Ciudad de México. Con la lucidez que acompañó siempre su pensamiento, ayer falleció a los 85 años el historiador Alfredo López Austin, uno de los pilares de los estudios mesoamericanos en México, quien reformuló muchos mitos prehispánicos y, desde su trinchera, acompañó de manera solidaria la lucha de los pueblos indígenas.
Su hijo, el arqueólogo Leonardo López Luján, informó del deceso con la expresión maya “och bi”, que significa “ingresó al camino, se inició su ruta”.
En diciembre de 2020, en entrevista con La Jornada luego de ser galardonado con el Premio Nacional de Artes y Literatura en el campo de historia, ciencias sociales y filosofía, López Austin reflexionó acerca de la muerte y expuso: “puedo decir que es un fin que implica tranquilidad, ni siquiera un tránsito. Espero que cuando muera, que pongan lo que quieran, pero nadie deberá decir: ‘ya descansa’. No, no descanso, ya no soy, se acabó todo, y la obra ya no importará tampoco. Alfredo no será ni polvo”.
El maestro miraba hacia ese “futuro desconocido en su longitud, pero con conciencia de que no es muy prolongado”, y entonces afirmó, contundente: “para mí no hay Mictlán, no hay Tlalocan; para mí, la muerte es la destrucción total, es: ‘ya me acabé, ya ni modo, se fue lo que me hacia existir’. Por un lado, se ve el fin próximo y, claro, no es nada agradable, pero uno es consciente”.
Íntegro, honesto, sencillo, sensible y empático, así lo calificaron sus amigos, colegas, discípulos y los cientos de jóvenes que abrevaron de su obra y que este viernes lamentaron en redes sociales su deceso.
“Ya su tonalli va de regreso al gran desierto chihuahuense, donde los médanos y los chamizos lo esperan. ¡Corre, corre sin parar, no te detengas!”, agregó López Luján al compartir en su cuenta de Twitter imágenes de aquel niño Alfredo que soñaba ser un vaquero feliz correteando animales por el desierto.
El autor de Los mitos del tlacuache: Caminos de la mitología mesoa-mericana (1990), nació el 12 de marzo de 1936 en Ciudad Juárez, Chihuahua. Comenzó sus estudios de derecho en la Universidad Autónoma de Nuevo León (1954-1955), los cuales concluyó en la Autónoma de México (UNAM, 1956-1959); sin embargo, “contra viento y marea”, se inscribió de nuevo en otra licenciatura y México ganó, entonces, a uno de sus más grandes historiadores.
López Austin cursó historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la máxima casa de estudios entre 1965 y 1968, se graduó con una tesina acerca de los cuestionarios empleados por Fray Bernardino de Sahagún durante la elaboración de su obra. A propósito de esa época, solía recordar: “fue un camino largo, pero mi terquedad triunfó, y apenas entré a la carrera de historia en la UNAM, de inmediato se unieron mis dos intereses: los pueblos indígenas y los dioses. Comenzó un disfrute pleno, no quería terminar de estudiar y de plano me seguí con la maestría, con el doctorado; o sea, gocé plenamente”.
Sus estudios de maestría los realizó de 1968 a 1970, donde trabajó la investigación titulada Hombre-dios. Religión y política en el mundo náhuatl. Entre 1970 y 1972 estudió el doctorado, y se tituló en 1980 con la tesis Cuerpo humano e ideología: Las concepciones de los antiguos nahuas. Durante sus años de formación recibió la influencia de la escuela de los Annales, en concreto del especialista francés Fernand Braudel, cuyo concepto de los distintos tiempos históricos fue relaborado por López Austin para explicar la realidad desde la óptica de las épocas en Mesoamérica y con el fin de acuñar el concepto núcleo duro.
También fungió como profesor invitado y conferencista en París, en la École des Hautes Études en Sciences Sociales y en el Institut des Hautes Études de L´Amérique Latine, así como en Japón.
Entre sus libros se encuentran Juegos rituales aztecas (1967); La educación de los antiguos nahuas (1985); Tamoanchan y Tlalocan (1994); y El conejo en la cara de la Luna. Ensayos sobre mitología de la tradición mesoamericana (1994).
En sus últimos años el doctor López Austin dirigió sus esfuerzos a comparar las tradiciones religiosas mesoamericana y andina, en conjunto con el investigador peruano Luis Millones.
Su participación fue muy importante en los Acuerdos de San Andrés, cuando sucedió el levantamiento zapatista en los años noventa. Primero formó parte de la comisión que visitó Chiapas después de la traición del 9 de febrero de 1995, que constató en el terreno los destrozos de la militarización; luego estuvo en los Diálogos. También apoyó la lucha de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación contra la reforma educativa de Enrique Peña Nieto mediante una carta publicada en La Jornada que firmaron varios intelectuales el 6 de septiembre de 2013.
“No perdono la infamia”
El también colaborador del suplemento Ojarasca que dirige Hermann Bellinghausen, escribió el 14 de octubre de 2019 en El Correo Ilustrado de este diario: “No hay perdón para regímenes coloniales. Yo no exijo al pueblo español que pida perdón por las atrocidades de la Colonia. No estoy dispuesto a perdonar la infamia de los regímenes coloniales. Yo no exijo al actual pueblo español que pida perdón por actos que no le fueron propios.
“No perdono. Conservo mi repudio hacia los explotadores y expoliadores actuales que subyugan a los más débiles con promesas de paraísos celestes, de culturas superiores, de progreso y desarrollo. No perdono al colonialismo, ajeno o interno, que desangra a los pueblos indígenas, llamándolos, hipócritamente, connacionales o hermanos y los considera retrasados, infantiles, incultos, incapaces de decisiones justas, para así arrogarse el derecho de decidir por ellos, negando su derecho de libre determinación al forjar, por propia voluntad, su propio destino.
“Yo, mexicano, no perdono al México racista que ha prolongado por dos siglos la injusta situación heredada del colonialismo hispano.”
Le sobreviven su esposa Martha Rosario Luján, sus hijos, Alfredo Xallápil y Leonardo, sus nueras, Laura y Virginia, y sus nietos Mariana, Emilia, Fernanda y Guillermo. Queda un enorme legado que seguirá dando frutos por varias generaciones.