Ciudad de México. El cine mexicano “había convertido al 'palacio negro' de Lecumberri en una cárcel de juguete. Faltaba la palabra de José Revueltas y la de José Agustín para desmentirlo. Faltaba el coraje de Revueltas y su lenguaje implacable en un relato prodigioso para develar el rostro trágico y sórdido de aquella otra sociedad siniestra, con sus códigos de deshonra, extorsionando la sangre y los centavos de todos los que habían perdido esperanza alguna. Faltaba el dolor de José Agustín, que se recordaba a sí mismo escuincle todavía y preso en Lecumberri, y refundido allá adentro con el asqueroso miedo pegado al cuerpo, sin aliento y sin reposo; consciente de que en el infame bote el joven escritor ya no era nadie”.
Así lo plasmó el cineasta Felipe Cazals en un texto publicado por este diario, donde afirmó sobre El apando: “Resultó ser la suma desgarradora y sin contemplaciones de estas dos interpretaciones de un mismo infierno; un infierno del cual nada queremos saber los que estamos afuera. Un espacio asfixiante en donde los vigilados, encaramados los unos sobre los otros, son sus propios cancerberos; una celda de castigo de acero, negra y repugnante, en donde hay que dormir al lado de su propia mierda, mientras los recuerdos no rebasan la mera dependencia de la droguita, único alivio para poder seguir respirando”.
Para Felipe Cazals, quien falleció la noche del sábado, “las películas no sólo son de quienes las dirigen, sino del conjunto de profesionales que se suben al barco, antes, durante y después de la filmación, de ahí que en cada homenaje que le realizan añora que todos lo acompañen”.
Es decir, puntualizó, “un director no lo hace solo, lo hace en colaboración con todos y todo lo que he aprendido ha sido de los demás, desde el electricista, los tramoyistas, etcétera. En mis primeras películas aprendí de los obreros calificados; lo otro, lo que yo inventaba, era mi necedad por decir lo que quería, expresó al recordar sus inicios en el cine”.
Afirmó que el séptimo arte en México “vive porque los domingos vuelven a transmitir esas películas que se vieron en el núcleo familiar, y generan una relación sicológica y anímica que hace recordar”.
Sobre regresar a los sets de filmación en 2018 sostuvo: “Esto es como el box y los toros, debes tener condición física. Hay que ser atleta, y a mis 80 años ya no lo soy; lo fui durante 50 años, pero el día que comience a filmar ya no tendré más remedio que decir que regresé”.
Sobre la industria cinematográfica en el país, afirmó: “no está hoy día estructurada, está conformada por individuos, con ideas de producción, con proyectos personales, que reúnen distintos capitales y solicitan parte de la subvención estatal: todo esto es una fórmula distinta”.
De acuerdo con el cineasta, su trabajo “es una forma testimonial, con un punto de vista crítico”, el cual es compartido por sus colaboradores. Como ejemplo mencionaba los guiones de Tomas Pérez Turrent (Canoa) y la novela de José Revueltas, adaptada por José Agustín (El apando).
Sostuvo: “El cine de denuncia social es un término que no me gusta; lo veo muy cercano a la cuestión panfletaria. Lo que hay es una visión crítica de un estado de cosas. Siempre he sostenido que no puedo contar una historia cinematográfica la cual no tenga que ver con algo que está o estuvo cerca de mí o fue parte de la realidad”.
Y el cine de autor en el país, por otra parte, “es un término que ya se desvirtuó, ya no tiene un significado preciso, de alguna manera ya se diluyó. Digamos que es un cine distinto”.
El espectador de cine –sostenía Cazals– “ya no existe, sino el cliente, el consumidor. Nos hemos dejado devorar por el pinche cine gringo, que lo único que produce son películas masticadas y digeridas. De manera masiva asiste el público latinoamericano a entretenerse, salvo honrosas excepciones. La recuperación de un espectador de cine está en la misma dimensión que en la recuperación de la lectura”.
“Hoy día mi trabajo cada vez se enfoca más a la sencillez, a lo esencial: los menos colores posibles en la paleta. Lo que más ambiciono es poder crear imágenes lo más sencillas y que no sean contrahechas, en el sentido de falsificadoras, pues todo el mundo se ha acostumbrado a las imágenes que mienten, a las que dicen lo contrario de lo que proponen. Nos hemos hecho inmunes a imágenes repugnantes, por mal hechas. A los errores más atroces. Hemos falseado todo. Estamos tapizados de imágenes que mienten, que distorsionan.”