En su más reciente entrega, el semanario británico The Economist publicó un interesante artículo titulado “Una revolución en tiempo real acabará con la práctica de la macroeconomía”. Como anuncia el título, el texto sugiere que el análisis tradicional macroeconómico enfrenta el riesgo de ser sustituido por el estudio en tiempo real que posibilitan las nuevas tecnologías que hacen más accesible e interpretables los datos.
No es ningún secreto que, desde 2007, el crecimiento exponencial en la capacidad computacional, detonado por la fabricación de chips a partir de materiales sin silicón y el incremento en la capacidad de almacenamiento, posibilitado por el famoso marco para software llamado Hadoop, operado por Google, así como el primer IPhone, anunciado en enero del mismo año, no sólo dieron origen a motores de búsqueda más potentes y refinados, sino que habilitaron la masificación del acceso y recolección de datos, creando una nueva industria centrada en el Big Data.
La banda ancha, el teléfono móvil y el almacenamiento en la nube posibilitaron el desarrollo de Facebook, Twitter, Amazon, Instagram, WhatsApp, Netflix, Airbnb y Linkedin, empresas todas ellas que actualmente tienen un alto valor en el mercado.
A más de una década de su irrupción en el plano global, podemos asegurar que dichas redes sociales se han transformado en agentes económicos disruptivos que dominan, incluso en ocasiones de manera monopólica, sectores como la publicidad, el turismo, los servicios financieros o el mercado laboral.
Hoy, la transformación iniciada a comienzos de siglo se prepara para entrar en una nueva fase, impulsada por la red inalámbrica 5G, cuyos desarrolladores han asegurado que permitirá una conexión entre 10 y 20 veces más rápida que la actual y el procesamiento de datos complejos en tiempo real.
La automatización del transporte público o el monitoreo constante de la logística comercial, el clima, las ventas minoristas y los procesos industriales, son algunas posibilidades concretas que promete dicha red. Para valernos de términos económicos, 5G ofrece la posibilidad de reducir aún más la brecha temporal en la comunicación y así disminuir discordancias significativas entre la oferta y la demanda, calculándolas de manera anticipada y más precisa.
La disrupción ocasionada por las tecnologías de la comunicación es un fenómeno reciente; no obstante, como acertadamente ha descrito el filósofo japonés Kojin Karatani, se trata de un proceso que se ha estado gestando durante más 30 años y coincide con la decadencia de la industria manufacturera de Estados Unidos.
El fin del patrón oro en 1971 y la recesión económica de 1973-1975, ocasionada por el incremento en la oferta de productos a raíz de la recuperación de las industrias japonesa y alemana, así como el alza en el precio del petróleo, marcaron el inicio declive de la industria orientada a la producción de bienes duraderos, cerrando de paso, el capítulo del Estado del bienestar.
Aunque polémicas, las políticas económicas implementadas por Ronald Reagan y Margaret Thatcher son la consecuencia lógica ante la inflación experimentada en la década de los 70. El viraje de la economía, la privatización de los monopolios estatales y la relocalización geográfica de la industria manufacturera hacia países con sueldos más competitivos dan cuenta del fin de un ciclo económico.
El desplazamiento de la manufactura implicó que otro tipo de commodity, la información, tomara su lugar como mercancía hegemónica. La desregulación del sistema financiero y la reducción de las tasas impositivas, políticas comúnmente calificadas de neoliberales, responden a un contexto histórico en el que Estados Unidos y las potencias económicas buscaban asegurar el rendimiento de las inversiones realizadas en el sistema financiero global.
El rendimiento de capital está asegurado cuando es posible obtener un precio más adecuado, donde éste genera mayor utilidad. Tecnologías como las redes sociales o la red 5G hacen que el proceso de descubrimiento de dichas condiciones no sólo sea más sencillo, sino costeable e inmediato.
Extraer, ordenar e interpretar la información para colocar los productos y servicios de acuerdo con el conocimiento de la demanda en tiempo real, es quizá, el pináculo de la economía neoliberal.
La intención de los estados de regular la obtención, utilización y monetización de dicha información es entendible y hasta cierto punto deseable. No obstante, las medidas fiscales y la regulación antimonopólica no serán suficientes para contrarrestar las inequidades que pueden resultar de la implementación de estos procesos. La tentación por parte de países como China de controlar dicha información para su beneficio propio representa aún mayores riesgos para la democracia global.
La tendencia monopólica de las entidades que encabezan la revolución tecnológica representa grandes retos para las entidades políticas que buscan controlarlas. Atacar estos desafíos de manera aislada, desde paradigmas políticos como la soberanía será imposible. Después de todo, se trata de entidades trasnacionales cuyo número de usuarios supera la población de varios países.
La regulación como la ha entendido adecuadamente la Unión Europea, debe llevarse a cabo desde bloques económicos coordinados, buscando que el acceso y utilización de dicha información esté disponible para todos los agentes económicos que forman parte del mercado.