Desde el derrape de G. Agamben escribiendo “La invención de una epidemia”, a mediados de febrero de 2020, ha corrido mucha agua negacionista bajo el puente. El espectro negacionista abarca un vasto arco en el que caben el filósofo italiano y Bolsonaro; ambos llamaron a la epidemia gripe común ( gripinha, dijo el zafio brasileño). El negacionismo es aún más obcecado con las vacunas. Antier vi en tv a una señora italiana, robusta, bien vestida, que explicaba por qué no se vacunaría: “No sé si esa vacuna ya fue probada”. El hecho de que le informaran que las vacunas pasaron todos los protocolos, más un año de observación desde que inició la vacunación, eso no era información para ella. Quizá necesitaba que un negacionista de confianza se lo afirmara. Es así: el negacionismo nace de la ignorancia supina.
La “estrella” de basquetbol de los Nets de Brooklyn Kyrie Irving perderá hasta 35 millones de dólares por negarse a jugar en Nueva York: no quiere vacunarse: “Hago lo que es mejor para mí. Conozco las consecuencias [de la vacuna] que hay aquí”, dijo Irving. Quizá sea el microchip que Bill Gates estaría instalando en los humanos con la vacuna, según una de las “informaciones” que más han corrido en las redes sociales. En México se dice que las vacunas “te magnetizan”, que la vacuna “produce muchas variantes del coronavirus”, que “está muriendo mucha gente”, o que “modifican el ADN”, y mucho más. Negacionismo de la ignorancia que empeora la vida de todos.
En Nueva York, el rechazo a la vacuna es tan extremo que muchos neoyorquinos prefieren abandonar la ciudad, antes que vacunarse. Esto ocurre en los mismos barrios que han sufrido la pandemia, como el Bronx, que tiene las tasas más altas de hospitalizaciones, muertes y desempleo. Dicen desconfiar de la medicina “de los blancos”.
Como es claro, la ignorancia aparece entre los excluidos de todo, de la educación elemental, pero también entre los de arriba, como producto del individualismo feroz que empujó la ideología neoliberal. Con una cabeza del todo desamueblada, creen que están defendiendo su libertad.
Con una miopía imposible de superar, los países “desarrollados” acaparan las vacunas creyendo que así se protegerán, dejando a la inmensa mayoría del planeta en una intemperie propicia para que miles de millones de personas se conviertan en el campo de cultivo de variantes de SARS-CoV-2, frente a las cuales las vacunas actuales pueden ser agua de borrajas.
La gripinha de Agamben y Bolsonaro ha producido 219 millones de contagiados y 4.55 millones de muertos por el virus, pese a la prontitud con la que fueron producidas las vacunas. Allan Brandt, un historiador de la ciencia y la medicina de la Universidad de Harvard, escribió: “…vivimos en la época del Covid-19, no en la crisis del Covid-19. Habrá muchos cambios que son significativos y perdurables. No vamos a mirar atrás para decir ‘Ese fue un momento horrible, pero ya terminó’. Vamos a lidiar con muchas de las ramificaciones del Covid-19 durante décadas, décadas”.
“Cuando las vacunas recién salieron, empezamos a recibir el pinchazo en nuestros brazos y muchos de nosotros nos sentimos transformados física y emocionalmente”, dijo en entrevista Jeremy Greene, un médico e historiador de la medicina en la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. “Teníamos un intenso deseo de que eso se tradujera en: ‘La pandemia ha terminado para mí.’” Añadió: “Fue un engaño voluntario”.
“Lo que vivimos ahora es un nuevo ciclo de desaliento colectivo”, dijo Greene, “una consternación surgida de la frustración con la incapacidad para controlar el virus, la furia de los vacunados ante quienes se rehúsan a vacunarse y la desilusión de que unas vacunas asombrosamente efectivas no hayan devuelto la vida a la normalidad”( https://www.nytimes.com/es/2021/10/14/espanol/fin-pandemia-covid.html).
Hemos pasado en México al semáforo en verde, pero estamos, como todo el mundo, muy lejos de gritar victoria. Celebremos este logro resultado de una lucha titánica; pero nadie debería desarmarse: es preciso continuar informados y protegidos por la esterilización de los lugares de trabajo o estudio, los cubrebocas, el agua y el jabón, y la sana distancia. Las olas que dibujan las estadísticas, parece claro, continuarán. Aunque no sepamos ahora con qué grado de gravedad o de contagio y propagación.
Debe preocuparnos la desinformación delirante de los negacionistas del virus y las vacunas. No sólo en México, es hora de examinar las tesis de quienes sin ser negacionistas, defienden “el derecho” de los que sí lo son, al ejercicio de “su libertad”, como si fuéramos un conjunto de átomos sueltos. Esa “libertad” es propia de la ideología del individualismo posesivo: el individuo no accede a su libertad sino en la medida en que se entiende a sí mismo como propietario de su persona y de sus propias capacidades, antes que como un todo moral o como una parte del todo social. Males del capitalismo son; alguna vez fueron menos intensos.