La palabra “realidad” actualmente es tan ambigua como soberanía, integridad, seguridad y otras que son buenas para todo lo que quiera el escribiente o el hablante. ¿Quién, de manera responsable y objetiva, se atreve a definirlas? Un día tuvieron un significado preciso, pero sólo algo. Hoy no, hoy expresan cualquier cosa.
Bajo este supuesto, ¿podría asegurarse que en realidad el Partido Acción Nacional existe como fuerza opositora? Sus miembros y simpatizantes pueden defender vigorosamente esa identidad, pero lo cierto es que sólo hace décadas pudieron sustentarla. Hoy no lo es.
Se reconoce que el PAN fue en algún entonces un movimiento políticamente opositor. Fue eficaz contra el partido en el poder. Hoy la aseveración resultaría discutible, pero ¿habría modo de sustituir ese tipo de organización por otra?
Pues no, y ahí vamos viendo que 12 años en el poder panista hoy se concretan en la medianía a su actual líder, Marko Cortés, demostrada en sus confusiones cada vez que habla: “Somos o no somos de oposición”, “No creemos ni en derecha ni en izquierda”, acaba de decir entrevistado por un diario nacional.
Tal insuficiencia ideológica se ratifica en las actitudes circenses de Ricardo Anaya, quien entretiene a los palcos con sus vilezas. También se expresa en las lágrimas de Gustavo Madero propias del funeral. Mas lo peor del PAN es su menosprecio por todo lo que signifique pueblo llano. Ante tal escenario los viejos barones del partido sentirán tristeza e impotencia, aunque podrían justificar: ¡Son nuevos tiempos!
La suposición de que el PRI es una fuerza real, independiente y opositora también es una quimera. Ese partido no quiso aceptar que sólo renacería sometiéndose a una purga de toda contaminación ideológica, de sus caudillismos y de una corrupción que lo abarcaba todo. Del PRD solamente queda un vestigio heroico; fue una gran esperanza que no soportó ser huérfana de Cuauhtémoc y de Porfirio.
El resto de los partidos minúsculos, carentes de ideas y de fuerza para sí mismos, esperan que se disipe la niebla para ver dónde venden sus fichas.
Si este conjunto de situaciones de vacío fuera una realidad palmaria, debería registrarse –eso sí como realidad– el que estamos ante un mal nacional. La invalidez del PAN no es menos seria por acompañarse de otras.
Su fundación obedeció a un propósito de oposición al régimen cardenista. Una vez que llegó al poder presidencial, estatal o municipal, demostró que carece de sincronía con el pueblo. Sólo sabe de ruidosos autos de lujo, globos y campamentos de colores. Lo componen gente bella que nunca ha trajinado sobre tierra. Así ven el futuro nacional.
La lamentación por esa levedad del PAN debe ser de todos, no únicamente de sus adeptos. Una democracia sin oposición es inconcebible; un poder sin controles populares, legislativos o judiciales es indeseable. Son muchas las razones para lamentar la situación del PAN. No aporta a nada al futuro deseable del país. Debe fabricar candidatos a toda prisa, aunque la materia prima escasee.
Regresando a la ambigüedad de la idea de oposición, no olvidemos que por la ausencia de lo que significa se dio aquella lección de antidemocracia que en los años 70 el sistema del PRI-gobierno soberbiamente dictó con máxima y ánimo de aniquilación: José López Portillo, su candidato presidencial, ganó la elección por la más simple de las razones: fue candidato único. Un solo voto lo habría hecho presidente.
El 4 de julio de 1976 en la boleta electoral solamente aparecía su nombre. No tuvo oposición. El PRI irremediablemente ganó. El PAN no se atrevió a decir nada, nada que decir.
La falta de oposición generó preocupaciones, la falta de legitimidad del nuevo presidente llamó a reflexión y consecuentemente –honradez obligada– lo llevó a una indispensable reforma que incluyó la representación proporcional y legalizó al Partido Comunista Mexicano.
Debe reconocerse un momento de sonrojo de JLP y la habilidad de su secretario Jesús Reyes Heroles para concretarla. Esas fueron las últimas elecciones presidenciales en las que un candidato se presentó sin enfrentar oposición.
Mañana, con las adecuaciones de tiempo, podría darse una situación semejante. Visto así, en ausencia de una vigorosa oposición, ganaría Morena, pero ese triunfo, para el interés nacional y la legitimidad del gobierno surgente, equivaldría a una derrota.