Para contrarrestar, me siento obligado a recordar, antes que nada, a tres distinguidos españoles que me dejaron un excelente sabor de boca y confirmaban aquel aserto de una muy querida tía de que “también hay españoles buenos”. En primer lugar, a José Gaos, mi verdadero maestro, y también a José Miranda, acucioso y ecuánime estudioso de nuestra época colonial. Pero, asimismo, recuerdo a Mateo Tuñón, abuelo de mi hijo, quien fue muy vituperado por su entorno…
Me aferro al recuerdo de ellos, con el mayor respeto, ante la estulticia que predomina en las altas esferas sociales y políticas de la España contemporánea. Con ellos se ratifica con mayor fuerza la afirmación de que el fascismo es endémico en España. De otro modo, ¿cómo se explica que, si Hitler y Mussolini se fueron por el caño relativamente pronto, su homólogo Francisco Franco los haya sobrevivido la friolera de tres décadas?
Vale señalar igualmente que un digno sucesor del franquismo lo fue José Mari, de muy escasa estatura y menos calidad humana. Bien se dice que sus manos también están empapadas de sangre, entre otras cosas, por haber lambisconeado a lo peor de los gringos e ingleses, invadiendo Irak y mintiendo de manera flagrante que en ese país había armas de destrucción masiva…
Ahora quiere volver a levantar cabeza haciéndose el gracioso y pontificando sobre historia de México… Me abstengo de comentar sus aseveraciones porque gracias a probos periodistas mexicanos de todos los ámbitos, como es el señalado caso del prestigiado Rubén Luengas, al escuálido pitirris castellano madre le ha hecho falta para que se la zangolotearan. En tal caso, sólo me queda adherirme a la retahíla de calificativos precisos y adecuados que le han endilgado.
Pero quiero exhibir a otro espécimen que, como muchos españoles, a la prepotencia suma su imbecilidad. Se trata de un tal Tony Cantó, representante en Madrid de un equipo de futbol de la ciudad de Barcelona llamado Español y militante del Partido Popular…
Dados sus amplios conocimientos, negó que “la llegada de los españoles a América hubiese sido una conquista”. Según él, sus antepasados liberaron al continente americano de un “poder absolutamente brutal, salvaje y caníbal”. “No somos, dice, conquistadores ni colonizadores”. Para él, con base en sus profundos conocimientos, lo que España hizo en este continente fue ”liberarlo”. Asimismo, se declaró “orgulloso de lo que hizo la Iglesia católica”.
Respaldado por su “amplísima” cultura historiográfica y su experiencia en la dirección de un equipo de futbol tan malo, negó categóricamente la reciente conclusión (de hace dos o tres años) del University College de Londres y de la Universidad de Leeds, después de un minucioso estudio, que ratifica aquel ya añejo trabajo de los profesores Borah y Cook de la Universidad de Berkley, sobre la reducción de la población indígena hasta mediados del siglo XVII, que cuantificaron en 95 por ciento. ¡A eso se le puede llamar genocidio!
Me queda la satisfacción de haberle dicho de manera directa al tal Cantó, en un programa de televisión de muy amplia cobertura que se emite en su propia tierra, que era un “perfecto imbécil, por ignorante además de prepotente”. No fue un insulto, sino una calificación sustentada en el Diccionario de la Academia de la Lengua Española y en una pequeña cápsula que le endilgué sobre la Conquista de México.