Durante la cumbre del G-20 que tuvo lugar en Roma, el presidente de Estados Unidos, JoeBiden, instó a los países productores “con capacidad sobrante” a incrementar la oferta de petróleo y gas natural “para garantizar una recuperación económica mundial más sólida”. De acuerdo con la agencia Reuters, “un funcionario de alto rango” de la administración demócrata incluso afirmó que las naciones consumidoras de energía han comenzado a discutir en privado sus opciones en caso de que la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y sus socios no “hagan más” para aumentar la producción y reducir los precios de los hidrocarburos.
Las declaraciones y el cabildeo del mandatario estadunidense suponen un notorio contraste con su discurso de concientización en torno al cambio climático y su defensa frontal de las energías limpias. Debe recordarse que el 23 de abril, cuando cumplía poco más de tres meses en la Casa Blanca, Biden auspició una cumbre climática con motivo del Día de la Tierra, en la cual llamó al mundo a “actuar” para frenar el calentamiento global; asumió un mayor compromiso para reducir las emisiones contaminantes, y advirtió que “el costo de la inacción” sigue aumentando. El mes pasado, ante los meteoros que azotaron a la costa este de su país, el ex senador reiteró que los eventos de clima extremo son un presagio de peores manifestaciones del calentamiento global. En esta línea, cuando visitó México hace dos semanas, el enviado especial para el clima del gobierno estadunidense, John Kerry, llamó a ampliar el uso de las energías fotovoltaica y eólica a fin de reducir la emisión de gases de efecto invernadero.
Esta aparente incongruencia entre la plena conciencia en torno a los peligros del calentamiento global y la urgencia de revertirlo, de un lado, y el llamado a elevar la disponibilidad de combustibles fósiles en el corto plazo, del otro, muestra las dificultades y sinuosidades a que se enfrenta el ambientalismo en el contexto de la economía global de mercado, en la que el crecimiento sin fin y las ganancias terminan siempre por imponerse a cualquier otra consideración. Asimismo, es indicativo de que incluso las naciones más avanzadas se encuentran muy lejos de concluir la tan deseada como esquiva transición energética hacia un esquema neutro en carbono, es decir, en el que las necesidades actuales se satisfagan sin deteriorar la atmósfera ni comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propios requerimientos.
Lo dicho no constituye una profesión de derrotismo ni una justificación para el uso irracional de energía que tiene lugar en la actualidad; por el contrario, supone apelar a la sociedad para hacerse cargo de que hoy por hoy nuestras actividades cotidianas se asientan en la explotación de combustibles fósiles, y que tan importante es transitar hacia fuentes de energía sostenibles, como racionalizar nuestras conductas presentes a fin de no comprometer el equilibrio ambiental y nuestro propio porvenir por una confusión entre calidad de vida y consumo desenfrenado.