Está bien resistir y aprender a enfrentar la vejez en intimidad solitaria. “Aprender a enfrentar”, dije; no dije: “resignarte a la vejez en intimidad solitaria”. Agradezco la cercanía de mis hermanos y mi demás familia, así como contar con mis amistades, pocas pero entrañables.
Así, desde hace días empecé a buscar entre mis libros A Writer’s Diary, de Somerset Maugham, aparte de porque lo amé desde que lo leí por primera vez, en mis tempranos veintes, debido a que, por una inesperada, por fortuna breve y sin mayor consecuencia, hospitalización, en cuanto fui dada de alta pensé que en adelante debía llevar en mi bolsa de todos los días, aparte de los anteojos, el celular, la batería móvil más cable con adaptador para recargarla, cartera, monedero, las llaves de la casa, las del automóvil, agenda, pluma, una pequeña libreta en la que anotar deberes, ocurrencias, frases, recordatorios, la palabra o la oración esencial, inicial, para un futuro artículo, ensayo, cuento o incluso una novela; aparte de todo esto, bueno, y de un pañuelo, debía cargar conmigo, en todo momento con el cepillo de dientes y pasta dental, un peine, una lima de uñas, un calzador, la historia clínica personal, la lista de medicamentos indicados por los diferentes especialistas para tomar diariamente, con su correspondiente posología; debía incluir, en el cargamento, asimismo, si no es que previo a cuanto ya incluía la lista inicial, y la añadida tras la hospitalización, inesperada, un libro, digo, delgado y básico, al que recurrir en los ratos libres (el tiempo que queda después de las tomas de laboratorio, radiografías, sin descartar las nuevas, las tecnológicas, las que se llevan a cabo con el paciente dentro de un tubo), “signos vitales”, como la presión arterial, el pulso, la oxigenación, la temperatura; llevar a mano, insisto, un libro que leer o releer, delgado y básico, de inmediato recordé A Writer’s Diary, de Maugham. De manera que, apenas fui dada de alta, al regresar a casa lo primero que hice fue introducir y acomodar (en el espacio coherente del bolso, espacios que divide un zíper, bolsas exteriores, etcétera) cuanto infaltable debía cargar y tener siempre a mano. Así que, acto seguido, me dediqué a buscar, ya que cumplía con los requisitos que yo exigía que cumpliera entre mis libros, tanto en cada uno de los libreros de la planta baja, como de los libreros y repisas de la segunda planta de mi casa, el libro de Maugham. Lo cierto es que ¡no lo encontré!
Con tal de no darme por derrotada, lo conseguí, vía Amazon.com.mx, únicamente en su versión para Kindle y, por supuesto, lo compré, a pesar de que habría preferido, al no encontrarlo entre mis libros de toda la vida, comprarlo impreso, pero Amazon.com.mx no ofrecía ninguna otra edición.
Sin embargo, aun así resultó providencial comprarlo para Kindle, pues significó, en primer lugar, y aun cuando fuera en su edición para Kindle, que se integraría precisamente a la parte faltante de los objetos para mí indispensables que hay que llevar permanentemente con uno mismo, en mi caso, en mi bolsa; y, en segundo lugar, al tener A Writer’s Diary, de Maugham, en mi teléfono celular, se sobrentiende que siempre cargaré con él.
Pero ahí no se detiene lo providencial que digo del asunto pues, a los 15 días de haber estado inesperadamente hospitalizada, y haberme visto tan desasistida al no haber tenido la previsión de llevar conmigo, en la bolsa, todos los objetos indispensables a mano para asistirme en semejante sorpresiva hospitalización, igual de inesperadamente me vi hospitalizada por segunda vez, y mi sonrisa, incluso rodeada de arrugas en la cara, naturales en mi vejez, fue profunda y amplia y duradera al haber podido echar mano de A Writer’s Diary, de Maugham, en todos y cada uno de los momentos libres que pasé en el encierro forzado, sin tener que someterme a ningún estudio o práctica médica, y empezar y continuar su relectura profunda y ampliamente recompensada.