Los «blancos», en efecto, cobran importancia Mallarmé.
La palabra silencio es hoy lugar común de la crítica; resulta sencillo recurrir al mutismo provocado por la maravilla como excusa para que se crea que lo que se está viendo, leyendo o escuchando, es valioso; sin embargo, este silencio hoy ya tan gastado, deja de lado otros que quizá sean mucho más necesarios al hablar de arte.
En su cuento, La página en blanco(símil gráfico del silencio), Isak Dinesen describe dos silencios: “Donde el cuentista es leal, eterna e inquebrantablemente leal a la historia, allí, al final, hablará el silencio. Donde la historia ha sido traicionada, el silencio es tan sólo vacío” (1935). Así, frente, al oyente acontece la expectativa del aplauso o la lamentación del sepulcro. También, está el silencio de la incomprensión, miedo arcaico de la tradición judaica revelado en la torre de babel, donde el silencio aparece en forma de voz y multiplicidad de lenguas; el silencio nos aterra en la medida que nos aparta: no man is an island entire of itself. A veces, el silencio subvierte, como en el instante después de que el rey manda callar a su corte para que el mensajero; portador de un bien inconmensurable, lo entregue a su majestad y éste, que en la tensión de la espera pierde el centro del escenario frente a quien carga la noticia; recupere al fin su potestad. El silencio es mística y contemplación del budismo y el convento, formalidad de la misa y educación en el museo; pero el silencio es, ante todo, un acto fundamental de humanidad, ya que nos es necesario para poder escuchar las palabras del otro (Mayorga Juan, 2019).
Del silencio que hermana el diálogo deviene la Galería NN (Nomen nescio «desconocer el nombre»). Este no nombrarse no es un vacío poético, sino un esfuerzo por cartografiar todos los mundos posibles, se trata de un lienzo abierto, un espacio eternamente en blanco a la espera de ser nombrado con las palabras de otros. Aunque, y esto hay que aclararlo, los silencios hasta ahora nombrados y los muchos otros que faltan por nombrar (vaya paradoja), tienen la condición del tiempo sobre ellos, ya que la auténtica incapacidad de hablar viene sólo con la muerte, morir es dejar de charlar. (Steiner, George. 2011)
Por tanto, ahora corresponde escuchar la palabra que sucede al silencio, ya que en ella descubriremos a NN. Bixhia es el nombre de la exposición de Ana Hernández, que se inaugura el 30 de octubre en NN Galería. Este título, fragmento de Sa Benda Bixhia, es el germen de reflexión polisémica manufacturada por la artista Istmeña, oriunda de Tehuantepec, a través de piezas como: textiles, atarrayas, cerámica, esculturas, estarcidos, etc. ¿Por qué tanta diversidad en el trabajo de Ana Hernández? Lugar común: extraordinaria creatividad; sin embagro, creo que la obra y sobre todo el nombre, merecen más esfuerzo. Sa (son) Benda (pez) Bixhia (sierra) es la traducción pragmática, aunque no alcanza a decir, ni de cerca, todo lo que las palabras encierran.
El zapoteco es una lengua tonal, lo que significa que al cambiar poco o mucho la pronunciación de una palabra, transforma el significado. En español tenemos algunos ejemplos, aunque honor de la verdad muy pobres en comparación: papá – papa; cómo – como; ejército – ejercito. Aquí evito, por ejemplo, depósito y depositó; porque, aunque uno es verbo y el otro sustantivo, hacen referencia al mismo hecho. En zapoteco en cambio, Benda puede ser: pez, camarón, hermana de ella, culebra; Bixhia puede significar: penca de coco, aullido, destruir, desbaratar, sierra, águila. Quienes hablamos español como lengua nativa poco podemos imaginar respecto a estas posibilidades, ya que, a pesar de su extrema riqueza, el español está sesgado por la norma; en cambio, el zapoteco, como muchas otras lenguas originarias de México, se ve libre para fantasear alrededor del sonido, la metáfora y la imaginación; vaga como el sol alrededor de la tierra con luz propia, iluminando lo que nosotros no podemos, haciendo foco donde a nosotros la rigidez del pensamiento occidental no nos permite ver.
Pensar desde el zapoteco es un proceso caleidoscópico, donde los colores se transforman con pequeños giros y, aunque conforman un tono reconocible, una identidad, jamás quedan reducidos a lo que cualquiera pueda decir de ellos, porque siempre son otra cosa, lo que ellos decidan ser. Por tanto, una exposición sesgada por las categorías típicas no podría presentar una artista como Ana Hernández, cuya reflexión parte de una lengua desbordante; por lo que para escuchar todas las posibilidades de Bixhia necesitamos el silencio, ese que nos hermana y nos invita no a ver la cosa, sino el efecto que produce.
Alberto Ambrosio