La columneta inicia este lunes con un ánimo acongojado. No podía ser de otra forma si los párrafos iniciales hacen referencia a la desaparición de tres personas de singular valía que, habiendo vivido en espacios muy diversos de la vida nacional, compartían, desde mi punto de vista, ciertas características que de alguna manera me las hacían parecer semejantes, parecidas, cercanas entre sí, aunque tal vez ellas ni siquiera se hubieran conocido. Me refiero a Alfredo López Austin, a Felipe Cazals y a Celeste Batel.
Al primero apenas lo traté, pero como durante mis tiempos ceuescos fui maestro de literatura mexicana e iberoamericana y, aunque preparaba las clases que impartía, con más ahínco que aquellas que yo cursaba, mis conocimientos no me parecían suficientes, así que me acogí a los inolvidables maestros Raymundo Ramos, Arturo Azuela y Pancho Liguori, quienes con afecto y consideración me alivianaban con textos alucinantes. (Gracias a ellos regresé, después de años, al Popol Vuh y al Chilam Balam.) También me revelaron la existencia de esos gambusinos maravillosos que con devoción y entrega se sumergían en el pasado remoto y nos mostraban las razones incontrovertibles de que nuestro ADN portaba los datos suficientes para asegurar que, pese a los duros avatares por los que durante siglos atravesaran estos grupos humanos a los que, a la manera de César Vallejo podemos llamar nuestros “abuelos instantáneos,” el mensaje que nos trasmitían era cierto: los demás seres que conformamos la especie humana estamos dotados, ni más ni menos, de características que nos permiten aspirar a estratos superiores de vida, siempre en la igualdad, la equidad y la justicia. La posibilidad de alcanzarlo, sólo a éstas y a las futuras generaciones compete: los seres humanos somos, por diferentes, iguales y mejores. Pues así fue que mis amigos y maestros me introdujeron a la obra monumental de Ángel María Garibay y a la de su alumno predilecto, Miguel León-Portilla: la Visión de los vencidos debería ser lectura obligada dentro de los planes de estudio de la educación media superior. Más tarde tuve conocimiento de un norteño que inicialmente se dedicó a estudiar, conocer y descifrar el mundo mesoamericano. Inicialmente estudioso de las leyes que regían el mundo de su tiempo (comenzó estudiando para abogado), pronto prefirió indagar, sumergirse en nuestros orígenes y trazarnos las rutas de los caminos andados por nuestros ancestros que, en el pasado nos legaron historia y, por lo mismo, destino. Confieso que nunca he terminado uno de los textos de López Austin: a la mitad regreso a los inicios, porque siento que no entendí lo leído, o porque me gustó tanto que quiero regodearme de nuevo. También porque un nuevo título me tienta y quiero conocer de inmediato los ensayos, relatos, consejas engarzadas en El conejo en la cara de la luna, aun cuando todavía voy a la mitad de El cuerpo humano e ideología. López Austin, historiador, investigador, traductor, maestro especialista en religiones y experto en la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos ha fallecido recientemente. Hoy, esta ausencia representa una sensible baja en las filas de la 4T. Por eso en una rara intervención en las redes sociales, me permití asentar: “Me sumo la pena que experimenta la familia López Austin por el fallecimiento del querido y respetado maestro. Y, cuando decimos familia, nos referimos no sólo al núcleo al que unen sólidos nexos de consanguineidad. La familia de López Austin, por su voluntad, por su vocación, por su arduo trabajo de muchos años, se extiende a todos los ámbitos en que habitan los pueblos originarios a los que tanto quiso, respetó, acompañó en sus luchas y brindó permanente solidaridad”.
También, en otra rara salida a las redes sociales, me permití expresar: “Felipe Cazals no es tan sólo un cineasta del más alto nivel. Al tiempo, hay que reconocerlo como un mexicano siempre comprometido con las causas y luchas populares de su momento. Su cine, en cada una de sus realizaciones, se empeñó en ser una denuncia, un reclamo, una exigencia contra la desigualdad, la marginación y la injusticia social. Bronco, rudo, intolerante, fue fiel a sus convicciones: nos hará falta”. La relación entre productor y creador no fueron siempre tersas. Felipe, en estos tiempos nos harás falta.
A Celeste Batel, portuguesa de origen y mexicana de destino, unos cuantos renglones bastan para reconocerle su vida personal y su ejemplo, no siempre acatado por sus pares de conjugar acertada y dignamente, su comportamiento público y ciudadano, al tiempo de ser la cónyuge de un hombre de gobierno. Lo que ella significó en momentos muy álgidos para los mexicanos, nunca será justamente valorado. Bástenos con reconocer que su matrimonio no fue un show business ni tampoco una sociedad de las que ahora se tipifican como una asociación delictuosa. Durante más de 50 años, Celeste no fue “la señora de Cárdenas”, sino la compañera de Cuauhtémoc. Gracias, Celeste.
Twitter: @ortiztejeda