“The killer’s breed or the demon’s seed/ The glamour, the fortune, the pain/ Go to war again, blood is freedom’s stain/ But don’t you pray for my soul anymore”
Iron Maiden, Two Minutes to Midnight
Mucho del heavy metal se compone de seguir la pauta de la tela negra, los estoperoles, los brazaletes, el fuego y el sonido ríspido, pegado a la sobrecarga, con el rugido imponente de una voz motora, con un bajo que no se resigna al papel secundario de otros géneros, con una guitarra que puede concentrar más golpes que la epopeya conjunta de decenas de tambores tribales. De todo eso sale una música que reta y provoca, que no deja quieto y que desde finales de los años 60 tiene a millones de seguidores en el mundo. Se considera que hay padres fundacionales innegables como Black Sabbath, Judas Priest, Motörhead y Led Zepellin, pero solo una banda se ha sostenido por más de cuatro décadas y, con una veteranía de vitalidad vampírica, ya que puso su más reciente disco Senjutsu (2021) como uno de los más sonados en el planeta… otra vez. Son británicos, una marca, un hechizo llamado Iron Maiden.
El salto mortal de Harris
La crónica histórica del grupo empieza por la H de Harris, el muy joven londinense Steve quiso ser bataco, pero las libras reunidas alcanzaron para un bajo de imitación. Él aprendió a tocar como los mejores, tenía su idea, escuchaba todo, desde la estructura melódica de The Beatles hasta bandas progresivas y duras como Black Sabbath, Genesis, Led Zepellin y King Crimson. Harris hizo diferentes intentos, formales y no, comenzando por un grupo nacido muerto en 1972. Sin ganas de hacerse merodeador mitológico o sepulturero oscuro, buscó un nombre de impacto para la agrupación que sí lo lograría y entonces dio con Iron Maiden, el famoso instrumento de tortura como abrazo de todas las crueldades, un sarcófago metálico con el rostro tallado de una mujer en el que se encerraba a condenados a muerte.
No hay misterio de significado sino referencia con algo que podía ser recordado. Y funcionó para empezar a trabajar con músicos que conocía, con invitados y otros recién presentados… algunos volverían en algún momento a pasar por el grupo hasta que Harris pudo tener una alineación respetable. La banda hizo el recorrido típico de bares ingleses, empezó a generar su puñado de fieles con un hecho definitivo, se diría irreversible en las posibilidades de éxito: la suma de Dave Murray, guitarrista fenomenal. Con asentamiento, seguridad y un sonido respetable, Harris y compañía hicieron las primeras grabaciones, los famosos demos de colocación para radiodifusoras de baja escala, promotores en busca de representatividad de algún sello discográfico que presentara interés por lo nuevo sin tener que empeñar alguna chequera discreta. Sin un respaldo de material en cinta de pulgadas profesionales, Iron Maiden tuvo casetes para vender.
Eso alcanzó para que Rod Smallwood buscara a la banda. Él fue quien le consiguió un contrato de grabación con una disquera importante (EMI) y fue decisivo en una serie de direcciones que tomaría el grupo camino del éxito desde su disco debut de 1980 Iron Maiden. La primera alineación (sin contar a las distintas aves de paso que no llegaron al disco) tenía a Steve Harris (bajo), Dave Murray (guitarra líder), Doug Sampson (batería) y la crudeza vocal del punketo Paul Di Ano. Vendió suficiente para entrar en las listas importantes y contratar fechas, no sólo en itinerancia propia, sino como telonera de bandas consagradas como Judas Priest y, particularmente, Kiss, algo que la dio a conocer con otra profundidad en Europa.
Iron Maiden fue depurando el uso de las famosas “guitarras gemelas” que otros ya habían puesto en operación con éxito, pero la Doncella de hierro llevó el engranaje melódico a otro nivel, más cuando años después sumó una tercera lira que tocaba de forma simultánea (con el tiempo también pasarían de ser cinco a seis miembros), engrandeciendo un sonido que ha tenido niveles de todo reconocimiento por la crítica mundial. La banda se metió al estudio para su segundo álbum, Killers (1981). Ese disco tenía más calidad y puso a los integrantes del grupo en aviones hacia otras aduanas y los convirtió en una banda con fans en todo el orbe, pero el despegue definitivo fue el tercer disco de estudio: The Number of the Beast (1982), y ahí sí, la bestia se adueñó de la escena.
El álbum posee canciones centrales en cualquier set list del grupo, y sobre todo tendría un movimiento que marcaría el destino de la banda: llegó Bruce Dickinson, un nuevo vocalista. Paul Di Ano tenía voz, pero no pudo contener su tormenta de excesos. Dickinson fue uno de los muchos aciertos de Smallwood, quien se fijó en él, parte de una próspera relación con la agrupación en la toma de decisiones y que, de hecho, sigue vigente. Dickinson tenía otro brillo, otra nota, además se reveló como un gran compositor. En la gira se fue el bataco Clive Burr, dejando su lugar a Nick McBrain, hombre que se haría dueño del centro de percusiones para siempre.
Eddie y los huesos irrompibles
Si el logo de Kiss marcó el impacto que puede dar una tipografía bien empleada, Iron Maiden mostró lo que un aliado de ningún mundo puede ser para contar los relatos musicales de un grupo de rock en todas sus versiones líricas y visuales. Así, desde muy temprano tuvo a Eddie, una idea de Steve Harris que encontró trazo profesional con Derek Riggs. Se trata de un ser como esqueleto viviente con expresividad horrorífica que a veces es soldado en combate, ser del espacio, momia egipcia, pistolero mortal, esqueleto al abandonar una tumba, demonio alado, mutante en cámara de tortura, loco peligroso en manicomio infernal, guerrero samurái o la mismísima huesuda sin intermediarios. No hay portada de disco, playera, gorra o escenografía que no considera a Eddie como gran figura. La aparición “corpórea” del personaje se ha dado de muchas formas, y el avance tecnológico ha generado que su presencia sea mejor, como gigante con particularidades animatrónicas. Es el personaje no músico del rock.
Los escenarios de los conciertos, como la reproducción sonora, fueron evolucionando en forma impresionante: usando primigenias bases con máscara gigante que se transformaron en el Eddie “vivo”; de los diseños de luces elevadas a los componentes paralelos de elevación electrónica. El grupo se ha adaptado, ha crecido líricamente y ha tenido consistencia para ser mejor, al menos tan bueno en vivo como en su mejor momento. Disco por disco, cada lanzamiento ha contenido temas que merecen ser escuchados. No hay uno solo que se pueda considerar prescindible de sus 17 grabaciones, algo que no es presunción de muchos de los consagrados. Sin importar cadencia o textura áspera, temas como Powerslave, Heaven Can Wait, Run to the Hills, The Wicker Man, Aces High, The Trooper, The Rainmaker y The Fugitive, han robustecido un catálogo enorme de canciones de éxito.
Frente a la bestia
Mientras hay grupos que se resisten a las grabaciones en vivo por las dificultades mezcla y fino registro instrumental, la carrera de Iron Maiden está llena de ellas en diferentes partes del mundo, tanto para sencillos, devedés o discos (un total de 10). Para la gira Iron Maiden. Fly 666, la banda aglutinó una selección escénica en distintos países, haciendo un set list que le daba la vuelta al globo, con el propio Dickinson como auténtico piloto de su jet de vuelo (es verdad, es piloto, y el avión se denomina Ed Force One). Monterrey aparece con Wasted Years y Ciudad de México con Can I Play with Madness. En 2019 la banda lanzó a escala mundial una joya en vivo en la capital denominado Nights of the Dead, Legacy of the Beast: Live in Mexico City. De impecable registro, presenta maravillas de ejecución (tan buenas o mejores que en otros vivos), como las versions de The Clansman, Revelations, For the Greater Good of God y Flight of Icarus.
Metal derretido como música clásica
La alineación actual está junta desde hace muchos años, con Nick McBrain, Dave Murray, Janick Gers, Adrian Smith, Bruce Dickinson y liderazgo perenne de Steve Harris. Ha dado más conciertos que la mayoría de las grandes bandas del mundo y tiene récords de todo tipo por boletos y ventas discográficas, con su propio espacio en la era de las compras como descarga digital. Es un metal de alta calidad. Para quien dice que el heavy metal es ruido de salvaje distorsión con gritos desentonados, bastaría con que escuchara Fear of the Dark y Hallowed Be Thy Name a fin de que cambiara de idea.