El Presidente de la República no suelta el tema de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y su supuesta derechización, dominada como estaría por el pensamiento neoliberal y conservador.
En este terreno, abordar temas ideológicos desde la máxima tribuna del poder político tiene implicaciones delicadas, sobre todo si se recurre a generalizaciones, pero Andrés Manuel López Obrador está decidido a “sacudir” el escenario de las universidades públicas (la UNAM, pero también la de Guadalajara y la de Hidalgo, por citar ejemplos).
En el caso de la UNAM, es sabido que su estructura directiva obedece a los lineamientos de grupos de poder, sobre todo médicos, abogados e ingenieros, que durante décadas han dominado, con sus naturales altibajos, la Rectoría, la Junta de Gobierno y las direcciones de facultades, escuelas, institutos y centros de investigación.
Esos grupos de poder históricamente se han alineado con los poderes políticos y económicos dominantes (ocupando sus líderes algunas posiciones gubernamentales relevantes), con visiones lejanas a la democracia, productivistas y controladoras, apaciguadoras de la inquietud intelectual crítica que debería florecer en esos campos.
Los intentos de democratización de esas casas públicas de estudios han sido mediatizados o aplastados. En febrero de 2000, con Ernesto Zedillo como presidente de la República y Juan Ramón de la Fuente como rector, el movimiento contra propuestas privatizadoras, que resistía desde posturas contrarias a negociaciones políticas en curso, fue desalojado de una huelga en Ciudad Universitaria por militarizados elementos de la Policía Federal Preventiva.
De la Fuente es hoy el representante del gobierno obradorista ante Naciones Unidas y una parte de la corriente negociadora de aquellas épocas se sumó al Partido de la Revolución Democrática, al equipo de Cuauhtémoc Cárdenas y, hasta la fecha, al de López Obrador y a Morena, en particular en apoyo a Claudia Sheinbaum en sus tareas capitalinas y en su proyecto presidencial.
Con sostenida fama de buen estratega político, el tabasqueño que ahora habita en Palacio Nacional ha de tener un plan eficaz a cuya cuenta abone sus polémicas declaraciones recientes, pues no es cuestión de ocurrencia el testerear (como él ha dicho) a la UNAM y a otras universidades públicas del país.
Por lo pronto, la insistencia en generalizar la calificación de una comunidad amplia y plural como es la regida por Enrique Graue, y arriesgar encasillamientos tan reactivos como los aplicados a universitarios que en buena parte apoyaron sus campañas electorales, en particular la que le llevó al poder, pueden ser deslices lesivos al interés electoral moreno (como sucedió en la Ciudad de México en las recientes elecciones, sobre todo de alcaldías) y a la premisa básica de toda visión política práctica que implica no agitar avisperos sólo por ejercer discutibles libertades declarativas desde el Poder Ejecutivo federal o instalar distractores de problemas reales en curso.
A propósito, Arturo Huerta, doctor en economía y profesor-investigador de la Facultad de Economía de la UNAM, señaló ayer que durante los 70 y 80, la máxima casa de estudios encabezaba grandes manifestaciones en la Ciudad de México, pero, a partir de los 90, esta situación cambió, pues “es justo donde empieza el neoliberalismo con Salinas” y se modificaron las formas de remuneración de los académicos, de manera que éstos se concentraron en investigar, asesorar tesis y publicar libros o artículos, con el fin de alcanzar mejores niveles de evaluación y, por consiguiente, de salario. Lo anterior provocó que dejara de haber asambleas nutridas de profesores donde se discutía acerca del ámbito nacional; desapareció la efervescencia de discusión que había en varias facultades y se generó la desmovilización académica (nota de Francisco Félix y video de entrevista: https://bit.ly/3Cj7t4h). ¡Hasta mañana!
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