La sabia y encantadora señora Díaz Roncero, esposa del fundador del servicio en español de la Afp, Agencia Francesa de Prensa, me hizo el favor de darme sus secretos para conducirse en una recepción o un restaurante. La opulenta dama me dio los consejos a seguir en una recepción, siendo el principal el de evitar acercarse a personajes famosos, de inmediato rodeados por un enjambre de admiradores que devora los antojitos a su lado. El consejo principal, en lo que toca a los restaurantes era: “Se habla siempre de la óptima relación calidad y precio, olvidan la cantidad, tan importante para un sibarita de la gastronomía”.
Cerca de donde vivo, existe un restaurante que reúne estas apreciables cualidades. Se trata de un establecimiento que ofrece una deliciosa comida, nada cara y abundante, chino-tailandesa. El sitio tiene el embriagante y poético nombre de Le Palais de la Griserie, es decir: El palacio de la ebriedad.
Como paso a menudo frente a este restaurante, platico muchas veces con Jan, su dueño, nacido en la provincia de Chang-su, en China, una ciudad de apenas 10 millones de habitantes, como quien dice, una escasa población en este país que cuenta con mil 402 millones. Jan es una persona de exquisito refinamiento. Cada uno de sus gestos y palabras dejan ver una educación esmerada. Llegó a Francia a sus nueve años, hace tres décadas. Sus padres son médicos. A pesar de este estatuto profesional, decidieron emigrar a Francia para mejorar su situación económica. Así, se vieron obligados a abandonar su profesión, ya que no existe la equivalencia médica entre las dos naciones que les hubiese permitido ejercer la medicina. Para mantener a la familia, el padre creó un restaurante. Los años pasaron y, el progenitor jubilado, Jan tomó la dirección del establecimiento.
Como Jan no tiene el menor acento extranjero al hablar la lengua francesa, le pregunto si tiene el mismo dominio de su lengua natal. Mi pregunta se debe a que he conocido inmigrantes que olvidan su lengua sin llegar a dominar el francés. Pregunta fundamental para una escritora que considera el español mexicano su patria. Jan, quien practica la lengua china con sus padres, su esposa, su hermana, sus hijos, conoce la escritura china, esa caligrafía de los ideogramas. Este saber es un gran y difícil arte. Cabe recordar que gran parte del respeto del pueblo chino por la persona de Mao Tse Tung se debía a su perfecto dominio de la caligrafía china, siendo capaz de escribir poemas en su lengua. En Occidente, la admiración del poeta Ezra Pound por los trazos de esta escritura lo llevó a escribir algunos de sus Cantos con ideogramas.
La hermana de Jan, agradable como él, me mostró unas telas pintadas por una de sus amigas, la virtuosa del piano Chow Ching Lie. Al ver mi admiración, me trajo un libro: El palanquín de las lágrimas, relato de la vida de Chow Ching Lie contado por ella al escritor francés Georges Walter, publicado con un prefacio de Joseph Kessel, de la Academia Francesa. El palanquín de lágrimas ha tenido también éxito en el cine por la película de Dorfmann.
“Nací en la China de la miseria y de las lágrimas. Niña, sufrí y lloré muy temprano. Era bonita: esto no es un mérito, fue una maldición”, palabras que inician su relato. Seleccionada por su excepcional belleza a sus 13 años, Chow Ching Lie fue forzada a casarse con el heredero de una de las fortunas más grandes de Shanghái. Encarna, bajo Mao, el drama de la mujer china y su esclavitud secular. Nacida en 1936, de educación tradicional, realiza una brillante carrera de pianista. Como autora, publica también Concierto del río amarillo y En la mano de Buda.
El palanquín de las lágrimas no es sólo la historia de una vida. Es también la historia de China, de su pueblo, su sabiduría y su barbarie, durante los 50 años que, del abuelo con sandalias de la Edad Media a nuestros días, dan la impresión de atravesar varios siglos.