La iniciativa de reforma eléctrica enviada por el Presidente de la República retoma el curso nacionalista interrumpido por la que tuvo lugar en 2013 bajo Peña Nieto. Este último y desviado episodio legal, recordemos, fue operado bajo estricta consigna neoliberal y apoyada con muchos millones de malversados fondos públicos. No fue diseñada para mejorar el bienestar y las condiciones de vida de los mexicanos. Tampoco lo fue para afianzar el desarrollo del país. Fue para abrir, de par en par, las puertas a los grandes negocios de las empresas extranjeras y asociados locales. Las industrias, eléctrica y petrolera, son intensivas en capital. Los que a ellas concurren, son consorcios de gran tamaño y con frecuencia, casi normal, forman cerrados oligopolios. Fue este el panorama de base que los diseñadores prianistas siguieron. Su propósito consistió en facilitar las acciones de un reducido conjunto de negociantes. Y, por esa malsana vía asegurar un cacho para sus alforjas. Ahí destacan todos aquellos a quienes el señor Lozoya ha denunciado, sin olvidar al denunciante. Si la justicia no les alcanza a tocar a todos ellos, al menos en esta triste historia quedarán inscritas sus tropelías.
La reciente participación de cuatro destacados priístas en esta disputa por el curso que deberá retomar la industria eléctrica y petrolera es ilustrativa. Los cuatro ponentes fueron actores, si no de primera línea, sí de comparsas destacados. Tanto P. J. Coldwell como E. Ochoa Reza ocuparon la Secretaría de Energía uno y, el otro, la dirección de la CFE. Por tanto, intervinieron, en buena parte de la concreción de ese malhadado cambio constitucional durante 2013. No fueron, ni de cerca, los que imaginaron tanto las líneas principales como los detalles sustantivos de la entrega a los privados. Pero, sin duda, fueron parcialmente responsables. Hablan, ahora, como lideres priístas y pretenden guiar a sus copartidarios. No pueden ignorar su pasado, del que alegan sentirse orgullosos. Aunque, en efecto, tratan de sesgar las costosas consecuencias que hoy se ciernen sobre el consumidor de energía, es decir, sobre los mexicanos todos. Y no sólo eso sino que, con toda intención, quisieron trasladar la misma conducción y el control de la industria energética, al sobrecogedor mercado. Un eufemismo que ampara a una plutocracia mundial, como bien ilustra, en estos días, el indigno caso español.
A la señora Sauri poco le corresponde en la tramoya del tinglado que torció la trayectoria constitucional. Un tanto más responsable fue el señor Beltrones al operar, en el Congreso, desde el periodo panista. No reniegan estos cuatro priístas de sus acciones pero usan, sin descaro, vagos, repetitivos y falsos argumentos generales. Con ellos tratan de ocultar o, nublar al menos, los detalles nefastos de esa que, bien se debe llamar, contrarreforma conservadora. Ahora sus apoyadores en la difusión concurren en su auxilio afirmando que la iniciativa de AMLO contiene cláusulas protectoras contra arbitrariedades. Por eso se deben entender las cancelaciones de aquellos contratos que amparan prácticas fuera de la ley y de su mismo espíritu: los autoabastos. Amenazan, estos opinadores, con la célebre mano del metate: huirán las inversiones. En otras ocasiones argumentan expropiaciones donde no las habrá. Los generadores de energía lo seguirán siendo y con buenas utilidades. El cambio estriba en que no podrán usar, de aprobarse la reforma en disputa, como indebida ventaja de sus ventas –por lo demás, prohibidas expresamente– los subsidios que se concedieron en las tarifas de transmisión.
Otra vez se usan los tratados internacionales como amenaza de multimillonarias demandas. Muy a pesar de que la industria energética fue puesta a resguardo desde un inicio en el T-MEC. Negarle a la Constitución la posibilidad de cambios drásticos en contratos espurios, que se concede hasta en la forma de gobierno, es de necios. Esta polémica desatada no termina ni se agota en afirmar, hasta el cansancio, que se producirá energía con combustibles contaminantes. No escuchan los repetidos pronunciamientos presidenciales de generar, hasta el doble de la capacidad actual, con hidroeléctricas, las más baratas y limpias de la industria. Tampoco llaman la atención de sus escuchas y lectores sobre lo que ocurre en el mundo. Por un lado en la vuelta a usar, intensivamente, el carbón, como en China, Reino Unido y Alemania. Y en contabilizar los costos de las intermitentes tanto en España como en Alemania.
Ahora revisan libros sobre la paranoia y el poder para recetársela al Presidente. O afirmar, sin ton ni son, que subirán tarifas cuando es muy probable que bajen. Retoman la cantaleta de la escasez de energía cuando se tiene muy sobrada capacidad: casi el doble de la demanda. De los apagones asegurados ni hablar. Cuánta tontería para seguir medrando en desmesura.