Obsesionado de por sí con el tema de las comparaciones históricas y convencido de que −¡perdonen el cliché!−, sí hay algún espíritu del tiempo ( Zeitgeist) rondando por el mundo es el de hacer apresuradas analogías entre el pasado y el presente sobre todo respecto a la Segunda Guerra Mundial −la Ley de Godwin, según la cual mientras se alarga la discusión crece la posibilidad de que surja una comparación a un “Hitler” o un “nazi” nos iba a salvar de esto, pero acabó alentando confusiones (bit.ly/3BlDzuH)−, la sugerida en un lugar (bit.ly/3CkP8DJ) imagen de Colin Powell (1937-2021), el muerto hace una semana por complicaciones de Covid, general retirado y ex secretario de Estado estadunidense perseguido y juzgado como un criminal nazi, me resultó bastante irresistible. Con ciertos matices −en vez de los últimos juicios de los ex guardias y las ex secretarias de campos de concentración, el juicio de Powell debería haberse parecido más a los juicios de Nuremberg, donde a parte de la cúpula nazi estaban en el banquillo algunos generales de Hitler que alentando la guerra abrieron el camino a la muerte de millones− me resultó bastante atinada.
Powell pasó a la historia por aquel, lleno de mentiras y basado en manipulaciones, (in)famoso discurso en la ONU (2003) calculado a “venderle” al público estadunidense y a la comunidad internacional la guerra en Irak que la administración del Bush Jr. estaba determinada a librar “sí o sí”. Las supuestas “armas de destrucción masiva” (WMD, por sus siglas en inglés) −nucleares, químicas y biológicas− existieron sólo en el reino de sus palabras. Una mentira de proporciones hitlerianas −Powell igualmente abrazó otra, la de las conexiones entre Bagdad y Al Qaeda responsable por el 9/11− y una gran estafa en la que la imagen del estafador: un político afroestadunidense de padres jamaiquinos, fue crucial (“la colorización del imperio”). Si bien luego, cuando se cayó su narrativa, afirmó que “fue malinformado por la CIA” (sic), nunca criticó la guerra (véase: R. Draper, To start a war, 2020). Celebró la caída de Saddam −sátrapa pintado por Washington, cuando ya dejó de ser un útil contrapeso a Irán, ritualmente como “un nuevo Hitler” (sic)− a quien consideraba “una gran amenaza para el mundo entero” (“con o sin las WMD”). Según él, la invasión fue un “gran éxito” y “valió la pena”. Todo en tenor de las igualmente (in)famosas aseveraciones de la otra ex secretaria de Estado, Madelaine Albright, que, dicho sea de paso −y hablando de las comparaciones−, escribió no hace mucho un libro alertando sobre el retorno de “nuevos Hitlers” −“un eje Trump-Kim Jong-Il-Chávez/Maduro” (sic): no, no es broma...−, que dijo que las sanciones estadunidenses impuestas a Irak en los 90, a pesar de que trajeron la muerte de unos 500 mil niños iraquíes (millón y medio de personas en total), cifra que ella no cuestionó, “valieron la pena” (sic).
Yo digo que el banquillo del “nuevo Nuremberg” debería ser lo más amplio posible. El propio Powell fue responsable no sólo por las muertes en Irak −liberado de un dictador junto con 460 mil personas−, sino también por los crímenes de guerra en virtualmente todas las guerras desde Vietnam −3 millones de víctimas− donde ayudó a tapar la matanza de My Lai, pasando por Centroamérica −500 mil víctimas− donde desde su escritorio gestionó a los contras en Nicaragua, los escuadrones de la muerte en El Salvador, Honduras y Guatemala y preparó las invasiones a Granada y Panamá, la Guerra del Golfo −200 mil víctimas−, hasta Afganistán −250 mil víctimas−, y las campañas de asesinatos con drones libradas por Obama a quien apoyó. Más su papel en el esquema Irán- contras −fue edecán de Caspar Weinberger−, en autorizar y cubrir la tortura: parte de “pruebas” contra Irak provenían de ella (bit.ly/3pGQfKB) o en ir subvirtiendo a Cuba, siendo autor de un reporte para Bush Jr. (2004) sobre “diferentes maneras de derrocar al régimen de Castro”. Él −como Rumsfeld− ya murió. En la cama, rodeado de la familia, ensalzado por los medios por su “integridad” y “por siempre haber dicho la verdad” (...no, no es broma: Kafka, Orwell, ¡ustedes eligen!). Pero aún quedan otros. En fin.
La invasión de Hitler a Polonia ha sido basada, igual que la invasión de EU a Irak −acompañados de un... contingente militar polaco: ¡misteriosos son los senderos de la historia!− en mentiras. Desde pintarse como víctima de “ataques y provocaciones” de Polonia, pasando por falsos alegatos de “masacres” de la minoría alemana ( Volksdeutsche), hasta la operación false flag en Gleiwitz, donde la SS vistió a los asesinados prisioneros de un campo de concentración en uniformes polacos para pasarlos como “terroristas”, excusa usada ante la comunidad internacional sobre la cual la verdad completa salió años después −justamente− en los juicios de Nuremberg (bit.ly/2XOzIJ9). En 2003 Ariel Dorfman reprochándole la mentira iraquí a Powell −y la hipocresía a la ONU cuando se mandó tapar, para que nadie se incomodara, la réplica del Guernica, de Picasso−, estaba en lo cierto cuando comparó los bombardeos de Bagdad con la campaña aérea de las fuerzas alemanas nazis en apoyo a los sectores sublevados fascistas españoles que obliteró aquella ciudad vasca: “3 mil misiles Cruise durante la primera hora; cayendo sobre Bagdad; 10 mil Guernicas; cayendo sobre Bagdad” (bit.ly/3mh2kE7).