La Paz. A tres mil 700 metros sobre el nivel del mar se encuentra la apuesta boliviana para enfrentar un futuro de energías renovables y eliminar su dependencia de combustibles fósiles.
Se trata de la planta fotovoltaica más grande y alta del mundo, ubicada en la población altiplánica de Ancotanga, con más de 300 mil paneles fotovoltaicos emplazados en 214 hectáreas.
La generación de electricidad basada en fuentes renovables es la gran apuesta de Bolivia ante una menor producción de gas por la declinación de algunos campos y en ausencia de descubrimientos de nuevos pozos. Bolivia ha firmado adendas en sus contratos de exportación de gas con Brasil y Argentina para disminuir volúmenes en 2019 y 2020.
La planta de Ancotanga, junto a otras similares y tres plantas eólicas, son parte del plan nacional para sustituir energías fósiles y convertir al país en exportador.
El ministro de Hidrocarburos y Energías, Franklin Molina, dijo a Reuters que el objetivo es diversificar la matriz energética del país incorporando fuentes de energía renovable y amigables con el medioambiente en reemplazo del consumo de combustibles fósiles.
“Como país hemos trazado una línea para lograr una robustez de nuestra matriz eléctrica”, dijo. “Nuestro país tiene una potencialidad enorme en cuanto a fuentes de energías renovables (…), el aprovechamiento está por debajo del 10 por ciento”.
Según la autoridad, Bolivia tiene la capacidad instalada para generar cerca de tres mil 800 megavatios (MW) y el consumo interno apenas llega a mil 600 MW, por lo que los planes de exportación de electricidad en vez de gas son parte de los objetivos del país.
Ante la gran oferta de electricidad, Molina explicó que el gobierno lanzó una serie de incentivos de carácter impositivo para la importación de coches eléctricos e híbridos, y la instalación de plantas de ensamblaje de ese tipo de vehículos.
El país utiliza energía solar, eólica, hidráulica y de biomasa, pero depende principalmente de las centrales termoeléctricas (71 por ciento), que consumen el gas natural que se exporta a Argentina y Brasil.
“Vamos a ir incrementado la potencia disponible de las energías renovables (…) y ese gas que en este momento está siendo destinado para el consumo de electricidad va a ser destinado a la exportación”, explicó el ministro.
La producción de gas natural se sitúa en alrededor de 44 millones de metros cúbicos día (MMm3/d), 28 por ciento menos en comparación con 2014, según datos oficiales.
Para el especialista en temas energéticos Mauricio Medinaceli las exportaciones de gas boliviano atraviesan un momento “muy frágil”, porque el país no tiene la capacidad de cumplir las exigencias de los mercados argentino y brasileño.
Bolivia también necesita el gas para garantizar el funcionamiento de su planta de amoníaco y urea, fábricas de cemento, la industrialización de yacimientos de hierro y la postergada industria petroquímica, entre otros proyectos.
Medinacelli sostiene que el problema para la economía boliviana no es solamente sustituir el uso del gas con otras energías, sino también resolver la subvención estatal a los combustibles.
“La verdadera reconversión de la matriz energética pasa por eliminar subsidios (…) no hay la posibilidad para que energías renovables puedan competir con el precio del gas subsidiado”, dijo a Reuters.
El Estado boliviano gasta alrededor de mil 200 millones de dólares anuales en la importación de combustibles, pero además pierde unos 300 millones de dólares en la subvención, de acuerdo con información oficial.
“Hay un uso desmedido del gas natural justamente porque es barato. En ese contexto, pedirle a la gente que utilice energía solar o energía eólica es muy difícil porque estas energías son más caras que un gas natural subsidiado”, agregó Medinaceli.