En mi entrega anterior comencé a eslabonar las distintas fuentes que confluyen en la construcción de lo que llamé la narrativa de El Peje.
Cómo se construye. Esta narrativa se va configurando a lo largo de décadas –quizás el punto de arranque es la escisión de la Corriente Democrática del PRI en 1987–, a partir de cuatro vertientes discursivas. La primera abreva en las diversas y contradictorias versiones de la ideología de la Revolución Méxicana, pero la elaboración más emparentada con AMLO la sitúo en el discurso de Guaymas del Presidente Adolfo López Mateos de 1961.
Los brigadistas. La segunda vertiente discursiva proviene del movimiento estudiantil de 1968 recuperada por buena parte de los movimientos sociales de los años 70 y 80.
Valores. La tercera vertiente proviene de la transformación de la estructura de valores de los mexicanos a partir de los años 80 y 90, muy vinculada al papel de las clases medias.
La narrativa del 68. Carlos Monsiváis escribió en el texto que me parece la más completa interpretación del movimiento estudiantil: El 68, la tradición de la resistencia (Ed. Era, 2008), acerca de los distintos lenguajes del 68. Sin duda el más interesante es el de los brigadistas que lo resume en unas cuantas frases: “no tienen programa, pero su convicción es profunda: esto debe cambiar y ésta es la oportunidad. La elocuencia de sus brigadistas es la gran oferta del movimiento”. El lenguaje de los brigadistas –una combinación de solemnidad y estrépito, diría Monsiváis–, está enclavado en tres convicciones que no requieren desde el punto de vista de los activistas, ni de elaboración ni tampoco de comprobación: el movimiento no tiene dirigentes (para que no sean comprados), desconfiar sistemáticamente del contrincante y el uso de un lenguaje político claro y directo aunque simplista –la frase famosa del 68: concretito, compañero. En ausencia de instancias orgánicas, la narrativa articula al movimiento. Sin más este lenguaje y estas convicciones, evidentemente con matices incluyendo elaboraciones más descabelladas, se trasmitieron a distintos movimientos, movilizaciones y grupos en lo siguientes 50 años.
Valores. Por valores me refiero sobre todo al conjunto de convicciones que alimentaron el activismo de las clases medias después de 1968 y en las siguientes tres décadas. El antigobiernismo ha sido siempre un rasgo presente en la sociedad mexicana posrevolucionaria, expresión de una despolitización alimentada por la ausencia de canales de participación popular en los asuntos públicos. El antigobiernismo de la sociedad mexicana es, si se quiere, la venganza conformista de quienes sintiéndose desposeídos de instrumentos de poder real, se sabían aun así necesarios para asegurar la legitimidad del régimen político. Este sentimiento sólo se vuelve activismo político cuando encuentra referentes discursivos como en la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Aunque estos segmentos difieren de muchos otros valores: aborto, matrimonio gay, laicisimo del Estado, en contra de la injerencia gubernamental en la educación, en contra de una política exterior progresista, en contra de una políticaactiva en cuestiones como el aborto y las campañas contra el sida. Sin embargo su punto unificador es elantigobiernismo.
La narrativa del Peje. Comienza a construirse cuando Fox intenta sacar del juego presidencial a AMLO y continúa con la impugnación a las elecciones de 2006. Se confirman todas las resistencias y rechazos al Estado mexicano expresados mediante el lema de la mafia en el poder. El creciente desprestigio de la clase política, y la paulatina erosión de las dos estrellas del régimen de las alternancias: progreso económico y una democracia efectiva para todos; hace que la narrativa se ancle no en un movimiento, partido o ideología, sino en un personaje: El Peje.
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