Joe Biden, presidente de Estados Unidos aflojo las medidas “Trumpistas” de la semana pasada y afirma que compartió con el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, “la visión de un sistema migratorio que proteja humanamente nuestras respectivas fronteras, amplíe las vías legales de oportunidad y protección en el país vecino del norte, considere las solicitudes de asilo de manera justa y eficiente, reduzca la migración irregular y aborde las causas fundamentales de la migración” (Ed. La Jornada 13/10/21).
Sí, claro, “del dicho al trecho hay un buen trecho…” Biden buscará ampliar los fondos destinados a la asistencia internacional a los países de Centroamérica y del Caribe, y agradece al gobierno mexicano los programas Jóvenes Construyendo el Futuro y Sembrando Vida.
Con todo lo anterior, queda claro que la excesiva cautela, e incluso la vaguedad de la carta, distan de reflejar la urgencia de las problemáticas en juego. El incesante flujo de personas que huyen de la violencia, el hambre y la falta de oportunidades en sus lugares de origen exige no una posible actividad piloto, sino una acción conjunta inmediata para elevar la calidad de vida en la región y poner fin a lo que es ya una crisis humanitaria y cruel de graves proporciones.
La angustia y el estrés me parecen conceptos sutiles para entender ese México, esa Centroamérica y el Caribe subdesarrollados. La migración de un escenario rural a un urbano demanda excesiva carga de ajuste sobre los que dejan sus países.
Estas ansiedades no pueden ser elaboradas por el campesino en movilidad, que presentará todo tipo de alteraciones sicológicas. El drama mexicano se repite en América Latina y adquiere límites terroríficos con los pobladores de Haití en caravanas interminables.
El uso del concepto de estrés es variable, intercurrente y, creo, tiene ventajas al reflexionar sobre las neurosis traumáticas que viven los extranjeros indocumentados: la idea de que algunas personas tienen mecanismos de ajustes de adaptación más efectivos que otras.
Explica el efecto y otros factores que parecen no ser importantes. La habitación en hacinamiento frena las capacidades de diferenciación y aceptación de límites en muchas de las actividades del campesino: vida sexual, social, familiar, laboral. Lo más importante es que promueve la motricidad e inhibe el desarrollo cognoscitivo. El hacinamiento, desorden, el alto nivel del ruido y olores nauseabundos que se suelen dar en las habitaciones de los marginales serán elementos que lo persigan toda su vida: guarderías, escuela, trabajo, cárcel, camión, Metro, calle y, para rematar, las migraciones en los centros comunitarios, en las cárceles improvisadas, etcétera.
Bien señaló Octavio Paz en El laberinto de la soledad, que el hacinamiento vive encerrado, enterrado en el marginal y sólo en el grito aparece y desaparece otra vez.
Ya María Zambrano en su libro Caminos del bosque nos habla de los procesos de exilio que vive el niño desde el momento de su nacimiento y que repetirá en su salida de la habitación materna. Para algunos, símbolo de la madre abandonadora.