Nada pudo hacer la influyente jerarquía católica de Francia y sus organizaciones afines para impedir en 2019 el estreno de la película Gracias a Dios, del famoso director François Ozon. En ella se cuentan los abusos sexuales cometidos entre 1986 y 1991 por el sacerdote Bernard Preynat contra un centenar de niños. Varios de ellos, junto con sus familias, formaron una agrupación que documentó 85 víctimas. En 2016 denunciaron a Preynat ante la justicia.
Filmada en secreto y algunas escenas rodadas en Bélgica, también exhibe a quien permitió al pederasta ejercer la enseñanza con niños y ocupar posiciones de autoridad en parroquias hasta que sus fechorías se conocieron públicamente: el entonces poderoso arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin, conocía los abusos desde 2002 y, por no denunciarlos, fue juzgado y condenado a seis meses de prisión y aunque no pisó la cárcel, sobre él cayó la condena social.
La película de Ozon abrió una grieta en el muro de silencio y complicidad que ha protegido a los sacerdotes pederastas en Francia. Ese muro se derrumbó el pasado 5 de octubre al conocerse el informe de una comisión integrada por reconocidas figuras públicas.
En él se muestra cómo en los pasados 70 años hubo 330 mil casos de abuso sexual en la iglesia gala. Los cometieron entre 2 mil 900 y 3 mil 200 religiosos o laicos que trabajaban en instituciones católicas.
El presidente de la comisión, Jean-Marc Sauvé, acusó a la jerarquía eclesiástica de no atender las señales de alerta dadas con las primeras denuncias y tratar de cubrir a los abusadores criminales. El presidente de la Conferencia Episcopal, el arzobispo Eric de Moulins-Beaufort, reconoció que los abusos eran “muy superiores a lo esperado” y, tarde, pidió perdón a las víctimas.
Entre las 45 propuestas de la comisión investigadora para luchar contra los abusos figura terminar con el secreto de la confesión, uno de los siete sacramentos que los católicos pueden recibir, junto al bautismo o el matrimonio. Un cura al que un fiel le confiesa un delito grave en el confesionario, no puede informar a la policía, ya que el secreto es “absoluto” y es más fuerte que las leyes, según dicho arzobispo.
La respuesta del gobierno francés fue clara: “nada hay más fuerte que las leyes de la nación”. Y que ese secreto no se aplica “a las confidencias fuera del confesionario, ni a agresiones a menores de 15 años”.
Es hora de poner fin a un “secreto” que protege a los pederastas.