Hace un par de años, poco antes de estas fechas, me enfrasqué en un sabroso diálogo con un amigo querido sobre los méritos respectivos de quienes eran, en ese momento, algo así como nuestros escritores de cabecera. Digo “en ese momento” porque, venturosamente, ese favoritismo suele ir cambiando al paso del tiempo, a medida que descubrimos nuevas querencias literarias.
En el centro de ese diálogo estuvo claramente presente el espíritu de la recomendación mutua. Yo le decía: “Espérate a que descubras a Ismail Kadaré y te irás de espaldas”. Y él me replicaba: “Lee a Haruki Murakami y verás lo que es bueno”. Cabe mencionar que ambos seguimos puntualmente la recomendación del otro, con resultados harto interesantes y enriquecedores. Nuestra conversación derivó de manera natural a una breve especulación sobre las probabilidades de nuestros “protegidos” de obtener el Premio Nobel de Literatura, con el que, hasta la fecha, ni Kadaré ni Murakami han sido galardonados. Y hacia el final del coloquio, un poco a la carrera, pregunté retóricamente que si había un Premio Nobel de Literatura, ¿por qué no había uno de música?
En semanas recientes, con motivo del usual ruido mediático-especulativo que sonó alrededor del posible ganador en literatura (que tiene por igual las características de un thriller, de un juego perverso de las casas de apuestas y de un retorcido ejercicio de corrección política), retomé por mi cuenta aquella especulación sobre el hipotético e inexistente “premio Nobel de música”.
De manera automática, por default, recordé dos galardones (uno local y uno global) que sí se otorgan en el ámbito musical y cuyas listas de ganadores son ciertamente interesantes. El local es el Premio Pulitzer, estadunidense, que se otorga desde 1943 en periodismo, literatura y música como reconocimiento a una obra particular, y no a la trayectoria del creador premiado. Los tres primeros distinguidos, de 1943 a 1945, fueron compositores de alto perfil y alcance internacional: William Schuman, Howard Hanson y Aaron Copland. Desde entonces, la lista se ha enriquecido con nombres de similar calibre, entre ellos los de Charles Ives, Walter Piston, Gian-Carlo Menotti, Virgil Thomson, Samuel Barber, Elliot Carter, George Crumb, Ned Rorem, Roger Sessions, John Corigliano, John Adams, y Steve Reich. La primera mujer premiada con el Pulitzer de música fue Ellen Taaffe Zwilich, en 1983, por su Primera sinfonía. Después de ella vinieron Shulamit Ran, Melinda Wagner, Jennifer Higdon, Caroline Shaw, Julia Wolfe, Du Yun, Ellen Reid y la premiada de este año, Tania León. Si bien la categoría ha sido dominada abrumadoramente por la música académica, la lista también contiene los muy estimables nombres de Wynton Marsalis y Ornette Coleman. A título muy personal, me sigo preguntando qué hace en tan ilustre compañía el nombre de Kendrick Lamar, un rapero del montón, pero Pulitzer 2018.
El Premio Polar de Música, establecido en Suecia por Stig Andersson y otorgado desde 1992, es más variado e incluyente, y en las filas de los condecorados conviven en perfecta armonía Paul McCartney y Witold Lutoslawski; Dizzy Gillespie y Nicolaus Harnoncourt; Bruce Springsteen y Pierre Boulez; Joni Mitchell y Ravi Shankar; Stevie Wonder y Sofía Gubaidulina; Ray Charles y Iannis Xenakis; Bob Dylan y Robert Moog.
Además, están Miriam Makeba y Karlheinz Stockhausen; Keith Jarrett y György Ligeti; BB King y Evelyn Glennie; Led Zeppelin y Valery Gergiev; Sonny Rollins y Renée Fleming; Pink Floyd y Kaija Saariaho; Sting y Anne-Sophie Mutter; Wayne Shorter y Mstislav Rostropovich; Emmylou Harris y Anna Netrebko; Metallica y Cecilia Bartoli.
Más ecléctico no podía ser el grupo (y faltan algunos de mencionar), pero lo que destaca en la enumeración es la enorme cantidad de música buenísima que han producido todos ellos.
De entre los Premios Polar, dos me llaman la atención, particularmente porque fueron otorgados no a músicos individuales o grupos de ejecutantes, sino a colectivos más amplios. Uno de ellos, el designado en 2018 al Instituto Nacional de Música de Afganistán; el otro, el que fue adjudicado en 1992 a los estados bálticos, Estonia, Letonia y Lituania.
Mientras llega (si acaso sucede) el premio Nobel de música, no estaría de más explorar las muchas riquezas musicales que hay en el trabajo de los galardonados con las glorias de Pulitzer y el Polar.