Madrid. El escritor, o narrador como le gusta llamarse a él mismo, el francés Emmanuel Carrére, recuperó un momento extremo, cuando alguien anónimo se debate entre la vida y la muerte, entre la amenaza y el miedo, para recuperar una gran virtud del ser humano: “Todos procuraron proteger al hombre o a la mujer amada, pero algunos hicieron algo más: arriesgar la vida para proteger a desconocidos. Es un misterio que por momentos convierte lo que es abominable en una infinita exaltación”. Así lo explicó en la ceremonia de entrega de los premios Princesa de Asturias de este año, en los que él mismo recibió el de Letras, en reconocimiento a una dilatada trayectoria como relator de hechos.
Carrére es un escritor inusual: se aleja de la ficción, pero sus historias en ocasiones se convierten en relatos mágicos, inverosímiles, sorprendentes. Pero él, que nunca le ha gustado encasillarse en un género o una escuela, llámese Nuevo Periodismo y realismo o no ficción, simplemente aspira a retratar la realidad que él va descubriendo con la mayor fidelidad posible. Eso le ha hecho asistir en los últimos meses a uno de los juicios más importantes en la historia reciente de Francia, los de la masacre por atentado terrorista de Bataclan, que sucedió el 13 de noviembre del 2015 en el barrio parisino de Saint-Denis y en el que murieron 130 personas y 415 resultaron heridas. Ha sido el mayor atentado jamás perpetrado en suelo galo.
El narrador francés explicó en su discurso de recepción del galardón, que este año se volvió a celebrar, como antaño, en el Teatro Campoamor de Oviedo y con aforo completo, aunque todavía se exigió como medida de protección el uso de la mascarilla.
Carrére hizo un discurso vibrante, en el que recuperó a sus referentes literarios que escribieron en español y que forman parte de su biblioteca, como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortazar y Roberto Bolaño, entre otros. Y rindió homenaje a sus editores, los franceses y españoles, porque sin ellos su obra quizá nunca se hubiera conocido.
Después se sumergió en lo que lleva viviendo los últimos meses, en ese macrojuicio de la matanza de Bataclan, que ha sido como una visita al infierno. Y recordó que esos atentados “son los más letales perpetrados nunca en suelo francés. Los asesinos fueron abatidos o ellos mismos se explosionaron. Los catorce canallas que se encuentran en el banquillo de los acusados son lo que en francés llamamos seconds couteaux, comparsas, protagonistas secundarios, lo cual invalida la comparación que se hace a menudo con los juicios de Nuremberg, donde se juzgaron a muy altos dignatarios nazis. Pero el juicio de París tiene en común con los de Nuremberg su ambición histórica, sus enormes recursos y, en primer lugar, su duración: nueve meses”.
Y relató un pasaje que le cimbró, que le hizo ver con nitidez una gran virtud del ser humano: “Este juicio sirve asimismo para esto: para explorar colectivamente estos recintos de nuestro corazón. A lo largo de estos testimonios descubrimos otra cosa sorprendente. Las historias de naufragios, de catástrofes, del sálvese quien pueda generalizado, suelen revelar lo peor del ser humano. La cobardía, el cada cual a lo suyo, el canibalismo. Aquí, nada de eso. No podemos imaginar que se haya creado una ficción colectiva de nobleza y de grandeza de espíritu y, sin embargo, prácticamente sólo se nos han descrito ejemplos de ayuda mutua, de solidaridad, gestos a menudo heroicos. Muchos se reprochan haber pisoteado a otros mientras trataban de huir; ninguno de los pisoteados se lo reprocha a otros. Todos procuraron proteger al hombre o a la mujer amada, pero algunos hicieron algo más: arriesgar la vida para proteger a desconocidos. Es un misterio que por momentos convierte lo que es abominable en una infinita exaltación”.
El feminismo de Gloria Steinem
Otra premiada fue la ensayista y destacada feminista Gloria Steinem, quien además de hacer una exaltación del movimiento a favor de la igualdad de género también arremetió contra los discursos ultras y negacionistas que proliferan en el planeta y que en su país, Estados Unidos, tuvo su cara más perversa y radical en el que fuera su presidente, Donald Trump. Y reflexionó sobre la pandemia, el encierro global, los retos de la sanidad ante un drama como este y sus consecuencias en la vida doméstica, en la violencia machista, y en el racismo latente de su país: “En mi país, se hicieron más visibles los cambios tras la pandemia. El racismo que ha estado presente en América del Norte desde que los invasores europeos se impusieron a las poblaciones indígenas, matando a través de enfermedades y guerras al noventa por ciento de las personas que anteriormente vivían allí, y que luego también importaron esclavos, ese racismo ha alcanzado un punto de inflexión tanto en lo negativo como en lo positivo. La tercera parte del país que valora lo blanco, y que votó a Donald Trump –quizás el presidente menos cualificado y que más ha dividido el país en la historia de Estados Unidos– llevó al terreno político lo que durante mucho tiempo había pertenecido al ámbito privado. Incluso provocó que un grupo de hombres blancos intentara apoderarse del Capitolio, como probablemente han visto ustedes en la televisión. Sin embargo, debido a que esta vez –a diferencia del título de la canción rock– la revolución sí fue televisada, los puntos de vista sobre raza y género que circunscribían esta supuesta revolución a una minoría también causaron el mayor clamor de la historia. Este clamor de muchos hombres y de una mayoría de mujeres contribuyó a convertir el Black Lives Matter en un movimiento mayoritario y pacífico”.
El resto de galardonados en la edición de los premios Princesa de Asturias de este año fueron Marina Abramovic (Artes), Teresa Perales (Deportes), José Andrés y la ONG World Central Kitchen (Concordia), los siete investigadores desarrolladores de las vacunas contra el Covid-19 (Investigación Científica y Técnica), Camfed, campaña por la educación femenina (Cooperación internacional) y Amartya Sen (Ciencias Sociales).