La separación del Son 14 planteó a Adalberto Álvarez un nuevo desafío: distanciarse de la personalidad tonal de su primera orquesta y diseñar una nueva a la que formaba en La Habana y que llevaría su nombre. Con la amplitud de criterio que lo caracterizaba, empezó por modificar el formato: Incluyó dos trombones, dos trompetas; agregó el tres y sintetizador a las cuerdas y la paila al set de percusiones de bongó y tumbadoras; el piano lo mantuvo como base armónica-melódica, y el bajo en la estructura rítmica. Aprovechó de manera plena todas las posibilidades que le daba esta formación en favor de un son “más universal”.
“Lo primero que hice fue buscar que mi estilo se diferenciara de el de Son 14, con el que me había identificado en un principio y al que amoldé mis primeras composiciones. Amplié la instrumentación en busca de otra sonoridad. Aunque no tenía totalmente claro adónde podía ir aquello, lo cierto es que trataba de encontrar un sello que me identificara”, contó en entrevista.
En muchas de sus nuevas canciones se empezó a destacar esa “nueva” musicalidad. Su obra se caracterizaba por respetar la cadencia necesaria y vital del bailador, condición sine qua non en su quehacer. Todo lo expresado musicalmente por él tenía como fin agradar al bailador.
“Mi principal objetivo ha sido llegar al bailador con calidad musical. No hay mucho rebusque, ni establecer temas complicados, sólo mantener la esencia del son (…), que es lo que digo en una de mis composiciones: ‘Porque nuestro son nos pide con urgencia/ que a cada canción con el corazón/ le emprendamos la dulzura de la caña/ nuestro ritmo inconfundible en el tambor’.”
A la hora de componer, tomaba muy en cuenta el sentir de su pueblo. Escribía sobre cosas sencillas y cotidianas y en ciertos casos incluía temas de la religiosidad afrocubana. Una característica velada pero, a la vez, poderosa en su repertorio es su capacidad para “estribillar” la cotidianidad del cubano y ponerlo a bailar incluso lo que en el fondo sabía que no era bailable, pues su conexión con el sentir de la gente era inmediata. Y por mal que la estuvieran pasando, la tragedia ameritaba siempre un baile en clave de son, algo de la entraña y de la cubanía más profunda: como en ese coro que dice “voy a pedir pa’ ti lo mismo que tú pa’ mí”.
En su libro Los rostros de la salsa, Leonardo Padura escribió: “La expresión fundamental de su programa no está en sus letras (como ha sucedido con tantos soneros), sino en la concepción musical misma que guía su trabajo: la recuperación y modernización del acervo sonero cubano, muchas veces olvidado en la isla y otras tantas desvirtuado más allá de sus fronteras. Es con ese proyecto que, en realidad, Adalberto Álvarez va en coche no ya hacia Bayamo, sino hacia ese altar tan esquivo donde la música cubana ha colocado nombres como Benny Moré, Arsenio Rodríguez, Mario Bauzá o Félix Chappottín, el de los grandes”.
El 25 de febrero de 1984 se estrenó en San Diego y Las Vegas, Adalberto Álvarez y su son, compuesta por Jorge Machado, bajo; José Martín, guitarra y tres; José Fernández y Onelio Carrillo, trompetas; Dagoberto Rodríguez y Hugo Morejón, trombón; Ubaldo caña, tumbadora; Celestino Alfonso, bongó; Calixto Oviedo, paila; Narciso Guanchi, Héctor Wederbroun (Anderson) y Félix Baloy, cantantes, y Álvarez, director y pianisa.
Al año siguiente viajaron a España para participar en el segundo Festival de Salsa, y mantuvieron encuentros con Eddie Palmieri y Cheo Feliciano en Madrid, Sevilla, Gijón, Tenerife y Alcalá de Henares. De España se fueron a Helsinki, Finlandia, para presentarse en el hotel Hiperia y en el Carnaval de Invierno de Tampere, entre otros sitios. En 1986, la banda viajó a California y actuó en Berkeley. En 1987, participó en Salsa’87, Colonia, RFA Music Festival y North Sea Jazz Festival, en Holanda. Los años siguientes trabajó en diferentes países, donde impuso su estilo único de interpretar la música bailable cubana.
Con ese grupo de luminarias Álvarez grabó sus primeos discos, entre ellos El regreso de María, Fin de semana, Dominando la patida y Son en dos tiempos. Asimismo, colaboró con Omara Portuondo en Omara canta el son; Issac Delgado, en El chévere y el caballero; Celina González, en Celina Frank y Adalberto; Gina León, en Nostalgia, y Argelia Fragoso, en un álbum de boleros.
Corren los años y la lista de éxitos parece interminable. Adalberto se torna en un gran referente de la música bailable de Cuba, además de un importante gestor cultural, ya que en su empeño por defender al son cubano de modas y corrientes organizó del Primer Encuentro Internacional de Ruedas de Casino; presidió el Festival Matamoros Son y tuvo un papel fundamental en la declaratoria del Día del Son Cubano, que se celebra el 8 de mayo en Cuba.
A él también se le debe que los músicos cubanos fueran mucho más conscientes de la importancia del fenómeno salsero en la isla. Adalberto supo aprovechar su auge para dar continuidad y vigencia al son.
En el orden social, fue uno de los artistas cubanos que criticó la represión contra las protestas del pasado 11 de julio. “Imposible permanecer en silencio. Las calles de Cuba son de los cubanos. Me duelen los golpes y las imágenes que veo de la violencia contra un pueblo que sale a la calle a expresar de forma pacífica lo que siente. A ese pueblo le debo lo que soy, no me importa la forma de pensar de cada persona, porque más allá del pensamiento político está el derecho humano”, señaló.
El 17 de agosto del 2019, festejó a todo lujo los aniversarios 46 de su carrera y 35 del nacimiento de su orquesta. Fue su última presentación pública. Se llevó a cabo en el teatro Carlos Marx. Puso a disposición de importantes intérpretes de la música bailable cubana 17 de sus éxitos más sonados en una insospechada despedida, de la que queda registro en un álbum en vivo y un video que se puede ver en YouTube.