A la perspectiva nebulosa a la que obligadamente nos lleva la práctica aprobación del Presupuesto de Egresos de la Federación y su respectiva Ley de Ingresos, propuestas tratadas solícitamente por el Congreso de la Unión, se atraviesa otra señal de desaliento: el índice Global de la Actividad Económica cayó 1.6 por ciento en septiembre respecto de agosto. Significa que la economía está 4 por ciento por debajo del nivel de 2018, resintiendo un descenso anual promedio de 1.3 por ciento, de acuerdo con cálculos del colega José Casar.
Nada bueno, aunque se trate de un cruel llover sobre el mediocre desempeño económico a lo largo del presente milenio, incapaz de superar las tendencias al estancamiento desatadas por las dos caídas globales registradas en 2008-2009 y 2020-2021. Aunque más preciso sería decir que se trata de fuerzas recesivas o de plano de estancamiento secular, señaladas por el profesor Alvin Hansen desde los años posteriores a la Gran Depresión. Es decir, fuerzas que han dominado el horizonte productivo por 40 años y reforzado tendencias nefastas que nos han convertido en una sociedad muy desigual y con mucha pobreza.
De estos temas debería ocuparse nuestro discurrir público y político, pero ni siquiera aparece como telón de fondo del panorama económico social del país. Bueno, ya ni como referencia obligada para hablar del largo plazo aparece esta destructiva combinatoria de los tejidos sociales, a la que ahora habría que añadir las combinaciones letales desatas por las guerras entre bandas, y de éstas con el poder público, para tener un inventario más completo de nuestra deplorable situación como sociedad, pero también como Estado.
De todo esto y más debería haberse hablado en las jornadas constitucionales sobre las finanzas públicas que están por terminar, pero no se hizo. Todo se redujo a escaramuzas verbales y muestras fehacientes de que el humor ya no tiene lugar en los recintos colegiados representativos del Estado. Nada se dijo, por ejemplo, de cómo atender a las comunidades que se las han arreglado para “sobrellevar” el peso de la injusticia y de una violencia criminal que ha dejado de estar oculta en montes y valles, como acontecía en las épocas de éxito económico desarrollista. Ahora en miles de localidades dedicadas al comercio y los servicios campean las fuerzas criminales que recogen tributos y rescates y siembran el terror cotidiano.
Para la mayoría nacional no hay escape de esta emboscada de la historia que empezó a trazarse desde finales del siglo XX. Algunas minorías, me cuentan, están optando por la salida célebremente estudiada por el sabio Hirschman como mecanismo de ajuste y corrección maximalista de situaciones indeseables.
Pero esa vía es sólo para unos cuantos privilegiados y no para la mayoría que ya ni siquiera puede ver en la migración una fuga decorosa y valiente. Con todo, como lo ha escrito el doctor Tonatiuh Guillén en Reforma, muchos de los nuestros han remprendido la marcha al Norte, que se había suspendido hace unos años luego de las olas migrantes de fin de siglo.
Será a partir de este escenario complejo desde donde tendremos que desplegar nuestros intercambios políticos e inventar algún tipo de economía que sustente el diario acontecer bajo la dictadura de la penuria y, ahora, de la carencia que se ha extendido; además, con un Estado que con los días se vuelve omiso y hasta autista, como lo reporta la prensa al dar cuenta del páramo en que se ha convertido el Congreso; del tedio en que ha devenido la discusión constitucional sobre ingresos y gastos que antaño acaparaba la opinión pública y concitaba diversas posiciones y oposiciones, hasta llegar a hablarse de presupuestos multianuales y alternativos a la ponencia hacendaria; intercambios económicos y hacendarios que han desaparecido del Congreso, con todo y su pluralidad. De aquí que se debe hablar de un abandono estatal que acentúa el deterioro institucional.
No es ésta una plegaria del Día de los Muertos. Quiere ser homilía laica, en busca de ecos colectivos e individuales que reclamen la presencia del Estado y la atención de la política y de los políticos sobre nuestra peligrosa situación socioeconómica.
No se trata de adivinanzas ni de tener otros datos, sino de evidencias duras, cada vez más rudas, del todo contrarias a una vida en común con algo de paz y armonía.