunda nota