Como es bien sabido por los campesinos del mundo entero y de todos los tiempos, y ya es aceptado por los científicos contemporáneos, la alimentación y la medicina tienen un origen común que durante milenios fue nutrido desde un mismo tronco, principalmente agrario, pero también con conocimientos sobre las propiedades y efectos de productos de origen animal en el cuerpo y la mente humanos; de tal modo, que la medicina moderna se basa principalmente en un proceso histórico que no depende exclusivamente del trabajo de clases privilegiadas dedicadas a la investigación de punta de cada época, sino a la acumulación de saberes y experiencias colectivas desarrolladas en el seno de todas las culturas del mundo. Acumulación de saberes y experiencias que no ha terminado, ni tiene por qué terminar para depositarse en la canasta de patentes y derechos privados que, de un tiempo ya demasiado largo hasta ahora, ha impuesto la lógica del mercado.
Un artículo de Francisco López Bárcenas en estas páginas (22/10/20) revela cómo el proceso de incorporar la medicina tradicional a la medicina alópata es un falso reconocimiento de las virtudes de la primera, porque en realidad la subordina mediante una regulación tramposa que pretende el actual Senado aprobar, simplificando la medicina tradicional a su virtud comunitaria para integrarla en la verdadera ciencia...
¿Cuántas otras regulaciones de este tipo han servido a la lógica del mercado capitalista, contribuyendo a la desaparición de las conquistas del conocimiento realizadas por sociedades consideradas atrasadas respecto de la aplastante verdad (nunca comprobada) de la modernidad?
Justamente esto es colonialismo cultural, tan destructor de la “otredad” como la violencia física. Colonialismo que empezó con la expansión de la acumulación originaria del capital y que no sólo no ha terminado, sino que cada día que pasa acaba de manera más dolorosa, con su lógica de destrucción sobre el planeta, al ser humano, componente de la biodiversidad.
La milpa compleja, policultivo integral que permitió construir civilizaciones extraordinarias en Mesoamérica, los arrozales acuáticos que, de su origen en Birmania a su expansión hasta el subcontinente hindú al oriente, China meridional y el sureste asiático, y las hortalizas ecuatoriales, complementarias de los tubérculos ricos en azúcares lentos y de una vegetación y fauna exuberantes, policultivos que dieron a este mundo su riqueza incomparable, van desapareciendo... Lo que no terminará sólo en una uniformidad empobrecedora lamentable, sino en una parálisis humana, incapaz de crear, recrear, inventar, disfrutar..., y que en realidad ya comenzó, alimentada por agroindustrias deleznables y tratados, sus males, para prolongar su vida útil, con una medicina que no toma prestado sino que roba, porque lo hace para engrosar ganancias que nada tienen de humano.