Una nereida que intenta embelesar pescadores con las entonaciones de sus branquias entra en un peligroso juego de cacería, mientras unos adolescentes que hackearon un programa para detectar ovnis han de perseguir las luces de un avistamiento masivo; un contrabandista acepta una última misión para darle seguridad a su hija y colega, luego, una actriz desempleada, se descubrirá la víctima propiciatoria del renacer de la humanidad, en historias disímiles pero que ocurren, siempre, al borde del fin del mundo.
Lo mismo pasa con la batalla posmoderna y apocalíptica entre aztecas y conquistadores españoles en Xochimilco por el fuego nuevo; la aparición del cuerpo yacente de una abuela fallecida meses atrás; un pescador y su hijo que sólo recolectan presas exangües; una joven que quiere fundirse con una inteligencia extraterrestre que habita el cableado eléctrico, o con los helados contaminados de una misteriosa y vengativa radiación o el hombre que mira arder el mundo desde un acantilado.
Teniendo como leitmotiv la caída de uno o varios meteoritos y rocas luminiscentes y mágicas entre sus restos, una decena de cortometrajes de corte fantástico más recargado en la ciencia ficción conforman el proyecto Aztech (México, 2020), cuya versión final se estrenó el sábado pasado en la Ciudad de México, mientras se negocia que aparezca en una importante plataforma en el país.
El proyecto reúne a experimentados cineastas de anticipación nacionales, como Leopoldo Polo Laborde, Rodrigo Ordóñez, Ulises Ulicardo Guzmán, Gigi Saul Guerrero, Francisco Chisco Laresgoiti, Fernando Campos, Jaime Jasso, Jorge Malpica, Alejandro Molina y J. Xavier Velasco, con actuaciones de Elpidia Carrillo, Ximena Romo, Nailea Norvind, Gustavo Sánchez Parra, Sofía Espinosa, Ramón Medina, Fernando Becerril, Manuel Poncelis, Antonio Monroi e Ignacio Guadalupe, entre otros.
Antologías, una salida alternativa
A lo largo de la pasada década, Ulises Guzmán ha participado en distintas antologías cinematográficas, tanto en el género de terror –México Bárbaro I y II (2014 y 2017)– como de kaijus o monstruos gigantes –Daikaijuu charanporan matsuri: Tetsudon (2017)–, en las que encontró una forma de hacer cine en un momento de crisis económica permanente en la producción, pero también en una segunda, ahora sanitaria, por el Covid-19.
“Honestamente, me parece una proeza hacer un proyecto independiente de esta envergadura. Aunque dos segmentos están filmados en Canadá y en Nueva York, en general se hizo con elenco, talento y técnicos mexicanos. No es chauvinismo sino, es decir, que aquí estamos y que sí se puede, con pandemia y todo, por eso estamos jubilosos, felices”, señaló Ulises Guzmán.
El impulso original fue muy especial, porque los productores Isaac Basulto, Miguel Ángel Marín junto con Guzmán, convocaron a directores muy específicos: los más importantes, destacados, con trayectoria y mucha experiencia en la ciencia ficción, pues uno de los principales criterios era que el género en verdad los moviera. La respuesta fue favorable por parte de todos ellos y con un resultado bastante decoroso e importante, porque demuestra que se hace este tipo de cine con calidad en el país, advitió Basulto.
“Es un trabajo colectivo impresionante, aunque hay una producción general, cada segmento tiene sus propios productores y tira el prejuicio de que los mexicanos no logran cosas en colectivo. Aztech es una proeza que demuestra lo contrario: que los talentos nacionales unidos pueden crear una película totalmente independiente sin ningún subsidio del Estado y con efectos especiales de principio a fin, hay planos de 10 segundos que significaron seis meses de trabajo”, explicó el productor de Shorts México.
Total libertad creativa
La invitación le entusiasmó tanto al prolífico realizador Polo Laborde que para cuando se reunió con el trío de productores ya tenía idea de lo que iba a hacer. El autor de Utopía 7 (1994), Angeluz (1997) o de Memorias de lo que no fue (2017), indicó que no hubo una batalla de egos entre los cineastas sino absoluta libertad para escribir los guiones y proponer su visión personal, sin una línea marcada más que el leitmotiv inicial.
“Lo mejor fue que salió lo auténticamente mexicano: que tenemos hambre, no que seamos muertos de hambre ni hambreados, pero hay ambición, así que no solamente me apunté sino me sentí honrado de formar parte del proyecto. Además, la película demuestra que existen las condiciones para hacer el cine como debe de hacerse realmente en nuestro país”, añadió.
En este proyecto era fácil entrar pero difícil salir, resume Rodrigo Ordoñez (Depositarios, 2011), pues aunque la invitación al proyecto “sonaba fantástica” en el mundo profesional los cineastas van “quemando sus cartuchos” y deben pedirle a mucha gente que aporte su trabajo para salir adelante, lo que no es trivial, mucho menos cuando se especializan en el cine de género, un ámbito en el que no se dirige tan frecuentemente en nuestro país.
“Nos sentamos muchas veces en la mesa a leer los guiones y a discutir las ideas, siempre con el placer de que estamos en la misma batalla y padecemos las mismas cosas: falta de apoyo, de distribución, de una buena mercadotecnia. Hay muchos puntos en que los proyectos se atoran pero veo este talento reunido y se me antoja ver un largometraje de cada uno”, concluyó Ordóñez.