La campaña contra la iniciativa de reforma eléctrica enviada por el Presidente se instaló en la antigua dirigencia priísta. Cuatro de sus adalides salieron de sus madrigueras para mostrarse ante sus correligionarios. Sin tardanza, lanzan sus destiladas consignas para alentar a la grey –y de paso a la ciudadanía toda– sobre lo improcedente, peligrosa, impagable y retrógrada que es tal iniciativa. Son un elenco que mucho tuvo que ver con la misma decadencia de su partido: a veces desde el medio político-legislativo exclusivamente y en otras ocasiones como funcionarios públicos partidistas. Los cuatro hablan desde la calidad de haber sido presidentes del viejo PRI. Ese mismo partido que ahora se debate entre la irrelevancia y ser comparsa unificada de una coalición sui generis ( PRIANPRD) Sus opiniones bordan sobre arraigados mitos, catástrofes en puerta y datos superficiales. Una muy endeble participación que esquiva las razones de fondo que movieron a este gobierno a proponer modificar las consecuencias de la anterior reforma peñista. En ella, los cuatro paladines mucho tuvieron que ver.
El señor P. J. Coldwell, por ejemplo, habla de lo visionario que fue C. Salinas al abrir a la inversión privada la industria eléctrica. En efecto, él fue quien dio ese paso inicial que entrevió la posibilidad para que el famoso mercado fuera el encargado de conducir y controlar la industria. Eufemismo que ampara un puñado de grandes empresas y fondos de capital. Pone el acento en las enormes inversiones necesarias para su desarrollo como garantía para el país. Y sostiene que el gobierno no puede hacerlo solo, aunque, ciertamente, llevaba décadas haciéndolo. Por eso Peña modifica la Constitución en 2013.
Habrá que decir a ese distinguido priísta que las empresas que concurrieron se apalancaron con recursos internos, la mayoría con bancos públicos y de las Afore de los trabajadores. Muy poco capital provino de fuera. Imponerle a la Comisión Federal de Electricidad (CFE)comprar la generación eléctrica privada a precios pactados, benéficos a los particulares, durante muchos años (30) fue la garantía usada ante los bancos y las Afore. La oferta de traer tecnología e incidir en la competitividad fue otro alegato presuntuoso, sin sustento. Los técnicos de la CFE bien que dominaban, y dominan, el conocimiento avanzado en esta materia.
Pero, en fin, la apertura ya se hizo. Hay un mercado privado que, en resumidas cuentas, ya es, hasta hoy, el dominante. Aunque no lo es por su eficiencia y precios menores, como se sostiene, sino por las normas impuestas de ser los primeros en ser despachados y subidos a la red. La generación instalada en el país cubre, con sobrada suficiencia, la demanda efectiva. Son las generadoras de la CFE las que quedan rezagadas para dar entrada a las privadas. Las llamadas energías limpias, con el señuelo de ser las más baratas, entran primero y, todo el respaldo cuando fallan o no pueden generar, lo aporta la CFE. Ese costo –mil millonario– no se considera a cargo de la intermitencia privada. Algo de ello lo absorbe, por prorrateo, toda la industria y el usuario. Cambiar la regla de prelación, que da preferencia a las privadas, es un cometido básico a tocar por la reforma. Es enorme el costo que implica, para la CFE, dejar parados grandes generadores hidroeléctricos y otros de combustibles fósiles. Se les exige suplir, de inmediato, las fallas intermitentes. Las generadoras de ciclo combinado privadas no concurren a dar respaldo por el costo que les impondría.
Al hablar de Adolfo López Mateos como nacionalizador, estos personajes del priísmo decadente olvidan que ese presidente lo decidió por el enorme desbarajuste privado. Era imposible seguir operando con tanta irregularidad y discriminación a determinados consumidores necesitados de luz. Nunca llegaron, los empresarios privados, a extender la red de transmisión eléctrica más allá de un reducido espacio nacional. Fue el gobierno el que lo hizo, arrostrando las penalidades y los costos.
Por lo demás, esos priístas de privilegio bordan sobre catalogar, como se hace machaconamente, sobre la vuelta al pasado de la iniciativa morena. Saben bien que ello implica aceptar que se siga subsidiando a la empresa privada en cantidades prohibitivas. Porque ese es el mero fondo de la cuestión a esconder. Parecen, estos priístas de élite, café, salón y componendas, ignorar las consecuencias de sus apoyos cuando estuvieron junto a Peña Nieto y los panistas comprados con fondos de Pemex. Soslayar el esfuerzo financiero de la CFE frente a los abusos de los privados ha sido práctica común de los dirigentes pasados del tricolor. Los cuadros medios y de base priístas actuales no deben prestar oídos a tan gastadas voces incitándolos a otear un futuro que esos, sus dirigentes pasados, no fueron capaces de ver. Ellos, simplemente, siguieron instrucciones e imposiciones tanto presidenciales como de la plutocracia privada a la cual sirvieron.