La migración de familias na‘savis (mixtecas), me‘phaas y nahuas en la Montaña de Guerrero arrastra a miles de niños y niñas, con lo que ello significa para su salud, educación y estabilidad emocional, con lo que genera graves alteraciones a la vida comunitaria.
Según reportes del Consejo de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas y del Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan, de enero a septiembre del año en curso, en la región de la Montaña de Guerrero, cerca de 10 mil personas, casi todas indígenas, migraron a los campos del noroeste. Cuatro mil 564 son mujeres y 4 mil 859 varones. De las primeras, 14 viajaron embarazadas y dieron a luz en los campos agrícolas del norte y noroeste del país, casi siempre en condiciones precarias.
Los reportes señalan que existe un importante subregistro de los menores de edad que, por las condiciones de marginación y pobreza que viven en sus comunidades, han viajado este año. Como no suelen contar en el padrón, formalmente se contabilizan 11. Sin embargo, según los testimonios, los menores representan 53 por ciento del total de la población que migra de la región. Cuatro mil 994 personas que migran son menores de edad.
“No existe edad para la movilidad laboral, niñas y niños salen de sus comunidades de origen hacia algún campo en el resto del país”, apunta Tlachinollan.
De acuerdo con el Concejo de Comunidades Indígenas de la Montaña, del total de la población infantil y preadolescente que migra, 7.5 por ciento es menor de 2 años; ocho de cada cien tiene entre 3 y 5 años; 13.3 por ciento, 6-10 años; 10.4 por ciento son púberes de 11 a 15 años, mientras 14.3 tienen de 16 a 18 años.
Respecto al tema educativo, 39 por ciento del total no cuentan con estudios; 2 por ciento, preescolar; 17 de cada cien cursaron la primaria completa; 23, primaria incompleta; 4 por ciento no terminaron la secundaria y otro porcentaje igual sí lo hicieron.
Once de cada cien tienen estudios de preparatoria o nivel superior. “La mayor parte de la población no cuenta con estudios, colocándolos en una situación de vulnerabilidad mayor, reproduciendo los ciclos de violencia”.
Del total de la población jornalera, 92 por ciento hablan una lengua indígena; 47 por ciento, es decir 4 mil 439 personas, pertenecen al pueblo na’savi y hablan tu’un savi. Mientras 30 por ciento, 2 mil 806 migrantes, son me’phaas; 15 de cada cien, mil 448, son nahuas y el restante 8 por ciento son mestizos.
Las comunidades con mayor población jornalera migrante son Tlapa de Comonfort, Cochoapa El Grande, Metlatónoc, Copanatoyac, Alcozauca de Guerrero y Atlamajalcingo del Monte.
“Aunque tienen tierras, agua y bosques, se ven obligados a salir”, lamenta desde Tlapa Abel Barrera, director de Tlachinollan.
“La vida es precaria”, por lo cual se exponen a patrones de campos agrícolas que pagan muy poco. Esa mano de obra barata sale de municipios con riqueza forestal y acuícola, pero la gente sigue migrando. Este jornalerismo de la vida los transforma en seres esclavizados, si bien durante la pandemia han demostrado ser trabajadores esenciales”. Huyen del abandono secular, de la incesante violencia. Mujeres y niñas viven siempre en condiciones de gran vulnerabilidad, tanto en sus comunidades como en el peregrinar agrícola.