En la época que mi madre me enviaba a “lo del gallego” para comprar un kilo de espagueti, ignoraba que China había empezado una revolución que decenios después, cambiaría el gentilicio del destinatario. Porque hoy, las madres argentinas dicen a sus niños “andá a lo del chino”. Sabía, claro, que los chinos habían inventado la pólvora y los espaguetis. Lo sabía por Los viajes de Marco Polo, y la vieja película dirigida por John Ford, con Gary Cooper protagonizando al gran mercader veneciano del medioevo.
Medio siglo después, creo que no hay barrio popular en América Latina sin una tienda de chinos, vendiendo de todo a “dos por uno”. Cosa que a las corporaciones gringas trae algo desquiciadas. Luego, con otras inquietudes, el partidero de cabezas ocasionado por el cisma del marxismo mundial: China versus Unión Soviética.
Dilema que, en Argentina al menos, resolvió un acucioso observador de la revolución china, Juan D. Perón (1895-1974), cuando giraba a sus fieles instrucciones desde el exilio, con las palabras de un revolucionario poco amigo del purismo ideológico: “Da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones” (Deng Xiaoping, 1909-97).
Sirva este breve comentario para sugerir, con entusiasmo, la lectura de China en el siglo XXI (Ed. Entretejas, Chiapas, 2021), de Sergio Rodríguez Gelfenstein. Politólogo y ex embajador de la Venezuela bolivariana, Sergio viajó ocho veces a China, sumando en sus recorridos más kilómetros que los caminados por Confucio y el imaginativo Marco Polo. Advierte Sergio en la introducción: “Tras revisar 19 libros escritos por autores occidentales cuyo tema es China, pude constatar que, salvo en tres casos, la aplastante mayoría de las referencias bibliográficas utilizadas son de autores occidentales. Incluso en cuatro casos no hay una sola cita de algún autor chino, lo cual me pareció cuanto menos curioso, dada la profusa bibliografía escrita en China y traducida al inglés”.
Rodríguez Gelfenstein se propuso “considerar los puntos de vista en que predominan estudiosos y pensadores chinos”, así como en las distorsiones occidentales que ponen el énfasis en “el rol que juega el Estado en la imposición de un ‘consenso’ alcanzado a través de la coerción física, para la cual el aparato ideológico juega un rol relevante en la creación de ideas “consensuadas” a través de la justicia, la educación, los medios de comunicación, la cultura y el entretenimiento”.
Continúa: “así se fijan opiniones que no necesariamente coinciden con la realidad pero que habilitan la integración de creencias, valores, tradiciones culturales y mitos que funcionan en la masa con el fin de perpetuar el orden existente a través de la creación de una idea única y universal. Paradigmas que responden a la visión hegemónica de Occidente”.
Por ende, sería injusto esbozar comentarios de solapa frente a un ensayo extraordinario de 500 páginas, que con agilidad y sin tedio, nos lleva por las historias, culturas, políticas, religiones, lenguas, guerras, economías, filosofías, revoluciones, actualidad y proyección, de un país de 5 mil años de antigüedad y 5 mil claves para interpretarlo.
¿Qué sabíamos de Guan Zhong, quien en 725 aC aconsejaba gobernar a partir del mantenimiento del equilibrio de mercado? ¿Qué sabíamos de Xunzi, quien en 313 aC concibió una visión materialista de la historia y la filosofía, adelantándose más de 20 siglos a Carlos Marx? ¿Qué sabíamos de Mo Zi, quien en 468 aC defendía una sociedad sin clases sociales, y postulaba el amor universal y el beneficio mutuo, lo que incluía las relaciones entre países que no debían dañarse? (p. 309).
¿Dije “ensayo”? A más de tratado exhaustivo, China en el siglo XXI es una introducción al proceso indetenible de un país que ha puesto contra las cuerdas la soberbia de “cultura occidental”. Por ello, gratamente sorprendido, el profesor Xu Sicheng, miembro titular de la Academia de Ciencias Sociales de China, lo calificó de “pequeña enciclopedia”.
Con algo de humor, además. Por ejemplo, el 20 de septiembre de 2017, en la Asamblea General de la ONU, Donald Trump decretó “el fracaso del socialismo”. Pero un mes después, el Partido Comunista de la República Popular de China, conmemoró el “primer centenario de su fundación”. Concurrieron 2 mil 200 delegados, y mil 800 periodistas de todo el mundo. Y allí, el secretario general, Xi Jinping, anunció que en 2049 “se habrán creado las condiciones para que China sea un país moderno, próspero, fuerte, democrático, culturalmente avanzado, armonioso, hermoso y... socialista”.
En el primer capítulo, a modo de epígrafe, Rodríguez Gelfenstein apunta una observación del gran Mao Zedong: “10 mil años es demasiado, hay que aprehender el día, aprehender el instante”. En China, con mil 450 millones de habitantes, siempre hay algo que tiene 4 mil años.