Es una pesadilla que decenas de barcos de carga con medio millón de contenedores con todo tipo de insumos y productos estén varados en las bahías de los puertos más importantes del mundo.
La pesadilla se convirtió en realidad debido a la ausencia de miles de estibadores, que la pandemia envió a sus casas. Lo mismo ha sucedido con los operadores de transportes de carga por carretera, los de trenes y todos aquellos que en alguna forma tienen relación con la transportación y distribución de mercancías.
El resultado es que el complejo y altamente tecnificado proceso conocido como “cadena de abastecimiento” se ha roto, ocasionando el encarecimiento de los bienes necesarios para la vida cotidiana. Los componentes de los autos no llegarán a tiempo a las fábricas en donde deben ser ensamblados; el trigo, el café, los plátanos y otros productos perecederos se perderán en los barcos anclados en las bahías de los puertos; los camiones que transportan insumos y productos permanecerán estacionados por falta de quien los maneje. Esa amplia gama de elementos son parte de una cadena que se ha paralizado por la ausencia de uno de ellos: los trabajadores. A ese vital componente no se le ha dado la importancia que merece. Su ausencia ha roto la continuidad de todo el proceso, con un resultado propio de una novela de ficción que se convirtió realidad en un mundo envuelto en una vorágine de integración que de repente se colapsó.
Hace algunos años, un estudio de la organización RAND sobre la integración de las “cadenas de abastecimiento” mencionaba que la capacidad de puertos, carreteras y ferrocarriles estaba llegando a sus límites, y la consecuencia de su “estrangulamiento” impediría la distribución de bienes y el crecimiento económico. La predicción se ha concretado por una vía no prevista en el estudio: la llegada de un virus cuyos devastadores efectos nadie imaginó. Su principal víctima fue el componente más delicado y valioso en las “cadenas de distribución”: los trabajadores. No ha sido ni será fácil la sustitución de muchos de ellos, en algunos casos porque se fueron para siempre, en otros porque permanecen aislados y en otros porque, simple y sencillamente, no están dispuestos a regresar a sus antiguos empleos porque exigen mejores condiciones salariales y de beneficios. Por esas razones, en Estados Unidos, 5 millones de trabajadores se han ausentado del mercado laboral.
Una de las consecuencias de la alta demanda de mano deobra y su escasez relativa es que los trabajadores estarán en mejores condiciones de negociar sus derechos, lo que, por añadidura, fortalecerá el movimiento sindical. Pudiera ocurrir también que ante la necesidad de trabajadores la frontera se abriera a la migración, como ya ha sucedido en otros momentos. La presión que las empresas ejerzan sobre el Congreso será clave en la demanda de una reforma migratoria que beneficiaría a quienes se les ha impedido cruzar la frontera.
Nadie atina a vaticinar cómo será la “nueva normalidad”. Pudiera ser vía para el mejoramiento de la sociedad en su conjunto, empezando por los trabajadores. Sería el derrumbe de un modo de vida de millones acostumbrados a las conveniencias, que se derivan de una festinada integración que acentuó la desigualdad y, en muchos casos, la pobreza.
La otra posibilidad es que la distopía se convierta en realidad y el “destino nos alcance” en una carrera en la que a la larga todos perderemos.